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En Belarús, gobierno de Lukashenko resiste a 2020 — ¿sobrevivirá a 2021?

Al régimen en Minsk e le acabaron los premios, solamente le quedan sanciones.

“Pasó la fecha de expiración, 1994-2020″, dice el cartel en una protesta en Minsk, agosto de 2020. Lukashenko llegó a la presidencia de Belarús en 1994. Foto de Natallia Rak / Flickr (CC BY-NC 2.0). Algunos derechos reservados.

En 20200, los bielorrusos pagaron un algo precio por resistirse a Aleksandr Lukashenko.

Su intento de asumir un sexto mandato consecutivo tras las elecciones del 9 de agosto generaron la mayor ola de protestas en la historia del país exsoviético. Cuando cientos de miles de manifestantes pacíficos tomaron las calles de las principales ciudades, las autoridades respondieron con violencia a escala similarmente histórica. Los servicios de seguridad y la Policía detuvieron a miles de manifestantes, y mataron al menos a cuatro. Los manifestantes hicieron acusaciones creíbles de torturas y maltratos durante la detención policial, sin que las autoridades hayan investigados esas acusaciones.

Lukashenko, que gobierna desde 1994, fue desafiante y culpó a las potencias extranjeras y conspiraciones domésticas. A fines de agosto, lo filmaron cuando salía de un helicóptero cerca del palacio presidencial en Minsk, luciendo un rifle de asalto AK-47 sin cargador. Tal vez esto recibió muchas burlas, pero era en serio.

Violencia (y la amenaza de violencia) parece haber tenido compensación. Sviatlana Tsikhanouskaya, que pasó a liderar el movimiento de oposición, es agasajada en capitales europeas, donde sigue exigiendo nada menos que le renuncia de Lukashenko y nueva selecciones, que muchos creen que ella ganó. Sigue inspirando a manifestantes en Belarús, aunque hay una creciente sensación de que si protesta se ha vuelto un fin en sí misma, sin más estrategia ante tanta intransigencia.

Lukashenko puede haberse convertido en un paria, pero sigue siendo un paria al mando. Con el paso de los meses ha recuperado la iniciativa. No es seguro que pueda conservarlo.

Las figuras opositoras, con muchos integrantes del Consejo de Coordinación, están en prisión o en el exilio. Una protesta sin líderes puede tener ventajas tácticas para evadir la represión, pero ofrece poco en la estrategia a largo plazo. Disturbios laborales, una forma genuina de desobediencia civil con diversas clases que se que se extendió a varias grandes empresas estatales, ha disminuido. En diciembre, las fronteras del país quedaron completamente cerradas, más que nada por la pandemia de COVID-19, aunque el impacto económico de la emigración política puede ser otra razón.

Si el régimen tiene grietas, aún no son tan grandes como ara generar un colapso. Aunque algunos miembros de los servicios de seguridad han renunciado, aún no hay deserciones de alto nivel. Como escribe el analista polaco Kamil Kłysiński, Lukashenko ahora promueve a los miembros de los servicios de seguridad a roles civiles administrativos. En octubre, Ivan Kubrakov, jefe policial de la capital Minsk que encabezó la represión a las manifestaciones fue designado ministro del Interior.

Esta figuras tienen menos que ganar por ponerse del lado de la oposición, que exige su depuración. Como dijo el científico político ruso Andrey Okara al sitio web ucraniano Telegraf.UA, la elite política bielorruso ahora está en el mismo bote que Lukashenko, y es momento de hundirse o nadar:

Что-то точно случится с Лукашенко. Он явно вышел на финишную прямую. Вопрос лишь в том – когда именно и что случится. Ключевые люди которые эти три месяца калечили других (или не мешали этому) уже в какой-то мере связаны с Лукашенко кровью. Причем это в данном случае – не фигура речи. Кровью они повязаны в прямом смысле слова.

Sin duda, algo le pasará a Lukashenko. Está en la recta final. La única pregunta es cómo y cuándo sucederán las cosas. Las figuras clave que han mutilado a otros durante los últimos tres meses (o al menos no lo han evitado) ya están unidos a Lukashenko con sangre. En este caso, no es una figura retórica. Vinculado con sangre, en el sentido más literal.

Por ahora, los factores domésticos no obligan a Lukashenko a entregarse ni a rendirse. Pero sus pedidos previos de reforma,  una vez libertado de detalles, ahora son más sustanciosos.

Una nueva Constitución fue uno de varios temas que Lukashenko conversó con el presidente ruso, Vladimir Putin, durante una reunión en la ciudad balneario de Sochi en el mar Negro en septiembre. En noviembre, el ministro del Exterior ruso, Sergey Lavrov, reiteró las esperanzas de Rusia para esta reforma; luego se insinuó a Lukashenko que podría renunciar a la presidencia si se aprueba un nueva constitución.

Pocos en la oposición bielorrusa, que descarta estas reformas como pura fachada, tomarían la palabra a Lukashenko. Están convencidos de que hay una trampa.

Imitación de transición

La reciente experiencia les da la razón. En estos años, varios líderes autocráticos en todo el espacio posoviético han jugado con arreglos constitucionales para seguir aferrados al poder.

En 2016, el armenio Serzh Sargsyan realizó un referéndum sobre democracia parlamentaria que le permitió estar cerca del nuevo primer ministro cuando se acercaba el límite de su mandato presidencial. A pesar de haber renunciado a la presidencia en 2019, Nursultan Nazarbayev de Kazajstán todavía lidera el partido gobernante, preside el consejo de seguridad y goza de inmunidad judicial.

En 2020, Putin, después de años de especulaciones sobre lo que sucederá cuando se acerque su límite de mandatos presidenciales sucesivos, frustró todas las predicciones. La suya fue la solución más descarada: simplemente reinició el contador del límite de esos términos, y está de vuelta en el punto de partida.

Hay opciones para Lukashenko. Pero como escribe el analista político bielorruso Artyom Shraibman, pocas son tentadoras: un referéndum constitucional supondría un fraude electoral y provocaría otra ola de protestas. Transferir el poder a un sistema parlamentario requiere la poco envidiable tarea de aumentar la influencia de un partido político en un momento de vergüenza pública. Entonces, ¿qué queda?

El Congreso Nacional de Belarús, consejo consultivo formado por una selección de representantes de la sociedad bielorrusa. Aunque los demócratas comparan acerbamente al Congreso Nacional con el extinto Congreso de Diputados del Pueblo soviético, podría ser el salvador de Lukashenko. Este popular canal de Telegram sobre la política bielorrusa cree, al igual que otros, que el Congreso Nacional adquiriría nuevos poderes que le permitirían introducir cambios constitucionales con una legitimidad democrática simbólica:

Потому что это самый простой вариант. И он решает много задач одним махом. Создавать устойчивые партии и отлаживать механизм их взаимодействия в рамках управляемой демократии долго и дорого. Партийная политика неминуемо ведёт к большей публичности и постоянным медийным конфликтам, чего власти хотели бы избежать (сохранить, так сказать, демобилизующее существо авторитарной системы) […]

В такой конфигурации Лукашенко может возглавить этот орган и формально уйти с поста президента, гарантируя при этом своё решающее влияние на управленческий процесс и сохраняя своё идейное наследие. А дальше, когда ситуация позволит, можно заняться и тонкой настройкой, и партийным строительством.

 Беларусь в Реальной Политике, Telegram, 8 December 2020

Porque es la opción más fácil. Y resuelve muchos problemas de una sola vez. Es largo y costoso fundar partidos políticos estables y afinar su funcionamiento en una democracia administrada. La política partidaria conduce invariablemente a una mayor publicidad y a un constante escándalo mediático, que las autoridades quieren evitar (para preservar, por así decirlo, el carácter desmovilizador del sistema autoritario). […]

Pero en esta configuración, Lukashenko podía dirigir esta entidad mientras renuncia formalmente al cargo de presidente, lo que garantizaría su influencia decisiva sobre el Gobierno y preservaría su legado. Y luego, cuando la situación lo permitiera, podría hacer algunos ajustes o trabajar en la estructura del partido..

A fines de diciembre, Lukashenko declaró que se estaban haciendo los preparativos para que el Congreso se reuniera en enero de 2021. Jugará un papel importante en alguna forma de reconfiguración política, como exhorta Moscú.

Es importante recordar que ha habido poco cariño entre Moscú y Minsk en los últimos años.

Y a finales de 2020, es fácil olvidar que antes de las elecciones de agosto, Lukashenko también culpó a Rusia de los disturbios políticos, que citó la presencia de mercenarios rusos en Minsk antes de las elecciones. Pero a medida que las protestas callejeras crecían y Tsikhanouskaya buscaba el apoyo de la Unión Europea, Lukashenko apeló con más fuerza al fantasma de las “revoluciones de colores” o a repetir las protestas euromaidanas en la vecina Ucrania en 2014.

Incómodo con el precedente de un aliado desconfiado –pero aliado al fin y al cabo– derrocado por las protestas callejeras, Moscú no tuvo más remedio que apoyar a Lukashenko. Su guardia nacional se entrenará ahora con las fuerzas del orden de Belarús. Su principal diplomático acusa abiertamente a Occidente de “inmiscuirse” en los asuntos bielorrusos. En octubre, Moscú emitió una orden de arresto contra Tsikhanouskaya.

Sin embargo, su insistencia en la reforma política podría implicar un juego más largo, no necesariamente a favor de Lukashenko. Los analistas rusos sospechan tras bastidores, Moscú está considerando quién podría reemplazar al líder bielorruso. Es un baile delicado; apoyar a Lukashenko con demasiado descaro podría destruir la buena voluntad que Rusia tiene de los bielorrusos, incluso de los que se oponen ferozmente a sus gobernantes.

Dado este estado de ánimo y la dependencia estructural de Belarús en Rusia, Moscú puede permitirse el lujo de impulsar una liberalización política limitada. Al hacerlo, espera silenciosamente cultivar un sucesor dócil de Lukashenko, alguien que no se vea afectado por los estrechos lazos con su régimen y su brutalidad.

No en vano la publicación de investigación The Insider reveló recientemente que la presidencia rusa planea establecer un partido político pro-ruso pero contra Lukashenko en Bielorrusia.

No es una primaver árabe

Lo que está claro es que Lukashenko ha estado dispuesto a destruir el contrato social con sus ciudadanos para permanecer en el poder. Ciertamente, dada la creciente presión económica sobre Belarús, es una sorpresa que ese contrato social, con su gran sector público, haya durado, frente la presión de su mayor acreedor, Rusia.

En la reunión de octubre en Sochi, Rusia prometió un préstamo de 1500 millones de dólares a Belarús, un tercio del cual regresó a los bolsillos de Moscú en forma de cancelación de un préstamo de Gazprom, el gigante petrolero estatal de Rusia. Eso apuntalará lo que queda del contrato social por un tiempo.

Pero la afectación de la economía del país, exacerbada por la pandemia de COVID-19, ha sido significativa. Las empresas privadas, en particular las del creciente sector de la tecnología de la información, se han visto acosadas por razones políticas. Algunas incluso han huido del país.

Este es un régimen que se está quedando rápidamente sin premios, y solo tiene sanciones a su disposición.

La fealdad del año 2020 podría haber obligado al resto del mundo a mirar hacia otro lado. En un año dominado por una pandemia, Rusia ha estado preocupada por la caída de los precios del petróleo y los dolores de cabeza políticos internos. Lo mismo se puede decir de la Unión Europea y Estados Unidos al final del gobierno de Trump. Bruselas, Moscú y Washington pueden haberse resignado a otra elección profundamente dudosa.

Pero la oleada de activismo cívico bielorruso y la tenacidad de los manifestantes tomaron al mundo por sorpresa.

Sin embargo, la óptica por sí sola no basta para que las protestas triunfen. Por ahora, Lukashenko sobrevivirá, pero debilitado, odiado en gran medida y dependiente de la buena voluntad de Rusia, que en los últimos años ha intentado desesperadamente reducir el precio que paga por la lealtad de sus aliados.

La profundización del aislamiento de Occidente, que recientemente impuso nuevas sanciones contra los políticos bielorrusos y que podría asumir un papel más activo bajo el nuevo gobierno de Biden, solo obligará a Minsk a depender aún más de Rusia. Rusia puede tener lealtad o puede tener valor por el dinero, la estrategia de Lukashenko será insistir en que no puede tener ambas cosas.

El gobierno de Lukashenko bien podría tambalearse unos años más, por imitación de la transición política y la represión continua.

Pero la violencia policial, en algunos casos contra personas que nunca antes habían protestado, parece haber catalizado y politizado a los bielorrusos a escala nunca antes vista.

Eso no garantizará ni la pasividad de los gobernados ni la longevidad de sus gobernantes.

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Publicado originalmente en: Global Voices (Creative Commons)
Por: Gabriela Garcia Calderon Orbe el día 11 January, 2021