Una a una él fue soltando por los 140 caracteres del twitter las razones de su pérdida, dejando huella de su estadío de decepción y desatino, del por qué ahora estaba irremediablemente destinado al sufrimiento, al proceso del duelo, a la redefinición de sus proyectos, amorosos al menos.
Por más que se esforzaba, la presión de las yemas en las teclas sólo escupía frases como salidas de un emo en decadencia.
Quien lo leyera asumiría de inmediato que ahi estaba uno de esos a los que le gusta regodearse del dolor, que se sabe feliz siendo desdichado.
Comenzó en una hora donde los presentes de su Time Line suelen ser renegados del sector de los socialités, o bien que aman las noches para soltar su veneno, o aquellos que gustan de mostrar sus logros en el mundo de los noctámbulos.
Rebasaban las 21 horas, le pareció entonces conveniente destilar el desencanto, usar ese espacio privilegiado para demostrar su desdén.
“Delíneo con ahínco tres mil maneras de nombrarte, eres compleja y divina; cobarde y disfuncional ¡cuán parecidos!” las reacciones no se hicieron esperar, que si eso se trataba de algo real, si el emisor trataba de hundirse en lo profundo.
Supuró esa herida y vino entonces un segundo desvarío, no podía quedar sólo en eso “reacomodo en la aorta esos latidos que sólo iban dirigidos a ti, ahora busco otra destinataria”. Recelo, venganza, ira y todas esas reacciones cuasi lógicas del despecho.
Hizo un examen de conciencia, le regresó el cariño entrañable y por un momento quiso reconocer lo mucho que aún la amaba, escribiendo: “Suspiro suavecito y simulando bostezos, no sea que el alma crea que esas remembranzas van dedicadas a ti”.
Iluso, creyente de imposibles, estaba hundido hasta el cogote en aquellos ojos, en la piel, en los cabellos de esa mujer.
Reviró y asumió que necesitaba justificarse, redactando así: “Enlisto las razones que me hacen ponerte en un sitio apartado de mis favores, lo siento me he quedado sin papel para escribir de ti”, le salió lo infantil, como no queriendo darse cuenta de la virtualidad en que le brotaban los dolores.
Fue acelerando el paso y la rabia.”Qué estúpida idea es esa la de acomodar sentimientos, archivarlos, ponerlos en orden de aparición, ayuda en algo al dolor de lo extraviado?”, se preguntaba sabiendo la respuesta.
“Asomándome a la memoria pude darme cuenta que apenas quedan vestigios microscópicos de mi arrebatado amor por ti. Llámalo estulticia, llámalo estupidez, pero todos esos momentos de pasión irremediable, esos me los quedo yo, puedes llevarte lo demás”, volvía a la carga en el veneno, amor mezclado con odio, con rechazo y con desprecio por lo que se fue.
Pero algo en su interior insistía: “Suelto uno a uno los amores atados al desencanto y entonces, como no queriendo asoma el aferrado dese de besarte otra vez ¡qué necio!”
Un necio aferrado a los imposibles que a como diera lugar trataba de demostrar que aquella que lo había dejado en el arroyo del desprecio ya no importaba más, que podía seguir adelante y fue cuando vomitó: “Ni asombro, ni indiferencia, es sólo que te saliste de la pare central de mi cerebro y cada vez es como un nunca”.
Justificó para ese momento las causas de la separación, hizo examen de conciencia y dejó claro para sus adentros y las opiniones de quienes lo leían, “fui aprobando los excesos, dejando paso abierto a los sin límites, no sabia que aquellas anuencias tendrían el mismo resultado: abandono”.
Atención: este post no es copyleft. Se reproduce aquí solamente con permiso de la autora.
Nancy Escobar vive en Ciudad de México y es periodista. También escribe en el blog My Punto Web, y puedes seguirla en Twitter a través de @calexicon.
Imagen: Ojo de vidrio