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Gachupineando: de la frialdad española y la amabilidad mexicana.

Rodrigo Pámanes escribía hace poco un artículo en la excelente publicación Reporteras de Guardia sobre las dolorosas primeras impresiones que España puede generar en un mexicano desprevenido. Artículo que, como igual pueden imaginar, leí con bastante curiosidad. Esto de las diferencias culturales siempre ha sido todo un tema.

En uno de sus puntos, indica a sus lectores mexicanos que no deben tomárselo de manera personal si los españoles propietarios de un establecimiento les responden con un “tono “alto” y muchas veces mandón”, y en lo personal le agradezco a Rodrigo que no haya usado de plano la expresión “maleducado” o “prepotente”, que sería menos suave pero igualmente certera si de primeras impresiones vamos a hablar. Los españoles tenemos una bien merecida fama de “bordes” (o altisonantes, o poco agradables, llámenle como quieran) entre los habitantes de América Latina, no así entre los habitantes del resto de Europa, que nos superan con creces en la susodicha falta de amabilidad y que –aprovecho para decirlo- nos consideran todo un dechado de amabilidad. Esta extraña cualidad, esta “frialdad” se acentúa en las zonas de Castilla, centro y norte de España.

En México, por el contrario, todo el mundo padece de una amabilidad exquisita, cuyo máximo exponente es quizá la famosa expresión de “su pobre casa”, a la cual por cierto me ha costado horrores acostumbrarme porque, aunque advertida de ello, siempre tengo la impresión que refieren a *mi* pobre casa. Los mexicanos te abren, al menos en teoría, las puertas de su casa dos frases después de haberte conocido. Cuando te los encuentras por la calle -cosa harto improbable en la Ciudad de México, pero que ocurre algunas veces- se deshacen repetidas veces en “tenemos que vernos”, “el viernes que viene”, “mañana te llamo” y otras expresiones similares que parecen indicar que se mueren de ganas por volver a verte. Para un español, esto resulta chocante y doloroso, porque ¿saben qué? Nos lo creemos. Con razón traemos fama de tontos, oigan.

No nos lo creemos porque sí. Nos lo creemos porque, en España, si te invito a que vengas a casa, realmente te estoy invitando, si digo “tenemos que vernos”, eso es exactamente lo que quiero decir, y si digo “mañana te llamo” significa que mañana recibirás mi llamada. Existen muchas maneras de dar sentido a la frialdad española y una de ellas –la que yo defiendo- es que si somos reservados al punto de sonar maleducados a aquellos que vienen del otro lado del charco es porque simplemente decimos lo que sentimos y no ofrecemos lo que aún no estamos dispuestos a dar. No fingimos el cariño que todavía no sentimos, ni mucho menos quedamos en ver a quien nos cae mal. Cuando dos españoles que se caen mal se encuentran jamás de los jamases se les ocurrirá pararse a platicar media hora para deshacerse en elogios mutuamente y finalmente pretender que tienen muchísimo interés en verse de nuevo. Se limitarán a saludarse más o menos fríamente y a decirse adiós, punto final de la cuestión.

Por mi parte, he llegado a entender la archiconocida amabilidad mexicana como una especie de suave hipocresía consuetudinaria destinada a prevenir los daños derivados de la convivencia forzada. Los mexicanos son muy amables, muy simpáticos y extraordinariamente divertidos…hasta que –pobre de ti- te lo crees, los tratas de acuerdo a la familiaridad que crees estar recibiendo, los sacas de onda y estalla el conflicto. Para un español esto resulta muy desconcertante. Si en España te tratan con familiaridad, con confianza o con complicidad significa que esperan exactamente lo mismo de ti y que no se van a ofender o a molestar contigo, puesto que ya te conocen y saben a qué se atienen. En México, sin embargo, lo contrario es lo que vale. Cuanto más amable sea un extraño contigo, más debes desconfiar. Probablemente solo esté siendo amable contigo para evitar conflictos o simplemente por quedar bien.

Y mientras que los mexicanos sufren un shock inicial tras su llegada a España, se encuentran, tras unos meses de convivencia con los españoles, que (muy) poco a poco las puertas de las casas se van abriendo, que una amistad ofrecida es una amistad verdadera, y superan así su trauma inicial. Pero para los españoles que llegan a México, el shock es doblemente doloroso, porque tras una maravillosa primera impresión reciben la segunda que, lamentablemente, no es tan bonita.

Como en todas partes, hay que aprender los códigos. Si has llegado a México de vacaciones y eres español, te recomiendo simplemente que disfrutes de tus impresiones. Si has llegado a México para vivir aquí, te recomiendo que te creas solamente la mitad de lo que te dicen para evitarte problemas futuros. Recuerda que no están siendo amables porque les caigas bien, del mismo modo que los españoles no somos fríos en una primera impresión porque alguien nos caiga mal, sino por simple precaución. Recuerda que la amabilidad y la apertura de los mexicanos no es otra cosa que su sistema de defensa: se abren completamente porque saben (o quieren pensar) que no vas a tomarte sus palabras al pie de la letra. Si caes en la trampa, si crees que te lo han ofrecido de verdad y entras sin más precauciones, bueno, entonces peor para ti, porque ahí es cuando llega la segunda impresión. ¡Feliz domingo!

Altea Gómez radica a caballo entre España y México y es periodista, guionista y cuentacuentos.

Imagen: Rosa Jiménez Cano