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El anillo… | Historias de hojaldras y otros panes

La música electrónica no dejaba de sonar dentro de mí. “Lost” de un tal Roger Sánchez recorría las dendritas que habitan en mi cabeza. Casi podía sentir cómo prendían y apagaban sus destellos eléctricos al ritmo del beat. No existía nada más. Yo, sentado en el atrio de la iglesia. El sol brillaba como hacía meses que no lo hacía, las palomas cagaban mis zapatos nuevos. Mi traje estaba lleno de hojas naranjas y ramas secas. No sé cuánto tiempo estuve ahí sentado.

La prisa comenzó cuando cumplimos treinta años. Tú fuiste la que se quiso casar y te negaste a seguir como “novios”. Decías que después de cinco años de noviazgo lo mínimo que merecías era un anillo. Al final me convenciste.

Recuerdo que fui con mi padre a buscarte el “mejor anillo de la tienda”. Había ahorrado lo suficiente para unas vacaciones, quizás mis últimas como soltero en Las Vegas, pero te pusiste necia con que querías el anillo de Tifanny´s, porque te recordaba la novela “Breakfast at Tifanny´s”. Maldita la hora en la que usé ese libro para seducirte. Después de una hora me decidí y te compré uno clásico, pagué con la tarjeta y salí de ese lugar donde todo es apariencia en fulgores de brillantes.

El día en que te entregué “tu tan deseado anillo”, Butterflies and Hurricanes de Muse comenzó a escucharse en el momento en que te subiste al coche. Llegaste a platicarme que dos de tus mejores amigas tenían 8 años con sus novios y que todas estaban preocupadas, porque no tenían anillo. Como si eso significara algo.

Supuse que el sentimiento de ansiedad se me quitaría en el largo transcurrir de las horas. Creo que presentías algo porque te veías especialmente hermosa.

¿La verdad? Yo sólo quería besarte y soñaba con despertar contigo hasta que mis ojos ya no se abrieran más. No le pedía algo extra a la vida, pero tú, como siempre, de necia. No aceptabas el amor libre, no aceptabas que viviéramos juntos. Todo tenía que ser a tu manera: tradicionalmente social y aparatoso.

Estaba dispuesto a pagar cualquier precio con tal de tenerte conmigo. Sonreía al verte con esa sonrisa capaz de despertar muertos, después de tanto tiempo aún me sudaban las manos al intentar acercarme a ti y se me secaban los labios antes de besarte. Nunca había sentido eso por nadie más. Por ti fue al instante y sólo fue en aumento, casi obsesivamente.

“¿A dónde vamos?” preguntaste casi sin ganas. Sólo sonreías y jugabas con el ipod, a poner y quitar canciones mientras hacías preguntas bobas. “Ya te dije, tengo ensayo con la orquesta y quiero que me acompañes, es muy importante y te quiero conmigo”. “Bueno”, contestaste muy quedito y al aire.

Llegamos al teatro y todo estaba lleno de margaritas, tu flor favorita. Apretaste mi mano tan fuerte como pudiste para después soltarme y correr como niña a oler las flores. “Y todo esto? Woow! Qué maravilla”

Yo ya estaba hincado con el anillo en la mano derecha. “Los años que vienen se vuelven minutos si no estás junto a mí. Quiero llegar a la eternidad contigo. ¿Me dejas dormir contigo hasta que no despertemos jamás?”.

El grito de “Síííííí!!!!” se escuchó hasta la acera de enfrente. Casi se podría asegurar que esa era la señal para que la orquesta entera comenzara a tocar nuestra canción: “Júrame” retumbaba como nunca en ese recinto. Bailamos como si nadie estuviera a nuestro alrededor. Nunca te había visto tan hermosa. No podía dejar de besarte y abrazarte. Eras la mujer más bella del mundo.

A la semana comenzaron tus ausencias. Comenzó la epidemia de rupturas entre las parejas de años más cercanas a nosotros y tú ibas de casa en casa, consolando amigas. Les explicabas, decías, del poder curativo del amor mientras presumías “nuestro compromiso” a todo aquel que te lo permitiera.

Cada vez estábamos más lejos y yo más despistado. Tus entrenamientos de yoga eran eternos con ese maestro del que yo me burlaba, dudando de su sexualidad. Tú argumentabas que querías estar en forma para la boda, que querías entrar en ese vestido de diseñador, que él era sólo un amigo. Querías, querías, querías.

Yo sólo quería estar contigo.

Y así llegó el día más esperado. Me puse el traje café con guayabera que elegimos juntos. Quería ser el primero en estar ahí para verte a lo lejos, casi como espiándote. El atrio de la iglesia tenía la maravillosa cualidad de estar encima de un cerro, casi volando. Un cementerio de 1900 enmarcaba todo. El escenario perfecto.

Observé cómo llegaron los invitados, los tuyos, los míos, con los que crecimos. Las nerviosas damas de honor, extrañamente nerviosas. Mis amigos. Todos estaban ahí.

Todos menos tú.

Llegó corriendo la última dama de honor, con la cara desencajada y temblando. Supongo que era de vergüenza. Me extendió un sobre con algo dentro.

“Necesito un corazón nuevo. El que tengo ya está desgastado, roto y descarapelado. Te regreso el anillo. No estoy lista”.

Mi vida pasó frente a mí como una película en cámara lenta con música electrónica de fondo. Nunca entendí qué pasó. Desapareciste tan pronto, sin dar pistas, alguna señal. Yo me quedé en el mismo lugar, por si te arrepentías y regresabas a, por lo menos, explicar tus actos.

Diario iba a ese mismo lugar, caminaba pacientemente. Perdí las ganas de dirigir, ya no había música alegre en mi vida. Todo era absurdamente gris.

Pero ese día el señor de la carnicería tenía, a todo volumen, “aunque no sea conmigo” de Bunbury, cómo odio a ese tipo, pero me senté a escuchar la canción: “A placer  puedes tomarte el tiempo necesario, que por mi parte yo estaré esperando el día que te decidas a volver…” Y ahí lo decidí. Mantendré mi promesa y te esperaré para siempre. Mi tumba es esa, la segunda de la derecha.

Cuando mires

las lunas de octubre

te sabrás acompañada

pues son mis ojos

buscando tu sonrisa

Eternamente.

Manuel.

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Imagen: ladybugbkt

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