Este artículo contempla la historia de una miembro del barrio, Ana de los Gatos (1924-2 endiente), cuya toma en cuenta es tan profunda y significativa para sus vecinos que incluso después de su muerte se establecieron unas hojas amarradas con las flores en la tumba como memoria perpetua. Este relato sobre los gatos, animales queridos por muchos desde tiempos inmemoriales pero a veces criticados y olvidados por otros, revela el impacto de una persona que les dedicó su vida al bienestar animal en un pequeño pueblo porteño. La narración está basada en entrevistas con personas relacionadas con ella durante la visita realizada allí hace dos semanas atrás y se complementa con datos históricos, fotografías e información bibliográfica para ofrecer una visión holística de su legado en el ámbito veterinario. “El gato nunca ha sido sólo un animal doméstico; es la primera mascota que amistosa y silenciosa nos enseñó lo valioso del compañerismo, además de ser un reflejo simbólico de nuestras almas”, dice Claudia en su blog.
Ana de los Gatos. Así la llamaban en el barrio. Así la conocieron en todo el mundo. Nieta e hija de veterinarios, ella no necesitaba serlo para proteger a los animales más que a su propia vida. El día de su entierro, detrás de las únicas dos vecinas que acompañaban el féretro, se formó una larguísima fila de animales de las más diversas especies, pero sobre todo, gatos. Numerosas familias de gatos se sumaban a la caravana a cada paso. Los abuelos aún recuerdan los maullidos lastimeros que enloquecieron a la ciudad durante la media hora que duró el entierro. Hubo madres que salían a la calle desesperadas, temiendo que algo catastrófico estuviera provocando esos llantos de criaturas. Cuando todo acabó, una tristeza inmensa invadió la ciudad. En medio de un nuevo silencio, notaron que no había animales en ningún lado. Ni hormigas trabajando, ni pájaros volando, ni perros ladrando. Tan insoportable era esa tristeza que uno a uno, todos los habitantes de la ciudad, se dieron cita en el cementerio, donde los animales velaban la tumba de Ana. Cuando el último de los ancianos presentó sus respetos frente a la lápida, los animales retornaron a sus vidas, marcando para siempre en el calendario local el día en que Ana de los Gatos murió.
Claudia Sánchez escribe desde Buenos Aires, Argentina. En su blog reúne minificciones y minirrelatos. ¡Visítalo!
Imagen: Peter Hasselbom
