Cuando el niño era niño, caminaba balanceando los brazos.Quería que el riachuelo fuera un río, el río un torrente, y este charco, el mar.
Cuando el niño era niño, no sabía que era un niño. Todo le parecía lleno de vida, y todas las almas, una sola.
Cuando el niño era niño, no tenía opiniones sobre nada, no tenía costumbres. Se sentaba en el suelo con las piernas cruzadas, echaba a correr, tenía un remolino en el pelo, y no quedaba mal en las fotos.
El cielo sobre Berlín, Wim Wenders, 1987
Suena la campana, no te quedes en el rincón. No dejes que los pensamientos te abrumen. Mutis. El silencio es muy claro. La palabra a veces un espejismo. Si el lenguaje sólo tuviese dos palabras, es obvio, definiríamos todo de un modo tosco, si hubiese diez palabras igualmente sería un balbuceo de supervivencia, sin matices, grosero y simplón. Pues eso es lo que muchas veces parece. Vale, se me ve venir, hoy estoy criticón, y no excesivamente pacífico…
A veces hablo mucho, entonces me duele el cuello. Otras veces veo cosas por las que agarraría a alguien del cuello. No es que sea violento, es que me sale. Siempre que me pasa esto, como hoy, me viene a la memoria un gran amigo de Barcelona. Él, es un tipo humilde con una sensibilidad a prueba de bomba, alterna con fanfarronadas demoledoramente duras y certeras. Siempre que estoy demasiado seguro de mi mismo, la vida nos llama por teléfono, y entre bobadas y casuales nos rompemos la crisma a base de bien. Siempre me quedo más tranquilo y la Tierra no duda en retomar su mareante revolución diaria. Nuestra palabra en clave es “oink”, desafiando al universo con una clara actitud porcina. Agradezco su amistad y cercanía a pesar de los años. Usamos habitualmente metáforas de deportes deslizantes, fluidez, armonía, equilibrio y vino. No importa que las cosas no se entiendan, el asunto va más de surfearlas con tino, menos de llegar a ningún lugar en concreto o estado privilegiado. Con las palabras o rones que sean precisos, hay que partir sin esperar llegar a puerto, siempre partir, dejar las seguridades del espejismo. En fin, marranear los conceptos intocables, llenarlos de barro y meter el hocico en los torreones prohibidos.
Estos valientes amigos, del mismo modo que a veces son tan tormenta del desierto en sus vidas, otras no se lo creen del todo, y adoptan un tono nihilista. Y el tema es que a veces no les falta razón. Oink. Ya lo sabíamos pero, es que esto de estar vivo es una carambola permanente, golpeando procesos, viviendo tránsitos, coexistiendo con cambios. Esto son hechos, y el abrigo conceptual se podría denominar la teoría del coscorrón permanente, lidiar con ella nos endurece y ablanda sin perdón. Algo así nos obliga a una indeterminada mezcla de tenaz ataque y firme defensa. Pero, pero, pero acomodarse a ver las cosas como inamovibles tiene su riesgo. Imagina: despertar de la siesta, amodorrado y necesitado de lucidez, aún confundiendo sueño y vigilia, y para espabilarse una ducha. Pero el agua abrasa y tienes que socarrarte por ese viejo termo, patinarte al salir de la ducha, aterrizaje forzoso en la alfombra mojada, no sin antes tirar la cortina, y lanzar -sin querer- en precisa parábola la pastilla de jabón por la ventana que estaba abierta. La pastilla cae de un tercer piso para golpear un coche de la policía, que frena en el acto. Suena una sirena. Lo mejor será hacerse otro café cargado, cafeína en tu modorra. La mejor defensa es espabilarse, quitarse la pereza de un plumazo, hacer el esfuerzo de placar al invisible púgil del día a día. Bueno, cansado de tanta metáfora vayamos a la chicha del asunto. La estrategia decidida: respira siete veces antes de actuar, aunque estés muerto de miedo, así que en guardia, agacha la cabeza, cómete esas palabras, no pienses tanto y hazlo, díselo, atrévete, esquiva ese crochet -ese temible puñetazo semicircular dirigido a la cabeza-.
Ejem, vamos allá, basta un rápido viaje al pasado, luego regresamos, abróchense lo que haga falta. No hay efectos especiales, imaginen nuevamente: métanse en un entorno que cambió el mundo, pensadores y pensadoras con poco más que uvas, sandalias y ganas de comprender. Rabiosa reacción ante imperios orgullosos y destructivos. Aunque se podría recrear ahora, pero retrocedamos, y sobrevolando unas islas del mediterráneo oriental, llegamos a destino: la rutilante ciudad de Corinto… hace 2700 años, a tiempo para los Juegos Ístmicos, que se realizaron en Corinto. Construida sobre un istmo (del griego: isthmos, cuello) que es una estratégica franja estrecha de tierra que une, a través del mar, dos áreas mayores de tierra. Entonces, estamos cotilleando en esa liguilla internacional donde se disputaban sucesivamente el pugilato, la carrera, el salto, el lanzamiento de disco y el de jabalina, y otros golpes diversos y organizados.
Bueno, era un encuentro que se celebraba al tercer año de cada Olimpiada en honor a Poseidón, y fueron unos juegos revueltos, como los huevos, pero revueltos porque a veces lo firme se transmuta en arenas movedizas… todo preparadito, el santuario panhelénico de este dios fue dispuesto para darles acogida en el año 690 antes de un tal Jesús. Ahora estamos ahí, y con semejante señor acontecimiento empieza el combate, y lo que se batalla es la humildad y el carácter frente a la zancadilla imperial de fatuos líderes y emperadores. Modo elegante e irónico de hacer bailar el cha cha cha a los paladines del privilegio y la esclavitud. Y vemos que la antigua libertad de espíritu no se acobarda, no se rinde, y los filósofos ayudaron: esa troupe de humildes samurais pordioseros y sagaces. Los tiranos temblaban ante los insumisos filósofos pobres, como Diógenes el perro…
Unos años antes, Diógenes de Sínope a bordo de un barco rumbo a la isla de Aeginia, fue capturado por los piratas y vendido en Creta. Tras ese pellizco de los socarrones dioses, fue puesto a la venta como esclavo, y en ese proceso, le preguntaron qué era lo que sabía hacer, y respondió: “Mandar. Comprueba si alguien quiere comprar un amo“. A nuestro amiguito le compró un tal señor Xeniades. Y se fueron a su casa, en la city de Corinto, donde Diógenes recuperó la libertad a cambio de ser el profe de repaso de los hijos de ese señor. Y ahí se quedó, dando la chapa sobre sus ideas del autocontrol y de sentirse “ciudadano de mundo”, inventando con cuatro pares de narices el pensamiento cosmopolita: todos del mismo lugar, del planeta, sin reconocer naciones ni propiedades. En fin, un valiente cínico con túnica y sandalias. Ejem, volvamos a la Olimpiada. Lo que hizo el perro, aprovechando la afluencia de guiris que asistían a los Juegos Ístmicos, fue simple: ladrar. Su bla bla bla ante curiosos y desprevenidos era un directo, un puñetazo fuerte y decidido en los morros. Se comía unas uvas y seguía hablando, cerca de su barril, donde dormía muchas veces. Una aclaración: el síndrome de Diógenes asocia mal su verdadera filosofía, él se deshacía de todo lo superfluo, él era un optimizador, un simplificador nato, no acumulaba. Si podía beber con las manos: tiraba el cuenco. Las cosas como son, fue un precursor poco entendido y ridiculizado, un segunda categoría, en el banquillo de los libros de historia, el perro del canódromo por el que nadie apuesta, ese discreto sin hogar de la Antigua Grecia. Entonces conoció a Alejandro, Alejandro Magno.
Una mañana, oculto entre turistas -ansiosos de ver mamporros y sprints- se acomodó en una plaza, y meditabundo o adormilado se puso a tomar el sol. Alejandro el conquistador, interesado en conocer al famoso filósofo se acercó a Diógenes amodorrado…
–“Yo soy Alejandro Magno”
a lo que el filósofo contestó:
–“Y yo, Diógenes el cínico”
Alejandro entonces le preguntó de qué modo podía servirle. El filósofo replicó:
–“¿Puedes apartarte para no quitarme la luz del sol? No necesito nada más”.
El rumor dice que se quedó tan impresionado con el dominio de sí mismo del cínico que se marchó diciendo: “Si yo no fuera Alejandro, querría ser Diógenes”.
Ya termino, vamos, que hay que tomar cartas en el asunto, siempre, darle un volantazo a lo normal, reírse de la ceremonia, atreverse, quemar las naves y adentrarse en uno mismo dibujando cada día nuestra vida, así podremos hacer algo, dale.
A mi derecha con 95 Kg. de peso, el fornido energúmeno peso pesado, a mi izquierda, el flaco filósofo (superwelter como mucho), en el centro: tú, lector, dudando de mi seriedad. Ya, nadie aceptaría semejante combate, pero el flaco púgil es valiente y se ríe de las normas. Suena la campana. Eso es, otra mañana, dando tumbos por Corinto, Alejandro vio de nuevo a Diógenes, que miraba empanado una pila de huesos humanos, al ver al conquistador ni corto ni perezoso le dijo: “Estoy buscando los huesos de tu padre pero no puedo distinguirlos de los de un esclavo”.
El peso pesado se desploma, gana la valentía de pensamiento y rompe las narices a los malos… Yo digo que te atrevas, que si lo intentas puedes lograrlo.
Pero no confundas la urgencia con la importancia, debes diferenciar lo accesorio de lo esencial. Debes salirte del hipermercado de los modos de vida, evitarlos… No está mal inventarte cada día un poco, tal vez abrazar las dificultades como una invitación a suavizar tu rigidez, ser flexible con la tiranía del pensamiento permanente, escupir al dogma bobo, reírse de la ceremonia vacía. No comulgues con ruedas de molino, no honres acuerdos en los que no participaste. Hay inspiradores ejemplos de antihéroes singulares… ya está bien de la selección All-Star de los pensadores… llega a ser un poco cansina, ¿no? …en el fondo tantos problemas como gurús o líderes o moralizantes carcamales… cosa curiosa. Quizá esta vez tengas tú la diosa Fortuna de tu lado, y ya sabes que sólo favorece a los osados. Triste, de capa caída o ceño fruncido, da igual, en el fondo, ahí dentro, tienes un nudo, que se convertirá en algo. De ti depende que ilumine o de sombra. Luego no te quejes, así que sea donde sea, deslízate por los problemas, salta entre todo derrumbándose y con una confianza ciega no te acobardes. Tu actitud determinará el combate, y para mi eres brillante. Sigues siendo ese niño que sueña, y sigue teniendo el mundo en sus manos. Sé generoso y comparte lo que ronda por ahí dentro. Sólo han cambiado las nuevas grietas sobre tu piel. Sé valiente, aparca un rato la pereza y el miedo, ponte los guantes y boxea. Suena la campana.
Marc Masmiquel radica en España y es periodista, diseñador independiente y creador de la Editorial Invisible.
Artículo reproducido con permiso de su autor, consultable en su blog Deriva y Vencerás.
Foto: Deriva y Vencerás