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Ni libre ni ocupado: Casting de un actor en pleno atasco

El chico (25 años, piel bronceada, cabello corto, rizado) me indicó como destino el nombre de una calle que no existía:

– ¿General Panteras? ¿Estás seguro?

– Mmmm… no. ¿General… Pardiñas, tal vez?

– Esa sí.

– Bien. Vale. Perdona. Estoy un poco nervioso, ¿sabes? tengo un casting en media hora ahí, en esa calle.

– ¿Actor? – le pregunté.

– Sí.  Y esta vez me han dado un guión para la prueba realmente jodido.

– Puedes ensayarlo mientras llegamos, si quieres. Con este atasco calculo que tardaremos quince o veinte minutos – le dije.

– ¿No te importa?

– Por supuesto que no.

– Vale, pero tendrás que hacerme un favor. Te paso una copia del guión y si me equivoco en alguna parte del texto, me lo dices, ¿vale?

Hombre… no suelo leer mientras conduzco.

– Tranquilo. Aprovecharemos los parones del atasco y los semáforos.

– Ok.

El chico me tendió un par de hojas arrugadas.

– Una cosa más. Si me equivoco, no me lo digas de palabra, que me jode mucho. Hazme un gesto o… no. Mejor aún, toca el claxon.

– De acuerdo.

Dicho esto comenzó a respirar profundo dos, tres veces, cambió su gesto y en cuanto el taxi se detuvo en el primer atasco soltó (a la vez que yo leía):

“No me mires con esos ojos que no son tuyos ni míos ya. Los reconozco. No a ti. A ellos” – me señaló a través del espejo retrovisor, con el ceño fruncido – “Son los ojos de una ira que no tienes. Ira robada a los lobos. Tú eres manso. No eres tú quien me mira. Arráncate esos ojos. Tíralos lejos. Que se los coman los lobos”

Piiiiii (toqué el claxon).

“Fieras” dije.

– Eso, joder, “fieras”, “fieras”. Primero “lobos” y luego “fieras”, joder. Sigo: “Que se los coman las fieras. Prefiero tenerte ciego a estar con otro que no conozco. Ven. Abrázame…”

Piiiiii (toqué el claxon)

“Dame tus brazos” – dije.

En esto, el conductor que me precedía se bajó de su coche y se dirigió hacia mí con muy malos humos.

– ¿Tienes prisa? – me gritó al otro lado de mi ventanilla subida.

Negué con la cabeza.

– Como vuelvas a pitarme, te lo tragas. ¿Entendido?

Asentí con la cabeza.

– Putos taxistas… – soltó.

Regresando el conductor a su coche, mi usuario bajó su ventanilla, sacó la cabeza y le gritó:

“Dame tus brazos. El calor no miente. La piel jamás podrá mutar en piel de lobo, ni se arrugará de ira. Seguirá siempre suave”.

Piiiiii (toqué el claxon).

“Tersa” – dije.

Y ahí se lió pero bien gorda.

Daniel Díaz es, según sus propias palabras taxista, o taxidermista (según la piel del viajante). Escritor a tiempo parcial y lector insaciable de espejos a jornada completa. Licenciado en Espejología del Profundismo por la Universidad Asfáltica de Madrid (UAM). Bufón y escaparatista de almas. Conduce un taxi desde donde observa la vida y vive en Madrid. Escribe en el blog Ni Libre Ni Ocupado. Síguelo en twitter @simpulso

Este texto no es copyleft y ha sido reproducido únicamente con permiso del autor.

Foto: Ni libre ni ocupado