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Amar en tiempos de Tinder…

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Su celular está que arde. La llama del Tinder le da aviso de unos cuantos matches. Varios super likes. La estrellita azul. Y un aluvión de mensajes típicos y tópicos de hombres que lo único que quieren es coger no sin antes proponer un té desintoxicante y aromático del nuevo local chic de la calle Orizaba.

Nadia, tan dulce y lánguida. De una belleza antigua, romántica. Demasiada mujer para una aplicación que se tuvo que descargar obligada por sus amigas. “Solo por probar, va. Verás que tu autoestima sube como la espuma y puede incluso que descubras que te es infiel”. Como la espuma de los días, claro. La infidelidad del nuevo siglo. Nada literaria, nada trágica. Postmoderna. Aburrida. Evidente.

El perfil de Nadia se lo ha hecho su amiga Verónica. Una Cyrana de Bergerac por excelencia. Alcahueta, clandestina, hermana.

Cinco fotos coronan la app. Las mejores. Una en la playa, solo de rostro. Nada de cuerpo. Otro primer plano realzando sus hermosos ojos claros. Y tres más dinámicas. En un concierto. “Soy punk”. En la calle. “Soy urbanita” y en casa con las pelis de Godard al fondo: “Soy culta”.

En la frase descriptiva del perfil: “Soy más alta que mi estatura”. Que lo entienda quién quiera.

Arnulfo la saluda: “Genial tu frase de perfil. Quiero conocerte”.

Rubén menciona la calle en la que sale: “Es la calle Colima, al lado de mi casa. Te invito un café o un té, como gustes”.

Pedro y Antonio no se esmeran y solo dicen “Hola, ¿cómo estás?”

Nadia ni siquiera sonríe. No contesta. Ninguno de esos tipos le mueve la fibra. Ni uno solo. Sigue pasando páginas. Nope, nope, nope. Se burla de algunas fotos. Son lamentables, piensa. Debería existir una policía del Tinder. Y así denunciaría a esos pendejos que se ponen la foto en el altar, o con un bebé y una mujer en la cama, en plan happy family, o ese idiota que posa con un libro al revés. (De Paulo Coelho, para rematar). Nadia quiere cerrar la aplicación, pero no lo hace por Verónica. Sabe que lo verá aparecer. Está convencida de que Él está ahí metido. Tal vez con un nombre falso. Pero, ¿y qué pasará cuando lo encuentre? Confirmará una sospecha que tiene desde hace tiempo.

Empieza a darle like a todos los hombres deslactosados que aparecen en su pantalla. A los feos que se toman selfies en el gym y en la Torre Eiffel. A todos. Y empiezan a llover los matches. Es de una belleza universal. Gusta tanto al hipster de La Roma como al fresa de Las Lomas, pasando por los cholos de Tepito. Nadia no discrimina por razón geográfica. Puede coincidir con toda esa panda de muchachos en celo en más de 29 kilómetros a la redonda. Y así se divierte. O así se lamenta.

Un tipo que le dio superlike con una sola foto difuminada le escribe. “Nadia, en mi sueño sí eras tú. Esta noche lavo yo los trastes. Olvidaste darle de comer a Chleo. Te veo al rato”.

Nadia sonríe. Cierra la aplicación y va a darle de comer a la gata.

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Foto: Nathan Rupert | Flickr (CC)

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