Se acercó a la parada de taxi muy despacio, cojeando de su pierna derecha (completamente erguida la pierna, con una venda desde la rodilla hasta el tobillo pero sin muletas ni bastón con que apoyarse).
Abrió la puerta trasera derecha de mi taxi, lanzó primero la carpeta de gomas que llevaba bajo el brazo y después tomó asiento con suma dificultad.
Para que pudiera mantener su pierna estirada moví el asiento del copiloto hacia delante.
– Gracias. Uff… ¿me llevas a Conde de Peñalver, por favor?
– Sí, claro.
– Es un trayecto corto, lo sé, pero…
– Entiendo. ¿Qué pasó?
– Un accidente con la moto. Se me cruzó un coche y salí despedida. Caí encima de otro coche. Menos mal que frenó…
– Vaya…
– Se me ha salido el líquido de la rodilla o algo así me ha dicho el médico. Habrá que esperar a ver cómo evoluciona la cosa.
Me volteé aprovechando el semáforo en rojo y no encontré en ella herida alguna aparte de su pierna vendada. Ni rasguños en los brazos, ni en las manos, ni en la otra pierna.
– Fue un golpe limpio, ¿no?
– Mmm… sí. Me dí con la rodilla nada más. Ni te imaginas lo que duele… – me dijo frotándose la venda.
– Por suerte no pasó nada grave. Con las motos, ya se sabe…
– Ya, pero mi moto quedó destrozada. Era nueva, recién estrenada. Una… Yamaha. Me la regaló mi padre antes de marcharse a Panamá.
– Vaya.
– Mis padres viven en Panamá con una hermana mía que aún no conozco. Se marcharon hará … buff… cinco años o así, y ni ella ni mi hermana, que nació allí, han vuelto a Madrid. Sólo mi padre, por negocios, ya sabes. Yo me quedé aquí por no interrumpir mis estudios. Estudio Derecho en la Complutense. Es mi último año.
No entendía muy bien por qué había comenzado a contarme la vida de su familia y la suya así, de repente y sin venir al caso. De todos modos me dejé llevar:
– Debe de ser muy duro tener a la familia lejos durante tanto tiempo.
En esto, la mujer rompió a llorar.
– Yo creo que me están engañando… (snif)… que mi madre en realidad no quiere venir a verme… (snif)… y tampoco quiere que conozca a mi hermana…
– ¿Por qué dices eso? – pregunté sacando un paquete de kleen-ex de la guantera.
– No hacen más que ponerme excusas… yo les digo todos los años que quiero marcharme unos días a Panamá para conocer a mi hermana… (snif)… pero me dicen que no… que vendrán ellos aquí… los tres… pero al final siempre viene mi padre solo… y encima esta vez me compra una moto y nada más marcharse tengo el accidente… Estoy… tan… sola… – tomó mi kleen-ex y se secó las lágrimas con él.
Llegamos a su destino, me tendió las monedas que marcaba el taxímetro, abrió su puerta y antes de salir, entre sollozos, me dijo:
– En fin… gracias por el Kleen-ex.
Se marchó cojeando hasta desaparecer en la siguiente esquina.
Instantes después reparé en su carpeta de gomas. Se la había dejado olvidada sobre el asiento. En cuanto se abrió el semáforo giré en su dirección.
Me sorprendió ver lo mucho que había avanzado la mujer en tan corto espacio de tiempo (ya se encontraba casi en la siguiente manzana). Llegué a su altura y entonces la vi caminar como si nada, a paso rápido, incluso. Toqué el claxon, giró la cabeza y nada más verme salió corriendo en dirección contraria.
Nota: La carpeta contenía varios curriculums-vitae suyos, con su foto y sus datos. Se llamaba Alicia. Estudios: Graduado escolar y un curso por correspondencia de “arreglos florales”. Experiencia laboral: Teleoperadora (2 años) y obradora en pizzería (1 año). En la actualidad se está sacando el carnet de conducir.
Daniel Díaz es, según sus propias palabras taxista, o taxidermista (según la piel del viajante). Escritor a tiempo parcial y lector insaciable de espejos a jornada completa. Licenciado en Espejología del Profundismo por la Universidad Asfáltica de Madrid (UAM). Bufón y escaparatista de almas. Conduce un taxi desde donde observa la vida y vive en Madrid. Escribe en el blog Ni Libre Ni Ocupado. Síguelo en twitter @simpulso
Este texto no es copyleft y ha sido reproducido únicamente con permiso del autor.
Foto: Ni libre ni ocupado