Tomás sintió una extraña sensación cuando besó a Paula en vez de a Nadia. A él le parecieron diez minutos cuando en realidad habían pasado dos horas y treinta y cuatro minutos. Entre preliminares y aproximaciones corporales, habían transcurrido mil sensaciones y sentimientos. A Paula no la amaba; a Nadia, sí. A Nadia la amaba, la deseaba y por esas razones, la quería complacer. La idea del trío fue idea de ella. Y él aceptó solo si el tercero en el ruedo del placer era una mujer. Una mujer atractiva y desinhibida como Paula. Al principio temió no estar a la altura. Por altura se refería a lo corporal y a lo mental. A lo físico y a lo emocional. Tenía que aguantar una o varias erecciones. Tenía que satisfacer a su amante constante, al amor de su vida, y a su amante ocasional. La chica elegida para hacer un trío ese día en su departamento. Tenía que saber desplegar sus dotes amatorias, duplicar sus manos, su boca, su sexo. Entrelazarse con su cuerpo hasta formar un collage de cuerpos desnudos sobre la cama. Y, ¿por qué no? Aceptar que tendría varios orgasmos con dos mujeres al mismo tiempo. Los besos de Paula, decía, sabían diferente. Eran más ácidos, como cítricos. Mientras que los de Nadia sabían más a cardamomo. La saliva de Paula era más líquida mientras que le Nadia era más densa. No sabía cuáles le gustaban más pero disfrutaba con las dos. Las pieles también eran distintas. Calientes ambas. Sensuales las dos. Esa noche Tomás soñó que complacía a dos mujeres, pero solo despertó con una a su lado. La que sabía a gin tonic.