Ella era mi oasis para historias de amor. Siempre tenía la mejor anécdota, la canción más romántica, los novios más guapos, las relaciones más intensas. Ella dedicó su vida a hacer instantáneas hermosas del mundo y a promocionar que el amor eterno sí existía.
Yo la conocí hace muchos años, por unos amigos en común. Eran los tiempos en los que ella conoció al hombre que le cambió la vida. Curioso, en esa misma fiesta yo conocí al que cambió la mía. Los dos eran amigos, de nacionalidades exóticas y por lo menos ya habían recorrido diez años más que nosotras. No importó. Queríamos saber qué era lo que nos ofrecía la vida en ese momento.
El mío, como siempre, fue un romance tipo Volcán (como el Volcano de Damien Rice): cadencioso, sólo por un momento que quedó estático en el tiempo y sin mayores asuntos qué atender. Me enamoré. Se enamoró. Las circunstancias no ayudaron y quedó en algo platónico. Él quería cosas diferentes. Yo sólo necesitaba ese momento. Esa historia se acabó hace mucho, pero se enterró cuando él dejó de existir vía un trágico final, como toda buena historia de amor tortuosa.
Ella, por su parte, reservó ese pedazo de cielo para él. Su él. Durante una década han ido y venido con un amor que ha ido creciendo como un árbol, fuerte, frondoso, cubre cuando hay calor y es cálido cuando hace frío. Los dos han vivido poco en el mismo país, pero han encontrado la forma de comunicarse, aún cuando uno de ellos es bastante más raro que el otro y pasan varios periodos en los cuales permanece en absoluto silencio, pero presente. Casi como si pudieras sentir Running on faith, de Eric Clapton en la piel, pues tienes una infección que te impide escucharlo.
Pues bien, un día de éstos, él fue a buscarla a Brandenburgo (o algo así). Se encontraron en la puerta y descubrieron que les gusta tomarse de las manos y caminar por las calles, haciendo bromas bobas y sonriendo, como un par de enamorados. Se hicieron mil fotos, platicaron de todas sus historias, se miraron como si no existiera nada más en el mundo. Ella esperaba pacientemente ese primer beso.
Los días transcurrieron. Él regresó, ella se quedó. Prometieron volverse a ver pronto. Él hizo planes para ella: “Podríamos pasar el verano en el pueblo de mis padres. Seguro te gustará”.
Ella hizo planes, limpió el corazón, lo dejó reluciente. “Este es el momento en que los dos estaremos juntos para siempre”, pensó. Sonreía más, casi flotaba al caminar. Estaba perdidamente enamorada de un sordo que de pronto comenzó a escuchar.
La acompañé a comprar ilusiones nuevas, un cuaderno rojo para plasmar la historia, unos cuantos ligueros (nunca se sabe) y muchos planes. No dejaba de bailar: “por fin estaremos como siempre lo soñé. ¿Sabes? Él ha sido siempre. Nunca ha habido nadie más. Sólo él.”
Yo sólo pensaba en Evil, de Interpol. Él nunca me gustó del todo. Un ex chico y yo coincidimos en que esa generación de “amigos” marcaban el mismo ritmo: mustios, guapos, exóticos, mujeriegos, poco sinceros. Pero bueno, ella tenía que intentarlo. Él era para ella. ¿No?
Se vieron sólo una vez. Él le habló de la hija, de su cotidaneidad y mencionó un pequeño detalle: “Estoy muy enfermo. Ya sabes, ni en eso pude ser diferente. Tengo cáncer. Ya me lo han tratado pero siempre puede regresar”. Ella se replanteó toda la vida y decidió que quería dejar sus cosas para cuidarlo hasta la muerte.
Él le propuso buscarla un jueves, para empezar la vida nueva juntos. Hoy es domingo y ya no llamó. Se sabe que sigue vivo. Se sabe que sigue por ahí. Se sabe que no la buscó. Ella tomó, afortunadamente, el avión que la regresó a su normalidad. Sí, iba con el corazón roto. Con las líneas del universo en vertical. Sí, con los ojos llenos de lágrimas y las palabras escondidas.
Ella, mi oasis para las historias de amor, ahora no entiende las razones de esta separación. No sabe de silencios, sólo de confusiones. Ella, en tierras lejanas, decidió ser gitana errante e ir fotografiando almas ajenas, hasta que la suya regrese. Decidió acabarse las palabras, hasta encontrar las suyas. Decidió soñar desiertos y palmeras, hasta que los colores regresen a su mente. Decidió mantener las emociones en un carrusel, hasta que encuentre el péndulo que las mueva y despierte violentamente. Pienso en esta historia y se muere un poco de mi corazón, sintiendo lo que pudo ser y que no fue. Yo sólo sé que los tiempos del universo son perfectos y que no era tiempo para que ellos estuvieran juntos.
Así es esto de la vida. Prueba y error, hasta darle a la dosis exacta.
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Imagen: TAU* (no es creative commons, se usa solo con permiso de la autora)