En las últimas semanas se han repetido las noticias que evidencian los efectos claramente visibles en el medioambiente de las medidas de confinamiento de la población. Nos hemos acostumbrado a la presencia de contaminación y por eso notamos su ausencia en condiciones excepcionales como las que estamos viviendo.
Desde zonas industrializadas de China con niveles de contaminantes atmosféricos bajo mínimos hasta canales venecianos o playas mediterráneas de aguas cristalinas, los efectos del confinamiento sobre los maltrechos ecosistemas saltan a los medios para, al menos, hacernos reflexionar sobre nuestro impacto en el planeta. Sin embargo, ¿qué ha ocurrido con aquellos contaminantes que afectan al medio pero cuyos efectos pueden pasar inadvertidos para la sociedad?
Cambios en los contaminantes visibles
Cuando hablamos de contaminantes visibles nos referimos a todas aquellas formas de polución que solemos ignorar en nuestro día a día, pero que pueden ocasionar cambios en nuestra vida diaria. Un claro ejemplo son los gases atmosféricos nocivos como el dióxido de carbono o los óxidos de nitrógeno, que provocan restricciones de movilidad en grandes ciudades cuando sus concentraciones exceden los umbrales establecidos por las administraciones.
Las medidas de paralización de la actividad económica y social derivadas de la crisis sanitaria de la COVID-19 han tenido efecto, por ejemplo, en las concentraciones de contaminantes atmosféricos como el dióxido de nitrógeno (NO₂), derivado de la quema de combustibles fósiles.
La Agencia Espacial Europea puso primero el foco en China y después en Europa. Mediante las medidas del satélite Copérnico Sentinel-5P, comprobó cómo habían descendido las concentraciones de este contaminante durante el confinamiento de la población. En dichas imágenes se repite el patrón de disminución de concentraciones de NO₂. En China puede observarse además cómo las concentraciones vuelven a aumentar pasado el periodo de confinamiento.
¿Qué ocurre con los contaminantes invisibles?
Las medidas de confinamiento de la población no tienen efecto sobre otro gran grupo de contaminantes: aquellos cuyos efectos nocivos pasan desapercibidos y que en el ámbito de la investigación medioambiental se conocen como contaminantes emergentes.
Este conjunto engloba una gran variedad de sustancias químicas que se utilizan ampliamente en nuestra vida diaria, pero que pueden provocar efectos adversos en el medioambiente y en los seres vivos. Existen pocos estudios de toxicidad sobre estos compuestos, por eso no se encuentran recogidos en legislaciones ambientales.
Entre la multitud de contaminantes emergentes existentes encontramos fármacos, productos de cuidado personal, drogas de abuso, pesticidas o retardantes de llama que acaban, en el mejor de los casos, en las aguas residuales. La falta de legislación hace que los tratamientos de depuración no estén diseñados para eliminar esta multitud de compuestos, lo que provoca que puedan acabar vertidos en el medio a través de las estaciones depuradoras de aguas residuales (EDAR).
Aunque la crisis de la COVID-19 ha provocado que la generación de aguas residuales decaiga, sobre todo en áreas muy turísticas, el confinamiento de la población en zonas urbanas ha provocado que las EDAR trabajen a pleno rendimiento. Esto, ligado al hecho de que las aguas residuales urbanas son una de las fuentes principales de contaminantes emergentes, significa que el vertido al medio de estas sustancias que consumimos en los hogares y no se eliminan en las EDAR sea constante durante el periodo que dure el confinamiento.
¿Es un verdadero respiro para el planeta?
Aunque pudiera parecer que hemos dado un respiro al medioambiente, como afirma Li Shuo, asesor principal de políticas globales de Greenpeace en Pekín, no es tiempo de “descorchar el champán” por la disminución de la contaminación.
Durante estos meses, a las enormes cantidades de contaminantes emergentes que llegarán al medio desde nuestras casas habrá que sumar todos aquellos derivados de la lucha contra la pandemia. Por ejemplo, en Wuhan, el impacto del coronavirus produjo un aumento de 200 toneladas de residuos diarias, lo que supone cinco veces la producción normal de la zona. Otros países como Italia o algunos estados de EE. UU. han puesto en suspenso sus programas de reciclaje.
La aparición de la COVID-19 ha tenido un gran impacto en nuestro presente y también lo tendrá en nuestro futuro. Sin embargo, podemos considerar esta crisis como una oportunidad para construir un sistema económico y social que proteja la salud del planeta.
¿Servirá esta pandemia para modificar nuestros hábitos? ¿Apostarán los gobiernos por una vuelta a la normalidad cuidando, a la vez, el medioambiente? ¿Se relanzará la actividad económica aplicando criterios de sostenibilidad? Tenemos una oportunidad de oro para demostrar que algo ha cambiado durante las semanas que nos hemos quedado en casa. No la desperdiciemos.
Rayco Guedes Alonso es miembro de la asociación para la conservación medioambiental Latitud Azul.
Fuente: The Conversation (Creative Commons)
Author: Rayco Guedes Alonso, Investigador doctor – Análisis de contaminantes en muestras ambientales, Universidad De Las Palmas de Gran Canaria