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BAJO EL EFECTO DOPPLER: MISHIMA O LA FRAGILIDAD DEL DESEO.

RECOMENDACION DE LA SEMANA.

Confesiones de una Máscara.

Imaginemos un abismo, una enorme abertura en el mar de la nada,  una inmensa grieta que nos devora, que mastica nuestros cuerpos y luego los escupe en la tempestad del silencio. Soñemos por unos momentos ese instante, escuchemos ese  latido que agoniza y se pierde en la distancia. Después…después podemos pensar, recordar (si así lo queremos) que alguna vez estuvimos vivos.

Siempre he pensando que el deseo nace y  brota de una mirada, se adhiere a nuestro pensamiento para después depositarse en la piel. La piel que no perdona,  que nos habita y nos posee de una forma u otra.

El deseo nos saca de nosotros mismos, nos desubica, nos dispara y proyecta, nos vuelve excesivos, hace que vivamos en la improvisación, el desorden y el capricho, máximas expresiones de la libertad llevada al paroxismo. El deseo reivindica la vida, el placer, la autorrealización, la libertad.

Eduard Punset, El alma está en el corazón.

Hablar de Yukio Mishima es hablar del deseo que desborda, que calcina, que sobre pasa  el tiempo y espacio. Una mirada al dulce anhelo de la muerte y la violencia exacerbada, que tiene su  origen en el corazón turbio y voluptuoso de un ser ubicado en los límites de la conciencia. Adelantado a su época este escritor japonés nos conduce en la vorágine de un mundo sutilmente caótico, mórbido, pervertido en el sentido más exquisito de la palabra, un viaje a través  de una tormenta de sensaciones que nos intoxican de poesía y dolor.

Confesiones de una máscara
, es un grito, un eterno grito al deseo, al apetito insaciable  que conduce a la extinción de una agonía. Adentrarse en sus páginas es similar a hundirse, como una espada, en las entrañas del autor.

Tal vez el error de Mishima fue ser demasiado de todo, demasiado amor, demasiado odio, demasiada ternura, demasiada sensibilidad para  un solo cuerpo, cuya máxima perfección  la encontró en el  cálido abrazo del suicidio.

Las flechas se han hundido en la carne tersa, fragante y juvenil, y pronto consumirán el cuerpo, desde dentro, con llamas de supremo dolor y éxtasis. Pero la sangre no mana, y no hay aún la multitud de flechas que se ven en otras representaciones del martirio de san Sebastián. Esas dos solitarias flechas proyectan sus calmas y gráciles sombras en la tersura de su piel, como las sombras de una rama en una escalinata de mármol.

Yukio Mishima. Confesiones de una Máscara.