He estado enferma de la garganta, así que las aventuras han cesado un poco, pues mi ánimo se vio afectado por el dolor y el cansancio causado por unas anginas defectuosas. Me pasaron unas cuantas rolitas de Travis y ni siquiera podía cantar “Why does it always rain on me?”. Amo esa canción, aunque me ponga en el mood más lluvioso de mi historia de soundtracks.
Justo esta pausa en mi diario caminar hizo que recordara la teoría de mi terapeuta: “el cuerpo te dice en acciones lo que te niegas a aceptar en pensamientos”. Según él, si uno se enferma de la garganta es un síntoma que hay cosas que se quedaron guardadas, sin decirse, y que es necesario que salgan. Si te duelen los ojos o tienes conjuntivitis es porque te niegas a ver lo evidente, y así. Bueno, ya si nos ponemos ortodoxos si tenemos una uña infectada del pie izquierdo, no podríamos decir que es por un mal paso, pero no se me hace del todo descabellada la idea.
Estaba en esas cavilaciones cuando recibí un mensaje de texto de una de mis amigas entrañables. De esas que te conocen desde los 11 años, con las peores modas, los secretos más antiguos y los sueños más profundos. El mensaje decía “Te necesito. Márcame por favor”. Jamás, a menos de que estemos en una crisis muy fuerte, nos mandamos ese tipo de mensajes.
Le llamé, casi sin voz por la molesta infección en la garganta, y me pidió que nos viéramos en ese instante. Reviví casi sin pensarlo cuando yo le llamé pidiéndole lo mismo y temí lo peor. Le pedí que viniera a casa para que platicáramos tranquilamente. Se resistió un poco, pero al final vino y al verla, no sabía qué decirle.
Un poco del contexto es que mi amiga es cual Susanita, de Mafalda. Ella jugaba a las muñecas, les organizaba la boda, con todo y recepción mientras yo me subía a los árboles con su hermano y le escondía la patineta. Su primer novio fue el más guapo del salón, mientras que el mío era el que tenía la bicicleta más rápida y hacíamos carreritas para llegar primero a la tienda para comprar los tres piedrulces que vendían. Cuestión de gustos y enfoques. Claro que fui dama de honor y testigo en su boda. Lloré de la emoción con ella cuando descubrimos que estaba embarazada y me abrazó con todas sus fuerzas cuando decidí separarme.
Cuando llegó a mi casa, yo estaba con toda la actitud de “estoy enferma”: sin bañarme, cama destendida, olor a remedios caseros (miel y propolio) y escuchando a Travis una y otra vez. Como cuando éramos pubertas, dejó todo encima de mi cama, se acostó y me dijo “no me acordaba de que tuvieras las paredes así, pelonas” y comenzó a llorar.
Yo sólo podía pensar en lo siguiente: ¿Cómo curas el corazón roto de alguien a quien conoces hace tanto tiempo? ¿Qué consejos le puedes dar para volver a empezar? ¿Cómo consuelas a alguien que quiere morirse de amor?
La escuché una y otra vez. Contaba la misma historia desde visiones diferentes. Analizamos una y otra vez lo que ella hizo, lo que él hizo. Escuchamos canciones que nos gustan y por fin, sonrió.
Cuando la vi tan triste, llorando, sin saber hacia dónde ir, recordé que en el transcurso de esta semana dos chicas más se me acercaron para preguntarme casi lo mismo: “¿Cómo se le haces para volver a empezar la vida?”
Pues yo no tengo la fórmula secreta, ni comencé de nuevo nada. Sólo decidí seguir viviendo, pero esta vez intentarlo de otra manera. Creo que no puedes volver a empezar la vida, pues aún no se te acaba el veinte.
Tampoco creo en que exista el “borrón y cuenta nueva”. Ni siquiera en el “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos” pudieron lograrlo.
Cuando pierdes la confianza en la otra persona ya no hay nada qué hacer ahí. Sólo darse la media vuelta y comenzar a hacer camino en otra parte. (Sorprendentemente suena en mi itunes Destiny Calling, de James)
El peligro más grande, me parece, es cuando se pierde la confianza en sí mismo. Ahí sí no hay ni para dónde hacerse. Es cuando crees que llegaste al final del camino y a veces sólo te queda saltar. Citaré a uno de los habitantes del multifamiliar de mi corazón, pues últimamente está analizando y compartiendo su investigación sobre las razones para vivir y dejar de hacerlo: “Para seguir vivo, no se necesita más que la fuerza de la inercia y para suicidarse, es necesario ser inteligente”. GVA. No hay por qué ser tan extremista, pero se puede aplicar a que para sólo vivir por vivir, no se necesita más que la inercia constante. Para saltar, suicidarte, dejarse caer (como cantan café tacvba y los tres de Chile) necesitas inteligencia, valor, coraje. Ganas de cambiarlo todo.
Claro, también necesitas todo eso para decidir morir. Es una línea muy delgada la que existe entre ambos mundos, tan fina que un momento estás aquí y otro puede darte un infarto fulminante.
Esto me remite inmediatamente a Jaime Sabines:
Cuando tengas ganas de morirte
esconde la cabeza bajo la almohada
y cuenta cuatro mil borregos.
Quédate dos días sin comer
y veras qué hermosa es la vida:
carne, frijoles, pan.
Quédate sin mujer: verás.
Cuando tengas ganas de morirte
no alborotes tanto: muérete
y ya.
¿Cómo retomas la vida? Con ganas de hacerlo, con valor. Viviendo cada instante como si ya no hubiera más. Con hedonismo, siguiendo a Epicúreo, a Kant, a la moral convencional, a quien uno decida. Para eso está ahí el conocimiento, para alcanzarlo, entenderlo, aplicarlo y disfrutarlo.
¿Cómo vuelves a empezar? Buscando qué es lo que nos hace felices, aún cuando eso sea seguir reglas y convencionalismos sociales. Cada quien sus decisiones, sus gustos y sus felicidades, ¿no? Como dicen los Strokes, probando tu suerte.
Sigo pensando y aún no entiendo por qué la cotidianeidad, a veces, termina por amargarte la existencia: Puede ser que te resulte fastidiosamente monótona a tí que me lees, a mí que ya pasé por ahí, a mi amiga que lloraba, a un par de amigos que no entienden las razones por las cuales sus relaciones cambiaron cuando se casaron, y que a los que se quedaron del otro lado les dé seguridad, un estilo de vida y cierta comodidad…Tuve un jefe que siempre me dijo:”Hojaldra, rompe con la maldita inercia. No dejes que te atrape”. Así que aquí estamos, entre la inercia social y el hedonismo anhelado.
“Chasing Pavements” de Adele musicalizan la despedida de esta semana. La cual, por cierto, tiene un nuevo candidato para el multifamiliar. Mientras escribía esta historia, me invitó a salir. Lo conocí hace un par de semanas en un bar en una reunión organizada por una amiga que vive lejos. Desde que lo vi me encantó. Tocó que nos sentaran juntos y desde el momento uno no dejamos de platicar. Él es del tipo de chicos que me causan adicción: alto, inteligente, culto, con una sonrisa de anuncio dentífrico. Lo primero que me dijo fue: “En Moscú hace un frío del carajo”. Veamos qué pasa, ahora vemos las letras chiquitas de cada uno, como poniendo las cartas sobre la mesa. Ya les contaré la cita. De los habitantes regulares, nada que reportar.
Buena semana…
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Imagen: KatB