En 2020, el año cruel, muere el último de los compositores clásicos mexicanos, el yucateco Armando Manzanero, que con toda justicia hay que situarlo al lado de colosos como Agustín Lara, José Alfredo Jiménez, Consuelo Velázquez o Juan Gabriel.
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Heredero de la trova yucateca, esa que supo reunir la cadencia del bolero con el lirismo modernista de Ricardo López Méndez o Antonio Mediz Bolio, Manzanero actualiza la tradición al despojarla de retórica y proponer letras sencillas y honestas.
Su primera pieza registrada, “Nunca en el mundo” es de 1950, pero su primer disco es de 1967, lo que lo sitúa en paralelo con la creación y la sensibilidad de los años sesenta: el rock, el pop y las baladas que prefieren mensajes directos al ornamento del que abusaron las generaciones previas.
Por eso, y de modo equivalente a Juan Gabriel, Armando Manzanero prescinde de imágenes elaboradas para sus canciones: su eficacia está en la precisión y la simpleza para nombrar el amor, el duelo o la nostalgia.
Las canciones de Armando Manzanero son un puente entre la sofisticación de Guty Cárdenas: “Tu boca, flor de púrpura encendida” y la simpleza beatle: “I wanna hold your hand”.
“Voy a apagar la luz para pensar en ti”, “Adoro la calle en que nos vimos, la forma en que nos conocimos”, “Esta tarde vi llover, vi gente correr y no estabas tú” son crónicas de la cotidianidad del sentimiento, que se pasea más por barrios y departamentos clasemedieros, oficinas y avenidas que por escenarios bucólicos, sin otra pretensión que la reunión de quienes se aman, o el dolor de quienes no están juntos: “Por lo que quieras, no sé, pero te extraño”, dice como si nada.
Pero si la retórica es contemporánea, los valores del romanticismo tradicional se mantienen. La evocación de lo amoroso corresponde a un mandato de la monogamia tradicional, que encuentra en Manzanero validez y por supuesto, celebración. De ahí que su canción más reconocida, “Somos novios”, proponga una exclusividad suavizada por la gentileza de las emociones: “Sentimos mutuo amor profundo, y con eso ya ganamos lo más grande de este mundo”.
La vigencia y la universalidad de Armando Manzanero se encuentra justo al perpetuar un romanticismo que ya es sólo un paraíso perdido entre la variedad de afectos y pasiones nuevas e insospechadas, que se experimentan desde hace medio siglo: “Somos novios” no le dice nada a las generaciones poliamorosas, gender fluid, que resisten y luchan por derechos civiles básicos de las mujeres y poblaciones LGBT.
De ahí que, en ese filoso debate de relacionar (o no) al artista con su obra, no es difícil encontrar congruencia entre las letras de Manzanero y su personaje, en controversia desde varias aristas: sea por su rechazo al internet libre, por su actitud violenta con sus parejas, o desde esa declaración incómoda en la que aseguraba que a las mujeres les encanta que las acosen. Todos ejemplos, sus letras y sus palabras, de un mundo que las nuevas generaciones se empeñan en cambiar.
Sí, las de Manzanero son canciones modernas, directas, efectivas, pero para una sensibilidad añeja, cuidadosa de mantener un status quo apacible. Y sin embargo, una influencia que trasciende generaciones y sensibilidades: nuestros abuelos lo escucharon con Libertad Lamarque o Pedro Vargas; nuestros padres desde Angélica María, José José o Vicente Fernández; hubo quienes brindamos enamoramientos y desamores junto a las versiones de Luis Miguel, Lucero o Susana Zabaleta, e incluso generaciones más tempranas lo han cantado desde Belinda o K-Paz de la Sierra.
Él mismo decía que “en la música no se puede decir que algo es antiguo o nuevo, sólo existe la música buena y la mala. La música buena siempre se anda sacudiendo el polvo por los años que tiene pero siempre agrada escucharla”.
en la música no se puede decir que algo es antiguo o nuevo, sólo existe la música buena y la mala. La música buena siempre se anda sacudiendo el polvo por los años que tiene pero siempre agrada escucharla
Manzanero refleja un universo candoroso, cada vez menos funcional entre las convulsiones y actualizaciones de las parejas contemporáneas y las relaciones sociales.
Y sin embargo, hay frases, señuelos, que aún saben dar en el blanco, ahí donde la sensibilidad no se explica porque sólo conmueve: “Aprendí que puede un beso ser más dulce y más profundo/ que puedo irme mañana mismo de este mundo/ las cosas buenas ya contigo las viví/ y contigo aprendí que yo nací el día en que te conocí.”