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Hacia la vida política del futuro

03.11.2011 · Juan Luis Sánchez

Que hay vida política más allá de los partidos no es algo nuevo. Decir lo contrario sería negar la existencia de los lobbies empresariales, de la incidencia política de las ONG, del asociacionismo o de proyectos pequeños en la periferia del sistema. Y sin embargo se extiende la sensación de que una realidad nueva se abre paso, un escenario del que el 15M no parece ser causa sino una consecuencia, un prototipo, un catalizador. El nuevo esquema de la vida política se está dibujando y puede que lo que salga no tenga nada que ver con lo que heredamos desde hace siglos.

“Hasta ahora la politica ha estado formada por voces organizadas y colectivas”, nos dice Carolina, una de las impulsoras de la movilización global del 15 de Octubre que reunió a cientos de miles de personas en todo el mundo. Sin embargo, ella es de las que percibe que se abre camino “el pensamiento crítico individual” en un esquema político en red, donde la fuerza de lo personal está por encima de lo colectivo, “y luego todo se vierte” en lo común, se comparte, se retroalimenta. Donde la militancia no es un valor y la lealtad tampoco.

Despejemos la mente por un momento de la etiqueta ‘15M’. No estamos hablando (solo) del mayo de 2011. Podemos encontrar los primeros rasgos incipientes de este fenómeno en los días posteriores al 11-M de 2004, en el “pásalo” como primer ‘retuit’; ahí comienza a extenderse el discurso sobre “el poder de las redes” y de la formación de comunidades que trascienden lo geográfico.

Más recientemente, las protestas contra la Ley Sinde demuestran la capacidad de determinados líderes de opinión, operando en sus espacios de expresión personales y sin representar a nadie más que a sí mismos, de arrastrar a otros miembros de su comunidad y, en efecto dominó, llegar a incendiar la red contra un proyecto político concreto. Esa minoría, no estructurada pero influyente, consigue impactar en la vida política mediática y a día de hoy casi ningún partido se presenta a las elecciones sin dedicar unas líneas en su programa electoral al debate sobre la propiedad intelectual.

Un ejemplo más: el ataque institucional y empresarial contra Wikileaks, que provoca la reacción de miles de usuarios con conocimientos muy específicos de tecnología, generando contenido y activismo en favor del proyecto de Julian Assange. Y podríamos seguir con lo que ha sucedido este año en el Norte de África y Oriente Medio.

Mapa conceptual del 15M (unalineasobreelmar.net). Esquema de un modelo descentralizado.

En todos estos casos, la influencia y riqueza política de la red ha ido muy por delante de la acción de los partidos. Son “los primeros experimentos de la organización vírica global del siglo XXI“. Eso nos dicen desde el colectivo @isaachacksimov, que impulsan el activismo tecnológico desde hace 10 años. En Democracia Real Ya nos decían hace poco que están naciendo “los movimientos ciudadanos de presión”, una “categoría social nueva, igual que se crearon en su momento los partidos políticos o los sindicatos”. La palabra ‘los’ va en negrita porque igual que son estos podrían ser otros, opuestos ideológicamente o con fines muy diferentes. Lo que está por desarrollarse es la fórmula de la actividad sociopolítica del futuro. Si Internet no es solo una herramienta sino que cambia la forma en la que consumimos, nos comunicamos, ligamos, leemos o hacemos amigos, por qué la política se iba a poder resistir.

“Los miembros cambian, se suman o desconectan temporalmente” de las causas y “no tienen por qué estar de acuerdo con todo”, explica @isaachacksimov sobre esta forma de organizarse, que de alguna manera se parece al trabajo de las comunidades de desarrolladores informáticos de software libre. “Se funciona de manera asíncrona: cada uno se conecta cuando puede, a la hora que puede, y aporta lo que puede” al proyecto común.

En esa línea, el abogado Javier de la Cueva, uno de los usuarios de Twitter más influyentes de las primeras horas del 15M, dijo al principio de las movilizaciones: “Hemos llegado hasta aquí cada uno por separado. Se puede por separado llegar a mucho más”. O dicho, poco después, con más sorna: “el pueblo distribuido, jamás será vencido”. El abogado Josep Jover definía el 15M hace unos días como “la primera revolución que se hace por gente de ciencias y no de letras”.

“La mejor forma de expresarse como individuos está en Internet y las redes sociales”, insiste Carolina. “Te presentas como persona que se agrega a cosas que están pasando. Te permite ser propositivo y no estar siempre a la contra, que mi pensamiento no es solo soltar exabruptos ni ser anti-cosas”, explica. Y ahí están las herramientas: Twitter, Facebook, miles de listas de correo y plataformas desarrolladas por la propia comunidad, según sus necesidades, como la cartografía que ha recopilado el arquitecto Pablo de Soto.

De esta dinámica nace el debate, la opinión y la presión ciudadana. Esa sería la nueva forma de influir sobre las decisiones, participando en política desde fuera hacia adentro y en comunidades – como ocurre en la tradición anglosajona, por ejemplo – pero con la potencia y la riqueza de la conexión en red.

Por eso dice Carolina que “el concepto de militancia” actual es “muy excluyente, con códigos muy marcados, donde se ve perfectamente quién tiene el peso. Es normal que la gente piense que no pinta nada y se vaya”. Esta crítica, que generalmente se hace sobre las estructuras orgánicas de los partidos políticos, Carolina la hace extensiva a los movimientos sociales y al formato de las asamblea: “El asamblearismo significa una falsa horizontalidad, es burocracia”, dice. “Yo creo que las cosas deben ser más intuitivas y fluidas”.

La política en red no solo viene a desbordar las estructuras de las organizaciones más establecidas sino también las de los ambientes más críticos. “Si miras ahora mismo en la red, hay cientos, miles de personas hablando con sus amigos, familiares, compañeros de trabajo… Son ellas las que van a decidir lo que ocurra este próximo mes, por ejemplo”, nos dice @isaachacksimov. “Así funcionamos: aparecemos en la calle, luego volvemos a la red, se recombina todo y al tiempo volvemos a aparecer”.

Mapa de las interacciones de usuarios de Facebook, en 2010 (Facebook)

Empiezan las dudas. ¿Y qué pasa con la brecha digital, con aquellos que no tienen conexión o habilidades en Internet? “Hay que cuidar todos los frentes”, dice @isaachacksimov, aunque reconoce que la tecnología y la red es el futuro. “Es mucho más democrático un lugar, la red, donde participan miles de personas que una asamblea donde quizá solo pueden ir 300“, apostilla Carolina, que nos pone el ejemplo del 15O. “Fue una convocatoria impulsada por un grupo pequeño de personas y que fue acogida masivamente sin tener que pasar por todas asambleas que se supone que tendrían que haberla legitimado”, explica

Venga, otra duda. Entonces, ¿quién da legitimidad a las acciones? Es una pregunta que surge a menudo alrededor de estos movimientos en red y con otro ejemplo paradigmático: la ocupación del Hotel Madrid en la madrugada del 15 al 16 de octubre por parte de un grupo de unas 40 personas, cuando la multitudinaria manifestación se había ya disuelto. Esa iniciativa, que suscitó y sigue suscitando mucho debate “interno”, fue saludada y luego difundida por determinados nodos del movimiento, como @acampadasol o @madrilonia, y que, de manera informal, acaban integrando estas u otras acciones dentro del ‘paisaje 15M’ sin que sean aprobadas por ninguna asamblea general. Y sin embargo, eso no implica necesariamente el apoyo del resto de la comunidad, que se mueve sin compromisos ni lealtades.

Luego está el debate de los egos, otro punto de fricción. Si se fomentan los liderazgos individuales, ¿qué tipo de sociedad se está en realidad promoviendo? ”El discurso del logro, del éxito, etc. es radicalmente opuesto a la filosofía que yo le presupongo al procomún“, se dice en un diálogo anónimo del colectivo ZEMOS98. “Incluso te diría que pondría en cuestión las marcas personales”.

Laboratorios de democracia directa

El doctor en Derecho Josep Lluis Martí, especializado en nuevas tecnologías y democracia, tiene claro que “es más eficiente la inteligencia en red de cientos de individuos comunes, bien informados, con sentido común y buena fe que la de diez expertos”. En el blog documental La revolución horizontal, Martí apuesta por “evolucionar hacia la democracia deliberativa” para superar el actual sistema parlamentario donde “las leyes no se debaten, se negocian”. Martí plantea que la tecnología permite que el ciudadano intervenga en el proceso tras “un proceso de deliberación”.

Hay algunas iniciativas que ya proponen formas de democracia directa adaptadas al sistema actual, la mayoría experimentales. En 2008 se fundó el Partido de Internet, que tres años de trabajo después ha conseguido los avales suficientes para presentarse por una circunscripción en las Elecciones Generales del 20 de Noviembre, la de Cádiz. El Partido de Internet no tiene ideología ni programa electoral, solo normas de funcionamiento: si salen elegidos, los diputados de este partido se comprometen a votar en el Congreso lo que decidan sus simpatizantes a través de Internet. Para evitar el agotamiento, se establecen formas de delegación de voto a personas de confianza, de forma puntual o para temas en concreto.

Otra apuesta, ésta mucho más reciente y apoyada por Democracia Real Ya, es “Democracia 4.0“, como quieren llamarla sus creadores. Se trataría de un sistema que garantice una cuota de participación directa de los ciudadanos en las votaciones del Parlamento. Los que participen en la votación ya se representan a sí mismos, con lo que cuantas más personas participen en una votación, a menos ciudadanos representa cada diputado y menos valor tiene su voto. Es un modelo híbrido y variable.

Mientras todas estas iniciativas crecen, fracasan o mutan, el runrun de la nueva vida política influye ya sobre las intenciones de los partidos políticos. Los conceptos de regeneración democrática o participación electrónica aparecen en diferente medida en el programa electoral para el 20N de PSOE, UPyD y sobre todo en el de Izquierda Unida, que incluye entre otras la apuesta por la revocación de cargos públicos, y en el de Equo, que ha aplicado sistemas de voto online para sus primarias y una red social se simpatizantes para la creación de su ideario.

El fin de la cultura política de la Transición

¿Cómo todo este magma de innovación política ha podido permanecer casi invisible a los principales medios y organizaciones políticas? Puede que, en parte, porque muchos han preferido refugiarse en conceptos culturales huyendo de la palabra política y eso les ha hecho menos identificables ante ‘lo oficial’. Pero sobre todo porque ‘lo oficial’ les ha estado mirando permanentemente como si fueran una masa apolítica o marginal. El sempiterno error de preguntarle a los que plantean cambios en la cultura, en la economía o en la educación que por qué no entran en política, como si lo que hacen no lo fuera. De pedirles que voten, como si muchos no votaran ya. El cambio es que el voto está dejando de ser el elemento definitorio de la vida política de las personas. “¿¡Apolíticos!? ¡Superpolíticos!”, aclaraba una pancarta en Sol.

Viñeta de Miguel Brieva

“El monopolio de la palabra ha estallado, ha sido desbordado”, nos dice el editor y pensador Amador Fernández-Savater. “Han aparecido otros asuntos de los que hablar y una forma nueva para construir la percepción de los problemas”.

En España hay quc cruzar el fenómeno global de la red con la muerte de la ’Cultura de la Transición’, término que acuña Guillem Martínez para definir los lenguajes y los criterios sociales que se aplican en España desde el paso del franquismo a la democracia y que ahora empiezan a desvanecerse. En el terreno de lo político, Fernández-Savater nos describe la cultura de la Transición como “consensual, desproblematizadora y despolitizadora”.

“Lo de consensual suena bien, pero en realidad no es un consenso tras el diálogo sino un pacto previo sobre las cosas de las que se puede hablar y de las que no”, aclara Fernández-Savater. “Cuando se dejan atrás los años 70, la cultura política de la Transición dice: ea, esto es lo que hay. Y se ponen unos temas sobre la mesa de los que sí se puede hablar: nacionalismo, laicismo, los toros o los límites de la velocidad”. Pero las cuestiones esenciales de la democracia, según esta teoría, no se tocan. Por eso se tiende a evitar el conflicto político (desproblematizar) y a despolitizar la cultura.

El primer gráfico # y este cartel son creaciones de vocesconfutura.tumblr.com

La cultura de la Transición ha entrado en crisis, por un lado, porque “los miedos gestionados por la política desde el 77 (medio al Golpe de Estado, miedo a la herencia del franquismo, miedo al terrorismo de ETA) son miedos en declive. No es que sean inventos, son cosas bien reales, pero realidades en desaparición”, explica Fernández-Savater. Por otro, porque la contraprestación del consenso, es decir, la protección de derechos como la salud, la educación o el transporte “también se está debilitando”.

El característico empeño del 15M por no clasificarse como de izquierdas o de derechas sería, según este planteamiento, una manera de “escapar a la trampa de la cultura de la Transición, que abusa de ese esquema para dividirnos falsamente”, dice Fernández Savater. “La gente no se deja encasillar porque así no nos dejan plantear debates interesantes. Y además nos asignan unas supuestas alianzas y unos supuestos enemigos que quizá no son los que queremos tener”. Según él, empieza a tener sentido hablar de “individuo conectado a una esfera pública o, mejor, a la esfera de lo común”.

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