Trump ha ganado por segunda vez. Y su reciente triunfo trae consigo una reflexión profunda sobre el rol de las redes sociales en la política actual y, específicamente, sobre cómo la adquisición de Twitter (ahora X) por parte de Elon Musk ha servido para establecer un nuevo escenario de influencia en el discurso público.
Musk no solo transformó la plataforma, sino que modificó las reglas del juego en un espacio que se había convertido en una arena crucial para la democracia. Ante los cambios recientes en X, el retorno de Trump se percibe como un éxito en la estrategia de Musk, quien podría haber convertido esta red en su mejor inversión política. Los efectos de esta alianza no solo impactan a Estados Unidos, sino que también generan preocupación en la comunidad internacional que enfrenta sus propios desafíos en torno a la desinformación y la estabilidad política.
Elon Musk y su adquisición de Twitter: ¿una movida política calculada?
Desde que Musk adquirió Twitter en 2022, el empresario tomó decisiones drásticas en la moderación de contenidos y en la manera en que se otorgan privilegios a los usuarios. Con el fin de la verificación gratuita, cualquier usuario puede pagar por un distintivo azul, eliminando el filtro de confiabilidad que antes distinguía a las cuentas verificadas de las que no lo eran.
Esto provocó una proliferación de cuentas de dudosa procedencia y con intereses claros de desinformación. En palabras de Nick Reiners, analista senior de Eurasia Group, estos cambios transformaron a X en una “máquina amplificadora” de contenido engañoso y polarizante, exponiendo a los usuarios a información de baja calidad o manipulada.
Además, Musk ha reducido drásticamente el acceso a la API (interfaz de programación de aplicaciones) de X, limitando así el trabajo de investigadores que antes podían estudiar la propagación de información falsa en la red. Esto no es solo una barrera para los estudios sobre el impacto de las redes sociales en la democracia, sino una estrategia que fortalece la impunidad de las cuentas que promueven desinformación. Sin datos abiertos y accesibles, el análisis de la influencia de los bots, cuentas anónimas y campañas organizadas de desinformación se vuelve casi imposible
El papel de X en el regreso de Trump
Uno de los puntos más polémicos en esta historia es cómo Musk restauró la cuenta de Donald Trump, suspendida tras el ataque al Capitolio en enero de 2021 debido a los llamados del expresidente a la violencia. Bajo la gestión de Musk, la política de X sobre desinformación y moderación se flexibilizó al punto de permitir el regreso de Trump, quien ahora cuenta con un canal directo para movilizar y motivar a su base electoral. Este acceso le permite capitalizar en una red social sin grandes filtros, que prioriza la visibilidad de aquellos que pagan por suscriptores o quienes manejan grandes cantidades de interacción.
Este movimiento podría entenderse como parte de una estrategia más amplia: Musk, al permitir que figuras polarizantes como Trump dominen las conversaciones, capitaliza la controversia y el flujo de información a través de su plataforma. Este entorno propicio para la desinformación no es gratuito, sino un activo político valioso para figuras como Trump, quienes pueden ahora valerse de X para imponer sus narrativas sin la intervención que antes limitaba la visibilidad de ciertos contenidos.
¿Cuál es el futuro de las redes sociales en la política global?
Musk ha demostrado que el poder de las redes sociales va más allá del entretenimiento y la conectividad, para consolidarse como una herramienta de influencia política con efectos reales en la democracia y la estabilidad de los países. Su control de X y sus políticas laxas hacia la desinformación revelan una apuesta a favor de figuras y narrativas que pueden beneficiarlo a nivel económico o de poder. En un escenario donde el acceso a información veraz se vuelve cada vez más complejo, los usuarios y los gobiernos enfrentan un desafío monumental: ¿cómo asegurar un entorno digital que no sea cómplice de la manipulación masiva?
Para las élites políticas y empresariales, y para los líderes globales, la relación entre Musk, X y Trump plantea un dilema: si los multimillonarios con influencia en los medios sociales pueden modelar la percepción pública y respaldar indirectamente a ciertos candidatos o movimientos, la transparencia de las democracias queda en juego. Esta dinámica exige una reflexión seria sobre la regulación de las plataformas sociales y la necesidad de mecanismos internacionales para garantizar la transparencia y la integridad del debate público en el mundo digital.