Llevo tiempo evadiéndolo, pero quizá ha llegado el momento de enfrentarse a la realidad que se ve por mi ventana y ponerla en palabras. Esta tecleadora está fugazmente en Barcelona –mi patria querida, oigan, mi alma mater– y una de las cosas que se me ha extraviado por el camino es la ironía. Me siento desnuda sin ella, extraordinariamente vulnerable. Tal vez finalmente he descubierto que sí, que soy española, que amo a mi país como nunca me creí capaz de amarlo, que no sé muy bien cómo pero se me ha contagiado algo del patriotismo y el orgullo mexicano y que finalmente acuso el golpe de ver a mi país, esta España hecha polvo, rodando cuesta abajo por el despeñadero. Y que ando verdaderamente horrorizada ante el panorama que se muestra ante mis ojos. Y que prefiero quedarme en casa para no ver a la gente que aguarda pacientemente a que cierren los supermercados para disputarse las sobras del día, escarbando en la basura, como hienas, no quiero ni siquiera pensarlo pero la imagen me viene de todas formas a la cabeza: como hienas desesperadas.
Pueden creerme. O pueden no creerme. Tal vez los ojos de otras personas se fijen en otras cosas y los míos estén malditos. Tal vez otros vinieran a cantarles las excelencias de esta extraordinaria ciudad a la que tanto amo, esta ciudad que tanto ha invertido en turismo, en infraestructura y sobre todo en publicidad, que me recibe con decenas de nuevas paradas y líneas de metro recién estrenadas que me confunden y me marean, mientras yo me pregunto de dónde sale tanto dinero público, me lo pregunto en serio, es esto un plan Marshall o pura inercia presupuestaria, es esto buena idea o un suicidio económico, y mientras contemplo la modernísima flota de autobuses 100% adaptados a los minusválidos –esto no son peseros, esto es el primer mundo-, mientras leo la interminable lista de subvenciones disponibles para renovar electrodomésticos, instalar ascensores, repintar fachadas, cambiar de coche, realizar estudios sobre la localización del clítoris o investigaciones sobre la repercusión del cine catalán en la fotografía de los años treinta, mientras me entero de que todos mis conocidos están sin trabajo, cobrando el paro o con trabajos de mierda…no puedo evitar pensar en esto.
Y sin embargo, este tipo de casos proliferan. Cada vez son más los que no logran encontrar trabajo. El dinero del desempleo se agota, y si no tienes familia o amigos que te resguarden del temporal la tienes cruda. Si compraste vivienda, te será embargada, el banco te cargará una deuda de 300.000 euros (por decir algo) a la espalda, responderás por ella con tus bienes presentes y futuros hasta que mueras. El banco se encargará de embargarte el sueldo, eso si consigues uno que rebase el salario mínimo, claro. Tampoco encontrarás un alquiler por menos de 500 euros. Tal vez optarás por la solución que este hombre escogió: okupar una vivienda vacía para resguardar a tu familia. Quizá, incluso, será una vivienda de protección oficial, de esas construidas con dinero público y puestas a la venta por cientos de miles de euros. Llegará el ayuntamiento, hará su proceso judicial y te expulsará –aunque quizá a alguien en algún momento se le cruce por la cabeza la idea de ¿pues para qué son las viviendas de protección oficial? Y tú te verás en la calle, cabeza de familia, con mujer y con hijos menores, y acudirás una última vez a tu ayuntamiento para suplicar que te busquen un albergue de indigentes, por favor no permita usted que mis hijos y mi mujer duerman en la calle, y el funcionario que te atienda quizá haya tenido un mal día, o quizá genuinamente no está en su poder hacer nada, y te contestará: No.
¿Qué primer mundo es este donde un hombre se ahorca en una plaza pública después de haber agotado todas las instancias para resguardar a su familia de quedarse en la calle? Y empieza a hacer frío en la calle, bastante frío. ¿Qué primer mundo es este donde hay subvenciones para cambiar de refrigerador y adaptar la entrada del edificio a minusválidos mientras el archifamoso artículo 47 de la Constitución se incumple viciosa y reiteradamente?¿Qué tipo de gente somos que permitimos que esto pase, sin una mano amiga que se tienda a tiempo y diga, no te preocupes, podéis quedaros en mi casa?¿Qué tipo de medios de comunicación tenemos, que no ponen el grito en el cielo para señalar acusadoramente a los gobernantes y proclamar en voz alta que este género de cosas están ocurriendo y van camino de aumentar?
La campaña electoral ya ha comenzado en Cataluña. Como en cada campaña, la veda de publicidad ha sido abierta y los partidos políticos han salido a la calle para empapelar los espacios electorales cuidadosamente dispuestos con publicidad. Naturalmente, ningún partido ha querido pronunciarse sobre el caso del hombre ahorcado en El Hospitalet, ni siquiera el PSC (el Partido Socialista de Cataluña), que gobierna el barrio y bajo cuya responsabilidad han sucedido estos hechos. No importa. Da igual. Solo era un pobre hombre. Seguro estaba deprimido o tenía problemas mentales. Qué lástima que no se haya podido demostrar que pegaba a su mujer, así hubiésemos podido encasquetarle la satanizada etiqueta de “violencia de género” y fuera problemas.
Mientras tanto, la Generalitat de Cataluña –el gobierno catalán, para entendernos- ha sacado a la venta sus bonos patrióticos al 4,75% de interés a un año y dos días. No hace falta ser un lince para imaginar que las arcas de la Generalitat deben estar vacías. En un último aletazo publicitario, la Generalitat ha escogido presionar a los catalanes con su último cartucho: el patriotismo. Invierte en “seny”, rezan los carteles, invierte en lo que somos: seny, esa palabra tan propia de los catalanes, esa palabra intraducible y querida que representa todo aquello de lo que los catalanes están (estamos) orgullosos de ser. Seny: cordura, sensatez, buen juicio. Los catalanes contemplan los bonos con recelo. No en vano presumen de ser assenyats –sensatos- y se preguntan, no sin motivo, quién va a pagar finalmente el interés de los dichosos bonos “patrióticos”. Y con qué dinero. Mientras tanto, el Papa ha llegado y se ha ido, quemando a su paso importantes cantidades de dinero público. Mientras tanto, un hombre se ha ahorcado, desesperado, en una plaza pública de El Hospitalet, esperando quizá obtener algo de atención mediática para su familia y conseguirles un hueco en un albergue de indigentes gracias a su muerte. No sé si lo ha conseguido. Espero que sí.
Altea Gómez radica a caballo entre España y México y es periodista, guionista y cuentacuentos.
Imagen: VdeVivienda