Por: Susana López Urrutia
España arde de rabia. Los sindicatos achacosos y ‘traidores’ son los inútiles gestores de una energía cada vez más fragmentada que sólo provocará cambios positivos si es capaz de canalizarse pacífica y coordinadamente a través de intermediarios que inspiren y enamoren. La necesidad de encontrar a estos mediadores es imperiosa. Si los esfuerzos por construir una alternativa son infructuosos, el único escape de la indignación serán la rabia y la violencia. ‘Democracia Real Ya!’ -inspiradora del ‘milagro’ español que movilizó a millones de ‘indignados’ en todo el mundo- posee los atributos idóneos para hacer de las voces desencantadas una poderosa arma de presión. Pero cuando España explota, la plataforma que la despertó, duerme
‘Democracia Real Ya’: La ‘niña prodigio’ no despierta
marzo 2, 2012
Indignados de España, enamoraos. No es ninguna broma. Es una necesidad y es urgente e imperiosa. El final del túnel no se atisba y los responsables de sacarnos de el tampoco pretenden ya hacernos creer en difusas luces: ni brotes verdes, ni optimismo. Crecerá el paro, caerá el consumo y la reforma laboral -lo dicen sus mismos defensores– no generará empleo hasta que la situación económica mejore -no, ¡no es una broma!-. Nos lo han advertido: en el horizonte no se atisba el sol y, si quedaba algún rayo, ellos se han encargado de poner las nubes por delante para dar legitimidad a la que nos tienen preparada: cuando el desmantelamiento del mundo que conocíamos comience tendrán el terreno abonado: ”no quedaba otro remedio”, “vivimos por encima de nuestras posibilidades”, argumentarán para forzarnos a agachar la cabeza. Debemos estar preparados para la llegada de ese momento -los griegos ya están allí- y debemos enfrentarlo enamorados. La energía que nace de la ilusión porque un cambio es posible –lo es– es constructiva. La que lo hace del odio viciado contra la injusticia imperante, no sólo es peligrosa -genera violencia-, sino muy conveniente para un poder deseoso de desacreditar cualquier atisbo de insurrección.
Desgraciadamente los españoles no podemos enamorarnos. Nos faltan candidatos. La manifestación convocada por los sindicatos el 19 de febrero contra la reforma laboral -que, como mínimo, socava los derechos de los trabajadores sin ofrecer un futuro alentador a cambio- sacó a casi dos millones de personas a la calle. La ‘protesta’ fue masiva y los sindicatos, que en darse importancia tienen mucha práctica, lo interpretaron como un éxito. Quienes estuvimos allí, sin embargo, vimos una manifestación sin chispa, falta de la energía desbocada que emerge de la fe en que sí se pueden cambiar las cosas. No se gritaban consignas. Abundaba el rojo de CCOO, pero faltaban las pancartas: el mensaje esperanzador que corrió de boca en boca en mayo de 2011 no estaba allí el domingo 19F. Este único detalle supone el rotundo fracaso de los sindicatos como motor canalizador de la indignación ciudadana y garante de nuestros derechos. No nos ilusionan, no nos inspiran, y además desconfiamos de ellos.
Para qué hablar de los partidos políticos. El gobierno del PSOE abandonó la política socialdemócrata y nos puso una zancadilla que luego quiso hacer pasar por una tendida de mano -”lo hicimos por el bien de España; No nos quedó otra; Era la única solución…“-. El gobierno de Mariano Rajoy ni siquiera se ha tomado la molestia de intentar quedar bien. En menos de un mes él y su gabinete nos han mentido abiertamente sin que les temblase la sonrisa al hacerlo: no nos respetan. Mintieron cuando subieron el IRPF -aplastando a las clases medias- después de repetir hasta la saciedad, y en el mismísimo discurso de investidura, que no lo harían; mintieron cuando aseguraron que no abaratarían el despido y, sobre todo, mintieron cuando nos prometieron que sus duras políticas -en las que ni ellos mismos, al parecer, confían– atraerían la traidora ‘confianza’ de los mercados y nos sacarían de la crisis.
¿Y el 15-M? El movimiento es un éxito como laboratorio de pruebas y agente dinamizador del descontento -especialmente local-. Como foro representativo del 99% y herramienta de presión ciudadana sobre gobiernos y poderosos, sin embargo, no funciona: es un corazón sin cabeza, incapaz de articular un discurso claro que llegue a la población; carente de unos líderes que den cuerpo a sus mensajes y que respondan por ellos -terminan por dárselo los medios de comunicación, que habitualmente se concentran en las acciones más polémicas, como las ‘okupaciones’- y afectado por los límites de una horizontalidad que en la práctica ha creado estructuras de poder informales no reconocidas que están excluyendo de las asambleas a los perfiles moderados y ‘regeneradores’ en favor de los que buscan una ruptura radical con el sistema.
El resultado de esta amalgama de ingredientes es una una indignación desbocada, que no encuentra un cauce por el que expresarse de forma constructiva y que se ha sectorizado -profesores, estudiantes, sanitarios, sindicatos, desahuciados, parados…-. La distribución gremial de las protestas no sólo supone la pérdida de un poderoso capital de presión -al articularse por separado, los mensajes se pierden en el caos imperante-, sino que deja fuera al grueso de la población, que sigue sin tener ’junto a quien’ indignarse. En medio de una locura creciente, parece evidente que sigue faltando un actor capaz de articular las demandas básicas que nos unen a -casi- todos y ganarse a ese 75% de los ciudadanos que se acuesta cada noche indignado pero que, ni participaría en una asamblea, ni es funcionario o estudiante. El número de plataformas aspirantes que, infructuosamente, buscan adjudicarse este papel se ha multiplicado en las últimas semanas. Mientras, la estrella que despertó la admiración de todos dentro y fuera de nuestras fronteras, duerme.
- Necesitamos una cabeza entre tanto corazón: una apuesta decidida por la regeneración del sistema desde sus mismas faldas. Un proyecto financiado. Con capacidad de difusión e influencia mediática. Necesitamos que los políticos nos tomen en serio. Que tiemblen ante ‘los ciudadanos’ como lo hacen ante ‘los mercados’. Somos el 99% y nuestro poder es infinito. Pero mientras no nos organicemos seguirán riéndose de nosotros. FOTO: SUSANA LÓPEZ-URRUTIA
‘DEMOCRACIA REAL YA!’: CUANDO LA INDIGNACIÓN ESTALLA, LA PLATAFORMA QUE LA DESPERTÓ, DUERME
“Tiró la primera piedra. Levantó la primera mano. Cuando la indignación era un triste arrullo, gritó más alto que nadie: y se hizo oír. Sacó a la calle a un país entero. Llevó la desdeñada política a todos los corrillos y espabiló a una generación. En tiempo récord se extendió por una treintena de países y fue la olvidada madre española de las protestas de WallStreet, que después tomaron EEUU. ‘Democracia Real Ya’ tiene un currículum de vértigo. Pero cuando la chispa que prendió arde con más fuerza, la plataforma que nos despertó languidece en el olvido mediático”
Cuando los periodistas recibíamos, allá por julio, una convocatoria de DRY sabíamos que se avecinaba algo grande. Recuerdo muy bien aquellas manifestaciones y las primeras impresiones que dejaron a mis ojos de reportera: las de DRY eran las protestas que atraían al perfil más heterogéneo. Era muy habitual ver en ellas a familias enteras, niños incluidos. Una estampa que eché de menos en las decenas de movilizaciones a las que he asistido en los últimos meses. DRY fue la modesta plataforma que inspiró la gloriosa Spanish Revolution y obró el milagro impensable en esta España agorera: sacó la ilusión a la calle de forma masiva por primera vez en más de una década. Pero cuando los tambores de guerra atruenan, DRY, la primera que los hizo redoblar, no está.
Hace unos días recibí una convocatoria de ellos. Llamaban a una acción ‘Toma tu banco’ #24F que se escenificó en toda España. Fui la única periodista que acudió a la lectura del manifiesto en la CAM de Madrid. Y mi medio ni siquiera reprodujo la información. Reciéntemente, otro ambicioso proyecto nacido de la plataforma ‘Opeuríbor’ (investiga un supuesto fraude en los cálculos de este vital índice) también fue mediáticamente ignorado tras un único día de efímera gloria. Para más inri, mientras los estudiantes se organizan y sus representantes (caso de Albert Ordoñez) plantan cara a los políticos desde las páginas de los principales rotativos y en sus mismos despachos, a los portavoces de DRY se los ha tragado la tierra. Y, con ellos, al importantísimo mensaje que portaban.
¿Qué le pasa a DRY? Mi modesto punto de vista es que, esta plataforma no está en el lugar que le corresponde.
Que DRY es una ‘niña prodigio’ parece evidente. Sin embargo, la plataforma parece estar dejándose relegar a la posición de un grupo de trabajo más. Basta un repaso al CV de este joven colectivo para lamentarlo: DRY sacó a millones de personas a la calle y no lo hizo una, sino varias veces: el 15 de mayo, el 19 de junio y el maravilloso 15 de octubre -millones de personas tomaron las calles pacíficamente en casi mil capitales de 80 países de todo el globo-. Su cuenta de Facebook aglutina a medio millón de seguidores. Sus redes se extendieron en tiempo récord a más de 30 países. De sus asambleas en nuestro país salió el #OccupyWalllStreet que hizo temblar EEUU (los americanos lo han olvidado, nosotros no debemos hacerlo). Y aún hay más. Los portavoces de esta plataforma, guste o no, fueron las caras más mediáticas del 15-M y llevaron el mensaje de los ‘indignados’ a foros del calibre de la UNESCO, a la TV -fundamental para llegar a un sector importantísimo de la población- y hasta a las librerias, de la mano de figuras como el mismísimo Stéphanne Hessel.
En un escenario en el que el 15-M es menos que en mayo, pero la indignación supera con creces a la de aquellas fechas el proyecto que con una fuerza insospechada inició DRY hace menos de un año es más necesario que nunca. En las últimas semanas, los sucesos ocurridos en Barcelona y en la ‘primavera valenciana’ -protesta iniciada por los adolescentes del instituto Lluis Vives y durísimamente reprimida por los antidisturbios- han avivado la creencia, nacida de la desesperación, de que la resistencia pacífica es inútil y el recurso deben ser las ‘piedras’. Grecia no debe ser un ejemplo a seguir. Los griegos han salido a las calles, sí, han quemado edificios, ¿les ha servido de algo?: No.
Construir alternativas sólidas es difícil: recurrir ‘al fuego’ es fácil, pero nos deslegitima. Y si no lo hace abre una ventana tras cuyo umbral solo aguarda la tragedia. Seamos listos y aprovechemos la rabia latente de forma creativa y pacífica. La presión sólo necesita una alternativa ilusionante para dejar de ser destructiva y convertirse en una fuerza creadora. Necesitamos una cabeza entre tanto corazón: una apuesta decidida por la regeneración del sistema desde sus mismas faldas. Un proyecto financiado. Con capacidad de difusión e influencia mediática. Necesitamos que los políticos nos tomen en serio. Que tiemblen ante ’los ciudadanos’ como lo hacen ante ‘los mercados’. Somos el 99% y nuestro poder es infinito. Pero mientras no nos organicemos seguirán riéndose de nosotros. Tenemos pocas alternativas. Una de ellas es quemar cajeros. La otra, enamorarnos y cambiar el mundo.