No soy particularmente fan de Enrique Bunbury, jamás he ido a uno de sus conciertos y nunca he comprado un disco suyo, así que mi primer acercamiento a la canción “Confesión” fue meramente incidental.
Dicha canción retrata la crónica sobre un chico que le canta a la ex pareja, desde la distancia y le dice que se le ve preciosa, “Sol de mi vida”, la llama. Él se disculpa y se auto exonera de lo que la hizo sufrir cuando terminaron. “Y hoy después de un año, te vi pasar. Me mordí pa no llamarte. Ibas linda como un sol, si se paraban pa mirarte. Y yo no sé si el que te tenga hoy te merezca….” Bla bla bla.
Después de haberla escuchado hasta el cansancio y casi aprendérmela de memoria, me puse a pensar en quiénes somos y en qué nos convertimos cuando terminamos con alguien o terminan con nosotros.
A veces nos convertimos en Dr. Jekill y Mr. Hyde, impresionante cómo es el cambio y sale el lado más violento y sádico, donde lo importante es hacer sentir a esa persona como cucaracha a punto de ser exterminada. Otras más, las mujeres se convierten en “La dama de las camelias”, inventan enfermedades terribles y chantajean al pobre monito hasta que él desiste de su decisión de cambiar de rumbo y de vida.
Las dos opciones me parecen, francamente, patéticas. Y, sin embargo, me he visto involucrada en ambos casos. A veces sádica, siendo infeliz con él y sin él. Otras, ejerciendo el chantaje para evitar que se vaya. Al final, cuando él decidió irse, yo decidí que era para siempre.
Los últimos meses de mi vida en pareja (ojalá que don Roman no me esté leyendo, pero después de 4 años y una nueva relación –o varias simultáneas- de mi parte, ya me curé en salud y si me da la gana cuento mi historia como la recuerdo y como me gusta contarla. Si me estás leyendo, pues..er…saludos! ja).
Bueno, decía que los últimos meses de mi vida en pareja fueron un infierno viviente. Yo me esforzaba en hacerlo sentir cucaracha pisoteada. Él se esforzaba en hacerme sentir la causante de sus traumas e inseguridades. Los dos lográbamos el cometido, nos sentíamos miserables juntos, pero seguíamos juntos, hasta que un día dejamos de ser “nosotros”.
Mi caso no es único, las parejas a veces juegan a la autodestrucción e historias hay para dar y regalar. Tenemos el claro ejemplo cinematográfico de “La guerra de los Roses”. ¿En qué momento deja de ser amor y se convierte en un odio pasional, donde lo que importa es someter al otro a nuestras reglas y obsesiones? ¿La pasión sigue siendo la misma y surge con la misma intensidad, sólo que ahora está enfocado en joderse la vida? ¿A demostrar quién manda en algo que ya no tiene nada de sentido?
Los tacvbos me interrumpen para decirme al oído: “…dicen que todas las cosas dan vuelta en la vida y nosotros humanos siempre estamos dentro de unos ciclos…”, esta canción se llama El Ciclón y me llega la luz divina. Uno puede tener una relación destructiva, ser parte de ella, disfrutarla y negarse a dejarla ir. Se llama codependencia y gira en círculos, de los más grandes a los más pequeños y complejos.
Normalmente uno pasa por la vida sin saberse dependiente o co-dependiente de los demás. Yo lo descubrí a la mitad de un congreso, teniendo a la Titi, una de mis amigas más cercanas y queridas junto a mí. De pronto, al escuchar un testimonio de alguien más me cayó el veinte. Me sentí un personaje más de “Réquiem por un sueño”, casi me paro de la silla y dijo en voz alta “Hola, soy hojaldra. Soy violenta y co-dependiente”.
Recuerdo que ella me acompañó a la salida, me abrazó, se sopló toda la historia, limpió mis lágrimas y dijo en voz alta algo que aún no olvido: “Diste el primer paso, lo aceptaste. Ahora cambia lo que te molesta o vive con ello y acéptalo”.
Yo decidí cambiar lo que me molestaba de mí. Al final, don Roman se encontraba lo suficientemente lejos para que no pudiera ir a asesinarlo por ardida y la herida era lo necesariamente reciente para poder medicarla adecuadamente.
Han pasado ya más años de los que recuerdo de esa historia y no me he involucrado en relaciones de ese tipo desde entonces. El Sr. Sartre y yo tenemos un amor auténtico, exótico, liberal e incomprensible para los demás pero sólido entre los dos y que convive con el amor de los demás habitantes del multifamiliar. Claro, también decidí regresar a terapia y soy usuaria regular de las aguas locas. Pero he aprendido que por mucho que se trates la mente, si no tienes ganas de romper con lo que te molesta –o aceptarlo- estás tirando el tiempo y el dinero a la basura. Nadie cambia por generación instantánea, aunque tengas muchas ganas de hacerlo pero poca disposición.
Sí, sigo siendo co-dependiente de la vida misma. Sigo con un poco de sadismo. Soy mejor que hace muchos meses agrupados en años y en ese transitar encontré el significado de perdonarme, perdonarle, dejarme de idioteces y seguir adelante. Veo las cosas diferente hoy, y aunque sigo con vicios y malas mañas, ya son parte de la cubierta crujiente que me rodea. Siempre que las cosas se ponen difíciles y la mente comienza a elucubrar por sí misma, me digo “Hojaldra, la vida está en otra parte”. Con eso jalo las correas y regreso al camino que me gusta seguir: la felicidad, el hedonismo, la pasión.
Pictures of you, de The Cure, me acompaña al final del texto. Gracias a que nací estoica y a mi “existencialización”, el odio y las ganas de tortura con palillos chinos terminaron por esfumarse.
Lo lindo y romántico de la relación quedó como recuerdo: no me han vuelto a besar con fuegos artificiales espontáneos y perfectamente cronometrados de fondo. Fue bueno mientras duró y así lo disfruto hoy: en un ayer que ya no regresa.
Buena semana, gratos caminos y mejores pasiones.
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Imagen: ro gianesi