A solo un mes de las elecciones presidenciales estadounidenses del 3 de noviembre, contraer el virus podría tener consecuencias políticas positivas o negativas para Donald Trump. Por supuesto, todo dependerá de la gravedad de la enfermedad del presidente estaounidense. Pero no debemos descartarlo, ni pensar que Biden ya es Presidente.
Estos son los efectos de la COVID-19 que podrían condicionar los comicios para Trump.
Efectos negativos
Los días de aislamiento de Trump dejarán en suspenso su intensa actividad de campaña. Trump tiene más capacidad que Joe Biden para activar a las masas. Esta ventaja ahora se ha evaporado.
Trump es un hombre enfermo. Hacer campaña exige tener una buena salud. Cualquier ventaja física derivada de ser el más joven (74 años frente a los 77 de Biden) o estar en mejor forma de los dos candidatos ha desaparecido.
Dado que a menudo ha menospreciado la virulencia de la COVID-19, el presidente se enfrenta a la humillación pública de ser una víctima de esta enfermedad. Trump no maneja bien la humillación: el relato de su infancia, contado por su sobrina Mary L. Trump, está repleto de ejemplos de cómo el joven Donald no podía soportar la humillación.
Trump ha confeccionado una imagen de hombre fuerte durante décadas. Si las cosas no salen bien, se verá cada vez más como un hombre de 74 años. Si su experiencia es como la de Boris Johnson, Trump bien podría estar fuera de acción durante semanas con el consiguiente desafío psicológico de la recuperación que pesa sobre él. El primer ministro británico, según han observado varios íntimos, aún se encuentra en periodo de recuperación, afectado cognitiva y emocionalmente por su lucha personal con la COVID-19.
Efectos positivos
Debido al virus, Joe Biden ya era cauteloso ante las campañas cara a cara. La enfermedad de su oponente algo más joven podría mantener a Biden más atado a su despacho y menos dispuesto a salir el campo de batalla.
Trump no es el primer líder en contraer el virus. Mientras que Boris Johnson estuvo muy enfermo, los efectos del virus en Jair Bolsonaro, el presidente brasileño, fueron relativamente leves. Bolsonaro pudo afirmar, por experiencia propia, que pocas personas que contraen el virus mueren realmente por él. Este ha sido el estribillo básico de Trump durante el transcurso de la pandemia. Detectar y recuperarse del virus podría demostrar que tenía razón desde el principio. Los confinamientos, podría insistir Trump, fueron una reacción exagerada a una enfermedad contagiosa pero no virulenta.
La historia nos dice que los candidatos presidenciales enfermos a menudo ganan las siguientes elecciones (Ronald Reagan casi muere en un atentado en 1981 pero ganó de calle en 1984) o que lo hace su partido. Después de que Warren G. Harding muriera en el cargo en 1923, su partido, el republicano, permaneció en la Casa Blanca durante otros diez años.
De hecho, los presidentes asesinados tienden a garantizar que su partido retenga la Casa Blanca en las siguientes elecciones: el asesinato de Lincoln en 1865 motivó que Ulysses S. Grant ganara en 1868. El asesinato de William McKinley en 1901 puso a su vicepresidente, Theodore Roosevelt, en el cargo durante ocho años. El asesinato de John Kennedy en 1963 llevó a Lyndon Johnson a ganar de manera aplastante el año siguiente. Morir no es, por supuesto, el plan de Trump, pero la enfermedad y la muerte no tienen por qué significar que el Partido Republicano pierda la Casa Blanca.
El presidente más grande de la historia de Estados Unidos medido por victorias (1932, 1936, 1940 y 1944), Franklin Roosevelt, también fue el más afectado por la mala salud. Víctima de la polio, pasó toda su presidencia en silla de ruedas. No se trata de que la COVID-19 vaya a convertir a Trump en Roosevelt, sino de observar hasta qué punto la enfermedad puede empoderar a un presidente.
La enfermedad de Trump podría tener un efecto positivo en el tono del discurso político. Biden no querrá que se le vea demonizando a un oponente enfermo. Es casi seguro que los cara a cara presidenciales se cancelarán, lo que probablemente se traduzca en un debate nacional más civilizado.
De nuevo, solo podremos comenzar a estimar adecuadamente las ramificaciones políticas del diagnóstico de COVID-19 de Trump cuando conozcamos su pronóstico. Es otro elemento de incertidumbre en este año electoral tan extraño e inseguro.
Timothy J. Lynch no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
Fuente: The Conversation (Creative Commons)
Author: Timothy J. Lynch, Associate Professor in American Politics, University of Melbourne