Skip to content

Gachupineando: México, impunidad policial. ¿Y España, apá?

Un mosso d’esquadra -la policía catalana- en Barcelona

Hace unos días me llegaba noticia de que a un compañero mexicano, por allí por Cuautitlán Izcalli, en el Estado de México, fue asaltado por unos policías que, bajo pretexto de “revisarlo” le despojaron de todas sus posesiones de valor, incluyendo entre ellas una Blackberry que supongo que deberá continuar pagando, aunque le haya sido robada por la policía. De regalo le propinaron además varios golpes. Así sucedió. Pueden creerme a mí, o pueden creerse a la policía del Estado de México.

Algún tiempo atrás, entrevisté a un hombre que había pertenecido a la policía del Estado de México, quien confesó sin tapujos la corrupción que imperaba en su trabajo. Según su testimonio, lo usual era embolsarse 1000 pesos a razón de día de trabajo (de esto hacía varios años así que es posible que la “tarifa” haya subido desde entonces, por la inflación, ya saben). En aquél momento yo entendí que el dinero se recaudaba a base de mordidas. Disculpen que no le preguntara si también se usaban golpes y asaltos como método recaudatorio, pero es que no se me ocurrió.

Esto sucede en México todos los días, pero tristemente a nadie le sorprende. Merecida o inmerecidamente, México se ha labrado una sólida fama de país corrupto. Pero ¿qué sucede en España?

Una mañana de 2007, estando trabajando en Barcelona, recibí una alterada llamada de mi compañero. Resulta que después de una noche de fiesta mi compañero –que es mexicano e investigador social, o viceversa, y a quien le encanta platicar con desconocidos, supongo que por eso escogió la investigación social como profesión- se hallaba felizmente platicando en la calle con cierto interesante individuo procedente de Galicia y tenía una botella de cerveza –cerrada y en su bolsa de plástico- con él cuando fue interpelado por dos Mossos d’Esquadra. La policía autonómica, esto es. Los Mossos le pidieron identificación (¿por qué?) y al ver que era mexicano le partieron la botella de cerveza (cerrada y en su bolsa) a los pies, para después pedirle violentamente que “lo limpiara”. Ante la negativa de mi compañero a cumplir con los deseos de los Mossos, los policías procedieron a multarlo con sendas multas de cientos de euros cada una por “consumo de alcohol” y “uso inapropiado del espacio público”, amenizando el acto con repetidos insultos del estilo de “sudaca de mierda”, “vete a tu país”, etc.

Todo esto sucedió en una zona muy céntrica de Barcelona y a plena luz del día. Más tarde, mi compañero trató de denunciar los hechos en varias comisarías de la zona, pero no le fue permitido poner su denuncia. Y las multas llegaron, cargadas de intereses. Naturalmente, no quisimos pagarlas. Pero ello no importa, porque “la justicia” es muy eficiente y nos embarga mensualmente las cantidades adeudadas. Ni siquiera sabemos cuánto “le debemos” a la justicia por el delito de que un policía haya insultado, amenazado y humillado a mi compañero, pero a fecha de hoy el banco nos ha retirado aproximadamente unos 20.000 pesos. Épale. Como diría mi padre, la policía en Cataluña nos roba y nos insulta, pero al menos lo hacen en catalán. Qué alivio.

vVWmWsVBWt8?fs=1&hl=es ES

Una joven es golpeada violentamente en una comisaría de Barcelona. Su delito: haber hecho ruido en su fiesta de cumpleaños. La instalación de cámaras en comisarías redujo la violencia dentro de éstas pero…¿y fuera?

Sin embargo, mi compañero y yo nos podemos dar por bien servidos, porque cuando se trata de la policía –sea autonómica o no- te pueden pasar cosas mucho peores que ser multado porque-sí-y-porque-te-callas. El 8 de marzo de 2008, cierto brillante estudiante mexicano se vio inmerso en un drama mucho peor. El mexicano, de nombre Alejandro Ordaz, estudiaba un doctorado en energías renovables en Sevilla y había sido becado por Conacyt –justo como mi compañero-. Aquella noche, de regreso de una fiesta, fue abordado violentamente por dos policías vestidos de paisano que aparentemente buscaban a un hombre de parecidas características físicas. Y he aquí lo que ocurrió: ante la negativa de identificarse de los policías –en la práctica nunca se identifican, aunque se supone que deben hacerlo- el muchacho creyó que estaba siendo víctima de un secuestro y se defendió a golpes. Resultado: acabó en la cárcel, fue violentamente golpeado y se enfrentaba a una condena de entre 10 y 15 años de cárcel por “intento de homicidio”. Los policías alegaron –dos semanas después de los hechos- que el muchacho había tomado una de sus pistolas y les había amenazado con ella. No había huellas en la pistola, ni se disparó ningún tiro, y además resulta bastante increíble la versión de que un borracho pudiera desarmar a dos preparadísimos (es de esperar) policías, pero eso es lo que declararon los policías. Y la palabra de un policía va a misa.

Más tarde la condena de Alejandro fue rebajada a ocho años, y luego el Tribunal Supremo volvió a rebajarla graciosamente…a seis años de cárcel. Qué amables. Y en 2008, el mexicano se fugó. Desapareció sin dejar rastro. Probablemente se halle escondido en algún lugar de México, esperando un cambio de gobierno favorable que lo proteja de ser extraditado. Vamos, supongo yo.

Sé que mucha gente puede pensar que todo esto es surrealista. Que algo habría hecho el mexicano para merecer lo que le sucedió. Sin embargo, yo creo comprenderlo. Porque sé cómo actúan los policías en España. El error de Alejandro fue enfrentarse a ellos. ¿Y por qué se enfrentó a ellos? Porque, simplemente, no se creyó que fueran policías. Era mexicano, y naturalmente, cuando un hombre y una mujer vestidos de paisano se bajaron de un coche normal y sin más explicación trataron de introducirlo en él…se resistió. Diferencias culturales, supongo. Tal vez un español no se habría resistido, no lo sé. Tal vez yo si me habría creído que eran policías –pese a que jamás, repito, jamás muestran la placa- porque estoy habituada a la horrenda prepotencia con la que actúa la policía española. Pero él no se lo creyó y se enfrentó a ellos. Supongo que no cabía en su cabeza que si realmente eran policías…¿por qué no iban a identificarse como tales? Pensó que era un ardid, una trampa. Y donde otros se llevan una multa por “uso inapropiado del espacio público” o, si las cosas van mal, por “resistencia a la autoridad” (todo un clásico, por cierto) Alejandro se llevó una condena a cárcel por “intento de homicidio”.

¡Pobre Alejandro! Tal vez si hubiera estado más familiarizado con los modos de la policía española nada de esto habría sucedido. Habría doblegado la cabeza, habría soportado la humillación y todo habría acabado 24 horas después al descubrirse que él no era el sospechoso a quien buscaban. Pero ¡alás! No lo hizo. Ahora su futuro está arruinado.  Si ha tenido suerte, habrá conseguido fugarse a México donde se hallará bajo una identidad oculta. Si no, estará todavía en España, o quizá en Francia o en otro país de la Unión Europea. Me pregunto qué es de su vida, en constante miedo de ser detenido y conducido a prisión por un delito que jamás se pudo demostrar que cometió.

Mientras tanto, mañana se conocerá el resultado del juicio en el que un policía se sienta en el banquillo de los acusados por haber agredido presuntamente a un joven que respondió en catalán a las preguntas del policía. Aunque finalmente el joven (que se hallaba en el aeropuerto de Palma de Mallorca, donde es obligatorio que los policías hablen en catalán si así lo requiere el ciudadano) accedió a hablar en castellano, ello no lo libró de una solemne paliza en el “cuarto oscuro”. El policía probablemente se librará del asunto con una “falta” porque el titular de Instrucción determinó que los hechos “no son constitutivos de delito”. Claro. Que un policía agreda a un ciudadano es una falta. Que un ciudadano agreda a un policía que ni siquiera se identifica como tal es intento de homicidio.

En Madrid, el fotógrafo de Diagonal Edu León ha pasado ya varias veces por comisaría y ha sido repetidamente vejado, agredido y robado por la policía. Su delito: fotografiar reiteradamente las redadas que la policía efectúa contra los inmigrantes en Madrid. A día de hoy, además de las vejaciones e insultos (que incluyen golpes y testículos violentamente apachurrados) la policía le ha robado varias cámaras, objetivos y tarjetas de memoria. Su material de trabajo, vaya. Pero el culpable es él: se enfrenta ahora a varios procedimientos judiciales por (adivinen)…”resistencia a la autoridad” y “amenazas”. Si pensamos en el caso de Alejandro, tal vez podríamos decir que ha tenido suerte.

Y podría seguir. Hay decenas, cientos, miles de casos como estos, además de montones de anécdotas de compañeros que han sido arbitrariamente multados por faltas inexistentes para engrosar las arcas del estado o satisfacer las ansias de poder del policía, o que han sido violentamente golpeados o vejados por cualquiera de las varias policías que operan en España sin razón alguna. No tengo –literalmente- espacio para contarlos todos. Esto no son hechos aislados en España: es el pan de cada día con el que tenemos que tragar tanto nacionales como extranjeros. La prepotencia, malos modos y absoluta impunidad de la que hace alarde la policía en España es algo digno de estudio. Algunos lo utilizan para ejemplificar el “racismo” en España. Y sin duda hay racismo en España, y hay españoles racistas, y policías racistas –y también españoles y policías que no son racistas-. Pero yo creo que es algo mucho peor que racismo. Se trata de un doble rasero institucionalizado, por el cual la autoridad goza de la más absoluta y terrible impunidad y el ciudadano se encuentra indefenso ante ellos. Y cuidado. No estoy diciendo que todos los policías sean malos, o racistas, o violentos, porque esto no es así. El problema no es la policía. El problema es la impunidad judicial de la que gozan. El problema es que la agresión de un policía a un ciudadano es una “falta” y la agresión de un ciudadano a un policía es un “intento de homicidio”, sean cuales sean las circunstancias en las que se producen. El problema es que la ley no se aplica igual para todos. Y ¿qué justicia es esa en la que todos somos iguales ante la ley, pero unos más iguales que otros?

Pero España no se considera un Estado corrupto, mientras que México sí. No sé, la verdad. Creo que yo preferiría que dos pelagatos con placa me robasen la Blackberry –si la tuviera- a que el Tribunal Supremo en pleno me condenara a seis años de prisión por el delito de haberme intentado proteger de una agresión perpetrada por dos policías que jamás se identificaron como tales. ¿Y ustedes, qué preferirían?

Altea Gómez radica a caballo entre España y México y es periodista, guionista y cuentacuentos.

Imagen: Barna_based