Pedimos por años ser iguales, hombres y mujeres. Nos esmeramos en hacer textos, tratados, propuestas, leyes y reformas para dejar claro que somos lo mismo, que merecemos lo mismo y que debemos esperar lo mismo.
Al final del día ¿qué tenemos si lo ponemos en la balanza?: una desigualdad estúpidamente entendida como defensa de las diferencias, equidad de género en términos del terreno de la demagogia.
Para mi particular idea de que la vida es sin complicaciones, tampoco creo que pueda ser tan sencilla como para definirla en cuestión de máximas, las diferencias nos hacen interesantes.
En mi transcurrir por todo tipo de redes sociales, la constante ha sido encontrarme con una mayoría de hombres y mujeres por igual –sin caer en los porcentajes exactos, que no los tengo y me parecerían aburridos en esta discusión de tono filosófico–, que defienden por encima de todo su individualidad.
Claro la cosa cambia a la hora del discurso, casi siempre hay dos visiones de una misma persona.
Está el caso de aquella que se muestra super voluptosa, sensual y llamativa en una foto de metroflog, o que incluso sube sus imágenes tres equis con reserva VIP en Badoo, pero al mismo tiempo simulará que no le gusta el sexo fácil, asumirá como línea su especial deseo por la conquista, y dejará aclarado que no se irá a la cama con el primer desconocido que le proponga intercambiar fluidos.
Por el lado masculino, habrá el que en su perfil de Meet Me diga que está interesadísimo en conocer amigas, en ser un buen acompañante en una tarde de café; dirá incluso que busca una seria relación con alguna mujer que llene sus expectativas.
Sí, todo lo anterior cabe la posibilidad de ser cierto y honesto (dejemos los absolutos que son en sí mismos un acto discriminatorio), sólo que desde la primera cita hará las veces de escrutador anatómico, haciendo cálculo de las medidas de la interfecta, o que desde las charlas virtuales deje ver que su intención inmediata es llevarse a la cama a la mayor cantidad de incautas.
O bien las stalkers, perversas y abiertas en temas de sexualidad que irán por la vida pretendiendo sólo amistad, pero que se mueren de ganas de seguir poniendo palomitas a su lista personal de cuerpos poseídos.
Están los perfiles invertidos, aquellas chicas que asumen que el pudor y el recato son atractivos invaluables y apuestan todas sus canicas a serlo, o al menos demostrar que lo son, ponen el grito en el cielo si reciben propuestas para encuentros cercanos del tercer tipo, se sienten ofendidas por el discurso soez y burdo, pero mueren de ganas por abrirse, ser explícitas y procaces.Las de dicho club guardarán silencio respecto a sus instintos o serán veladas sus intenciones, porque cómo decía la abuelita, “eso no es de mujeres decentes”
También es posible toparse con aquella que quiere ser tratada como princesa, que exige trato caballeroso como lista de peticiones para salir con alguien, y a cambio no dará ni una sonrisa o un trato de cortesía al mismo nivel para el pretenso.
Exigirá ser tratada como igual, pero a cada paso se encargará de refrendar aquellas costumbres machistas que hacían ver a la mujer como inútil, un ser incapaz de abrir una puerta o un frasco de mayonesa, y ya no hablemos de pagar una cuenta a mitades.
Los contrasentidos entre lo que deseamos y lo que expresamos es mal endémico del ser persona, pero sí creo que va teniendo un mayor o menor grado de intensidad o de transparencia, dependiendo del país de donde se provenga, la educación que se haya chupado en la escuela y en la casa, e incluso será inversamente proporcional a la historia familiar.
Sin afanes protagónicos o de sapiencia, que no tengo, creo que este proceso de convivencia y acercamiento entre dos desconocidos puede funcionar, sí y solo si los involucrados deciden mostrarse tal cuales son.
No se trata de ir por la red o por la vida del día a día mostrando un rostro y en la intimidad o en el trato resultar ser otros, no somos iguales y por ello no debemos mimetizarnos. Hombres y mujeres tienen ante sí la valía de definir que esas diferencias nos hacen interesantes, complejos, atractivo.
Complementarse sería si acaso el fin último, unir piezas, hacer match entre el ying y el yang, unir tuercas con tornillos, pero no en el afán de desaparecer al individuo, sino de resolver un crucigrama en el que va de por medio nuestra vida. La apuesta debiera, creo yo, ser por el deleitarse de la vida del otro que nos interesa involucrar en nuestra vida, y no sólo hablo de las relaciones formales que nos han orillado a pensar son las únicas. Hablo del denostado “free”, de las parejas sexuales, de los novios informales, de los amigos con derechos, de los amores comprometidos ante toda instancia de escrutinio.
Conocer, mezclarse, iniciar algo con otro alguien no implica vender el alma al mejor postor, o defender a ultranza nuestra ideología, hay que saber llegar a un justo medio en el que tener un sexo distinto no sea sólo hacer referencia al nombre de los genitales, fuimos hechos diferentes para completarnos.
Atención: este post no es copyleft. Se reproduce aquí solamente con permiso de la autora.
Nancy Escobar vive en Ciudad de México y es periodista. También escribe en el blog My Punto Web, y puedes seguirla en Twitter a través de @calexicon.
Imagen: Sara Musico