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BAJO EL EFECTO DOPPLER: LA TRANGRESION VUELTA CARNE…O COMO PUEDO ENTENDER LA OBRA DE DAVID NEBREDA.

1 era. Parte.

Encuentros.

El camino era bastante empinado, teníamos que deslizarnos de manera sigilosa  por aquella barranca, en la que el terreno era bastante accidentado e  infructuoso.  Eran casi las diez de la noche, usábamos una pequeña linterna de mano para iluminar cuidadosamente  nuestros pasos. Una  caída o una herida en aquellas condiciones podrían resultar de lo más catastrófico o mortal.

En aquel entonces tenía aproximadamente 10 años, era el más pequeño del grupo y por lo tanto mi hermano Adolfo solía cuidarme, muy a su manera, para no estorbar o provocar un accidente. Debo reconocer que yo era algo torpe y descuidado, pero, a pesar de todo, reinaba muy dentro de mí una curiosidad voraz por descubrir y experimentar nuevas cosas dentro del mundo que me rodeaba. Curiosidad que con el paso del tiempo siguió aumentando hasta llegar a un punto en  que se volvió una terrible obsesión.

Los chicos más grandes habían construido una especie de vehículo sumamente rudimentario, con pedazos de madera y plástico que habían encontrado precisamente en aquel basurero, el modelo a seguir había sido una especie de AVALANCHA que anunciaban en el programa de Chabelo por las mañanas. Un transporte tipo patineta pero con asiento y un pequeño volante en la parte frontal, con frenos colocados en llantas traseras, hecho especialmente para dejarse caer en alguna colina o una vereda demasiado inclinada. Creo que de ahí el peculiar nombre AVALANCHA.  Nunca antes se había probado aquel juguete, debido a las lluvias y los numerosos charcos de agua sucia que se formaban en ese suelo un tanto maltrecho.  Pero aquella noche era perfecta, el cielo estaba despejado y las estrellas podían verse sin ningún problema en aquel firmamento provinciano y marginal.

Por fin después de mucho batallar, llegamos al final de aquella agotadora subida. Desde ese punto podía ver  los montones de basura, y  esqueletos de autos abandonados  que se multiplicaban hasta la el horizonte de la ciudad. La distancia entre nosotros y el final del camino hacia abajo era muy considerable para la tarea que en pocos instantes íbamos a realizar.  Probaríamos el improvisado vehículo  en aquella peligrosa colina.

Como era de esperar, aquel frágil cochecito solo resistía la presencia de dos de nosotros, por lo que todos se estaban apuntando para la delicada misión. Unos a otros se empujaban y peleaban por estar entre los dos elegidos. Alguna que otra  confrontación física y un improvisado juego de azar hizo que mi hermano y otro amigo cuyo nombre me es difícil recordar, fuesen quienes se encargarían de tan delicada y peligrosa misión. Ambos acomodaron el coche de manera que quedara justo en medio del camino. Acción seguida mi hermano subió, y tomo el volante el otro chico intento hacer lo mismo, pero era demasiado voluminoso para caber en tan angosto lugar, por lo que los demás se turnaron para poder acomodarse en el espacio que faltaba, ninguno lo logro, nadie cabía, solo faltaba uno por probar…yo. Como era de esperarse mi delgada fisionomía y mi corta estatura hizo posible el acomodo perfecto, para iniciar la dura prueba. Mi hermano intento convencerme de que no lo hiciera pero fracaso, como ya lo dije, era muy curioso, además este era mi oportunidad para hacer aceptado por el grupo. Ya ustedes sabrán, ese sentimiento gregario que nos caga la vida muchas veces.

Y entonces nos preparamos para la impetuosa bajada, la sangre recorría mi cuerpo de una manera turbulenta, mi corazón golpeaba mi pecho como un martillo sobre el pavimento, en pocas palabras me estaba cagando de pánico, pero aun así resistí estoicamente a agarrado fuertemente de la cintura de mi hermano.

Inicio la travesía, la velocidad  aumentaba cada vez más, mi respiración se agitaba y mis manos comenzaban a sudar, tenía miedo, mucho miedo. Mi hermano estaba excitado y bastante eufórico por la emoción del descenso, yo temblaba un poco veía como todo a nuestro alrededor transitaba en  micro fracciones de segundos. Habían pasado solo unos instantes desde que iniciamos la caída, aun así se me hacia toda una eternidad, finalmente después de librar de forma heroica un pedazo de llanta que estaba justo a la mitad de nuestro camino, mi corazón se libero, empezó a encontrarle el sabor al asunto, tanto es así que grite, grite como nunca antes lo había hecho; Desaforada e incontrolablemente, un grito que se escapaba de mis vísceras, que brotaba de un lugar recóndito, que me llenaba del deseo cardiaco de saltar hacia el vacio, un placer indescriptible por la simple y sencilla añoranza de  ROMPERME MI MADRE, ese impulso de autodestrucción que llevamos todos en potencia.

Y fue así como pasó. Ese deseo logro su cometido, justo antes de llegar a la mitad del recorrido una de las llantas traseras se zafo y salió disparada hacia un extremo, el coche perdió estabilidad y se volcó, caí sobre el hombro izquierdo para luego rodar, y golpearme con los diferentes objetos que habían en el suelo , mi frente choco con una piedra lo que ocasiono que perdiera el conocimiento, baje arrastrado por la gravedad por aquella vereda, dibujando extrañas figuras asimétricas con mi cuerpo, para luego terminar mi accidentada trayectoria justo a escasos metros del final de aquella colina. Mi hermano, quien había corrido con suerte gracias a un arbusto que amortiguo su caída, corrió hacia a mí al igual que los demás muchachos.  Yo estaba en medio de la basura, inconsciente, el polvo y la  suciedad de mi ropa se mezclaban con la sangre que emanaba de mi piel. La posición de mi cuerpo era extraña, como la de un pájaro mal diseñado que se dejo caer sobre la superficie terrestre en un acto de desesperación.

Escena siguiente estaba en una camilla de hospital, con la aguja del suero colocado en el brazo derecho, el diagnostico del doctor: hombro y mandíbula dislocados, dos costillas fracturadas, una fuerte contusión en la frente, la cual afortunadamente no había pasado a mayores, tres dedos rotos y  múltiples moretones y rasguños en  espalda,  torso y  rostro.

Salí de aquel hospital a los tres días, recuerdo que durante las siguientes dos semanas hable muy poco, casi nada más que lo absolutamente necesario, sentía mucho dolor, un dolor insoportable, enmudecedor,  de esos que bloquean el llanto. Solo podía cerrar los ojos y pensar que hubiese preferido estar muerto. Mi cuerpo se transformo en una especie de ampolla punzante y purulenta a punto de estallar, un enema ambulante que se postraba ante los ojos de las personas clamando un final.

Un día me levante muy temprano,  fui hacia el espejo que estaba en el armario de mi cuarto, estaba totalmente desnudo, en aquel momento me  vi, observe mi reflejo, aquella imagen débil y grisácea llena de cicatrices, mis huesos se marcaban a través de la epidermis, estaba delgado, muy delgado a causa de la falta de apetito, en esos días apenas podía comer un plato pequeño de sopa o alguna fruta debidamente licuada por el dolor de la mandíbula.  Eso era yo, un pedazo de carne podrida y mallugada, completamente en la intemperie deseosa de ser devorada por algún perro de la calle.

Es  entonces  y solo entonces cuando  conocí el sufrimiento.

De esos días hasta ahora han pasado ya muchos años, tal vez demasiados, tantos que me jure a mi mismo ya no recordarlos. Pero es justo ahora cuando abro esta revista de procedencia anglosajona, que aquellas memorias vienen a mí como una especie de maleficio.

Y es la memoria, la maldita memoria de la piel y los huesos los que nunca, absolutamente nunca olvidan.

Es por eso que aquí estamos frente a frente…yo y la imagen impactante de DAVID NEBREDA.

CONTINUARA…

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