Miguel Ángel el escultor, quien era conocido por su perfeccionismo, continuaba con la impresión de que algo le faltaba a su más reciente obra: la estatua de Moisés. Por más que se esforzó, no encontró el detalle que buscaba para considerar que su creación estaba completa. Así que después de dar la última cincelada al mármol, se dirigió a la escultura y le gritó: “Habla”. Pero Moisés no lo atendió: con arrogancia, se limitó a girar su rostro, reacomodar bajo el brazo derecho las tablas de la ley, y retraer un poco el pie izquierdo. Miguel Ángel se marchó decepcionado.
Julio César Pérez Méndez
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