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COVID-19: lo más importante es lo que está por venir

Unsplash/Dan Burton, CC BY-SA

El alcance mundial del virus SARS-CoV-2 demuestra que en esta era de globalización un fenómeno originado en un rincón remoto puede tener consecuencias en el otro extremo del mundo días o incluso horas después. La emergencia de nuevos patógenos no es algo nuevo, pero ¿por qué ha alcanzado la COVID-19 la condición de pandemia?

El SARS-CoV-2 se ajusta de manera óptima, desafortunadamente, al patrón más probable y temido de patógeno emergente de éxito que se barajaba en el mundo científico desde hace años. Se trata de un virus (lo que favorecería su rápida adaptación), de origen animal, desconocido para el mundo científico, de (relativamente) baja mortalidad y alta transmisibilidad, y originario del sudeste asiático, en el que existe una formidable variedad de especies animales que comparten nicho con el hombre.

A pesar de que el SARS-CoV-2 encaja con ese retrato robot, el mundo no ha sido capaz de prevenir su rápida diseminación, y hoy está presente en más de 180 países. A ello han contribuido su elevada transmisibilidad, su capacidad de ser diseminado antes de dar síntomas y la elevada proporción de casos asintomáticos o con cuadros leves.

Los primeros casos notificados a finales de enero en varios países europeos (Francia el día 24, Alemania el 27, Finlandia el 29 y Reino Unido, Italia y Suecia el 31) habían estado en zonas de riesgo, lo que hizo pensar que se podría contener la diseminación del patógeno. Esa percepción se mantuvo hasta la segunda quincena de febrero, cuando la identificación de un gran número de personas infectadas en el norte de Italia puso de manifiesto la existencia de transmisión local incontrolada. Esta se había pasado por alto, en ausencia de signos clínicos, durante estas primeras y críticas semanas en las que tuvo lugar la diseminación del virus por todo el mundo.

Durante la primera semana de marzo esta situación se generalizó en otros países de Europa. El domingo 8 de marzo nueve países comunicaban ya más de 200 casos, entre los que destacaban además de Italia (7 375 casos), Alemania y Francia (más de 1 000 casos) y España (673 casos). Esto puso de manifiesto la diseminación a pesar de las medidas de cuarentena impuestas a personas infectadas que sí habían sido identificadas.

Decisiones basadas en la evidencia

En la actualidad en España se han notificado ya, a 18 de abril, más de 188 000 casos de COVID-19, a un ritmo superior a 1 000 casos diarios desde el 13 de marzo, un día antes de que se instaurara en el país el estado de alarma. Somos el segundo país del mundo por número de casos declarados, aunque se desconoce el número de infectados reales en todo el mundo.

No todo son malas noticias. Los datos ponen de manifiesto un descenso en la velocidad de diseminación de la infección, pero es crucial determinar hasta qué punto se siguen produciendo nuevas infecciones. Esto, unido a una estimación de la proporción de la población ya expuesta al virus, permitiría definir con mayor precisión los posibles escenarios a los que nos enfrentaremos a finales de abril.

Las decisiones que se tomen en la gestión de esta crisis deben estar guiadas en la medida de lo posible por la evidencia disponible, pero resulta extraordinariamente difícil tomarlas en un contexto como el actual, en el que existe una gran incertidumbre sobre el grado real de diseminación del virus y sobre el efecto real de las medidas que se han tomado hasta la fecha. Las métricas disponibles para medir este efecto, el número de nuevos casos y muertes notificadas, son imprecisas debido a la falta de herramientas de diagnóstico, las dificultades para confirmar todos los casos sintomáticos y la imposibilidad de valorar casos no sintomáticos en estos momentos.

Los datos generados hasta ahora permiten, no obstante, afirmar que la enfermedad muy probablemente empezó a circular en España a principios de febrero, y posiblemente incluso antes. Por tanto, el grado de infección en la población general es sin duda mucho mayor de lo que puede suponerse a la vista de los casos notificados oficialmente, y estimaciones de entre 1,5 y 7 millones de personas infectadas en España son, aunque imprecisas, muy creíbles.

Y ahora qué

Es el momento de aprender de los fallos cometidos y de tratar de generar información que evite tomar decisiones basadas en suposiciones erróneas. Aunque las medidas tomadas estén frenando la circulación del virus, su capacidad real para conseguir su extinción y su eficacia a largo plazo es menos clara.

Dado que esta incertidumbre no se resolverá cuando finalice el estado de alarma, y en caso de recuperarse la actividad económica, aunque sea de manera parcial, será de vital importancia proteger al menos a los colectivos de riesgo que se han visto afectados por la COVID-19 y diseñar sistemas que permitan monitorizar de manera precisa la evolución de la situación.

Dentro de los colectivos cuya protección debe garantizarse a la mayor brevedad se encuentran también los profesionales sanitarios, una fuerza de choque en esta crisis que ha tenido que absorber el primer impacto y cuya importancia ha quedado, una vez más, de manifiesto.

Otras medidas que deben ser consideradas a la mayor brevedad deberían incluir la generalización del diagnóstico en la medida en la que vaya siendo posible para la identificación tanto de personas portadoras (lo que permitiría su aislamiento y la caracterización de las dinámicas de excreción del virus, su duración o la posible intermitencia de la misma) como de individuos que han superado la infección y, por tanto, podrían tener una cierta inmunidad frente a la misma (que deberá ser también estudiada).

Estas medidas facilitarían además la identificación de personas que hayan estado en contacto con posibles excretores del virus y estén en riesgo, tarea que podría facilitarse también mediante la utilización de nuevas tecnologías, como se ha demostrado en otros países. Es fundamental considerar en los próximos pasos de esta crisis la salud de la población como conjunto, un enfoque habitual en la gestión de emergencias sanitarias en sanidad animal pero que resulta más complejo en el caso de la salud pública. Resulta evidente que los anteriores episodios de emergencia de patógenos no nos prepararon adecuadamente para responder frente a la COVID-19, por lo que es crucial que al menos aprendamos en esta crisis cómo prepararnos para las siguientes.


Una versión de este artículo fue publicada originalmente en el blog de la Fundación para el Conocimiento madrid+d.


The Conversation

Las personas firmantes no son asalariadas, ni consultoras, ni poseen acciones, ni reciben financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y han declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado anteriormente.

Fuente: The Conversation (Creative Commons)
Author: Julio Álvarez Sánchez, Investigador Ramón y Cajal. Centro de Vigilancia Sanitaria Veterinaria (VISAVET), Universidad Complutense de Madrid