¿Se han fijado alguna vez en la cantidad de calorías que ingerimos cuando vamos al cine? Palomitas, chuches, chocolatinas… Atrapados por las imágenes de la película, nos zampamos cualquiera de estos productos en pocos minutos. Sin que podamos explicar cómo, en un abrir y cerrar de ojos, ¡zas! La bolsa está completamente vacía. Y el estómago, lleno.
Que comamos de forma no consciente, abducidos por películas o programas de televisión, sin darle importancia ni a la cantidad ni a la calidad de los productos ingeridos, no es baladí. Varios estudios asocian el visionado televisivo con una ingesta más alta de productos de baja calidad nutricional pero alto valor calórico.
Este hecho es particularmente alarmante entre el público infantil ya que, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), más del 40% de los niños y niñas españoles es obeso o tiene sobrepeso. La cifra nos sitúa a la cabeza de Europa en los índices de obesidad infantil.
Anuncios llenos de HFSS
El problema se agrava cuando lo que se proyecta en la pantalla son anuncios de productos alimentarios y bebidas de alto valor calórico y bajo valor nutricional. Internacionalmente conocidos con las siglas HFSS (High Fat Sugar Salt).
Decididos a ponerle números a la situación, hace poco lanzamos desde la UOC un estudio para analizar el impacto de la publicidad televisiva en los menores españoles de 4 a 12 años. Después de todo, no hay que dejarse engañar por el auge de los medios digitales entre los menores. La “caja tonta” sigue teniendo omnipresencia en los hogares españoles. Según datos de la Asociación de Investigación en Medios de Comunicación (AIMC), el 99% de los niños y las niñas ve contenidos televisivos habitualmente y un 80% los consume a diario.
Lo preocupante es que la mayor parte de este consumo se realiza durante franjas no protegidas por la regulación de protección a los menores. Y eso implica que la mayoría de campañas que impactan en los menores están dirigidas a consumidores adolescentes o adultos.
Si comes esto, saltarás de alegría
Nuestra conclusión directa es que la calidad nutricional de los productos alimentarios anunciados más vistos por los menores entre 2016 y 2018 deja bastante que desear. Eso y que, a medida que baja el valor nutricional de los productos anunciados, incrementa la presencia de elementos que transmiten ideas relacionadas con experiencias positivas.
Las galletas, la bollería industrial y otros productos de escaso valor nutricional se vinculan a conceptos como diversión, felicidad, aventura y éxito. Lo que alienta a los pequeños de la casa a consumirlos.
Esta relación entre la comida y las experiencias positivas es particularmente alarmante si tenemos en cuenta que cada vez es más frecuente el emotional eating (comer emocionalmente). Es decir, que personas con dificultad para gestionar sus emociones traten de compensar esas carencias ingiriendo alimentos ricos en energía pero poco nutritivos. Eso explica por qué varias investigaciones previas relacionan el consumo de alimentos de bajo valor nutricional con un estado de ánimo personal bajo.
Asimismo se ha demostrado que la publicidad de productos hedónicos –aquellos que comerías por placer, pero sin hambre, como chocolate o patatas fritas– puede modificar el comportamiento, causando alteraciones alimentarias, como el trastorno por atracón.
Malnutridos y bajitos
Las primeras consecuencias no se han hecho esperar. Unicef ya ha alertado de que cada vez más críos ingieren más calorías de las que deben con menos nutrientes de los que necesitan. La alimentación rápida y moderna está desbancando a la tradicional y saludable. La malnutrición se extiende como la pólvora. Hasta el punto de que el consumo habitual de galletas, platos preparados y refrescos se relaciona con una disminución en la estatura de los menores.
La cosa no pinta nada bien si tenemos en cuenta que, paralelamente, ha descendido la actividad física de los críos a favor del ocio digital. Según denunciaba hace días la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el 80% de los adolescentes realiza menos de una hora de actividad física al día, muy por debajo de sus recomendaciones.
Todos estos datos muestran la necesidad de reconsiderar la regulación publicitaria actual sobre los productos alimentarios. No solo porque los niños y las niñas quedan desprotegidos debido a su consumo televisivo en franjas adultas. También porque habría que poner freno a los discursos publicitarios demasiado hedonistas, que tiene consecuencias negativas en el bienestar de las personas, especialmente en las más vulnerables.
Mireia Montaña Blasco, Profesora de los Estudios de Ciencias de la Información i de la Comunicación, UOC – Universitat Oberta de Catalunya
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.