Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García |
Lo más cerca que estuve de Mosul –por su tamaño, la segunda ciudad de Iraq– fue a 2.753 km; al menos, eso es lo que me asegura Internet. A pesar de que siempre me ha interesado la historia, no sé prácticamente nada de Mosul y tengo una idea muy somera de cuál puede su aspecto; o, para ser más exacto, cuál sería su aspecto cuando todos sus edificios, entre ellos los de la “Ciudad Vieja” estaban todavía en pie. La ciudad tiene –o al menos tenía en sus mejores tiempos– por lo menos 1.800.000 habitantes, a ninguno de los cuales he conocido nunca; en este momento, un número importante de ellos está muerto, herido, desarraigado o en situación desesperada.
Consideremos un indicio de mi ignorancia el hecho de que nunca haya sabido nada de Mosul. Aun así, en los últimos meses, pese a lo poco que sé de ese sitio, Mosul ha estado presente en mi pensamiento, en parte debido a que lo hoy está pasando en la ciudad será una pérdida, tanto mundial como mía.
A mediados de octubre de 2016, con el respaldo de Estados Unidos, el ejército iraquí lanzó su primera ofensiva para retomar Mosul, que estaba en manos de combatientes del Daesh. Un contingente relativamente reducido de esta organización había capturado la ciudad a principios de junio de 2014 cuando la versión anterior del ejército iraquí (en la que EEUU había volcado más de 25.000 millones de dólares) se derrumbó ignominiosamente y huyó abandonando sus armas e incluso sus uniformes. Fue en la Gran Mezquita de Mosul donde se proclamó triunfalmente la existencia del Daesh por boca de su “califa” Abu Bakr al-Bagdadi.
El primer día de la ofensiva para recapturar la ciudad, el Pentágono ya estaba felicitando a las fuerzas armadas iraquíes por haberse “adelantado a lo programado” en una campaña que se suponía que “duraría semanas o incluso meses”. Los planificadores –que habían estado anunciando el comienzo de la operación durante casi un año– sabían bien poco. Una semana más tarde, todo continuaba “avanzando según nuestro plan”, según el por entonces secretario de Defensa de Estados Unidos Ashton Carter. Al final de enero de 2017, después de 100 días de intensos combates el sector oriental de la ciudad, dividida por el río Tigris, estaba más o menos otra vez en manos del gobierno [de Bagdad] y se había, según periodistas del New York Times destacados en lugar, “evitado la destrucción total sufrida por otras ciudades iraquíes” como Ramadi y Fallujah, a pesar de que se decía que aquellos residentes que no habían escapado estaban “viviendo en condiciones deplorables, sin electricidad, agua corriente ni otros servicios urbanos esenciales”.
Y esas eran las buenas noticias. Más de 100 días después, las tropas iraquíes continuaban tratando de llegar a la parte occidental de Mosul, algunos de cuyos barrios –entre ellos el peligroso laberinto de calles de la Ciudad Vieja–, continuaban en manos del Daesh, en medio de una continua y feroz lucha casa por casa. Sin embargo, el gobierno iraquí y sus generales insistían todavía que todo se resolvería en cuestión de semanas. Una fuerza del Daesh estimada en unos 1.000 hombres (de los entre 4.000 y 8.000 que según se informaba habían estado atrincherados inicialmente en la ciudad) continúan defendiendo sus posiciones y se supone que lucharán hasta la muerte. La fuerza aérea de Estados Unidos fue llamada repetidamente como en otros tiempos, mientras crecía la muerte de civiles y cientos de miles de desesperados y hambrientos habitantes de la ciudad continuaban viviendo en una Mosul herida por al empleo de incontables vehículos-bomba conducidos por suicidas del Daesh e incluso de algunos pequeños drones.
Después de siete meses de continuas batallas en la ciudad, es posible que no debiera sorprender a nadie que Mosul desapareciera de los titulares de la prensa, a pesar del aumento de las bajas civiles, del desplazamiento de medio millón de iraquíes y de las graves pérdidas del ejército iraquí.
Aunque de que no se ha escrito casi nada de esto, he aquí algo que parece obvio en este momento: cuando por fin la lucha ha acabado y el Daesh ha sido derrotado, las pérdidas serán mucho más generalizadas que las ya mencionadas. A pesar de que las primeras declaraciones decían que el ejército iraquí (y la fuerza aérea de Estados Unidos) tenían mucho cuidado para evitar tanta destrucción como fuera posible en un entorno urbano poblado por civiles, las reglas de combate han cambiado desde entonces y está claro que, finalmente, importantes zonas de la segunda ciudad iraquí habrán quedado en ruinas. Así, la situación de Mosul se parecerá a la de tantas otras ciudades y pueblos de Iraq y Siria, como Fallujah, Ramadi, Homs o Aleppo.
La desaparición de Mosul
En un momento en que cada día casi cualquier cosa que diga Donald Trump se convierte en un titular, la suerte de Mosul ni siquiera califica como historia mediática importante. Sin embargo, lo que sucede en esa ciudad no será un acontecimiento menor. Importará en este planeta cada vez más pequeño en el que vivimos.
Desgraciadamente, lo que está por venir también es razonablemente predecible. Ocho, nueve meses o más después de que se lanzara esta ofensiva, sin lugar a dudas el nefasto Daesh en Mosul estará destruido, pero también gran parte de la ciudad de una zona que continúa siendo borrada del mapa.
Cuando Mosul esté oficialmente retomada, aunque no sea “antes de lo programado” pero al menos “de acuerdo con lo programado”, el orgulloso anuncio de la “victoria” en la guerra contra el Daesh será un titular de primera plana. No obstante, muy pronto después volverá a desparecer de nuestro mundo y nuestras preocupaciones estadounidenses. Aun así, sin duda solo será el comienzo de la historia de un mundo en crisis. Catorce años han pasado desde que Estados Unidos invadiera Iraq e hiciera un agujero en el interior petrolífero de Oriente Medio. En la estela de la invasión, varios países se han hecho pedazos o simplemente colapsado, y crecido y extendido las organizaciones terroristas, mientras las guerras, los asesinatos étnicos y todo tipo de atrocidades han sumido en el caos a una región que no ha parado de crecer. Millones de iraquíes, sirios, afganos, yemeníes, libios y otros han sido arrancados de su tierra, desplazados en su propio país, o han huido cruzando fronteras para convertirse en refugiados. Solo en Mosul, un incalculable número de personas cuyos progenitores, abuelos, hijos, amigos y familiares fueron asesinados durante la ofensiva del ejército iraquí o por el Daesh son ahora personas sin techo ni recursos, ni trabajo, ni comunidad, en medio de unos lugares reconocibles hasta hace unos días, ahora convertidos en escombros.
La Mosul actual no tiene aeropuerto, ni estación de ferrocarril, ni universidad: todo ha sido destruido en las recientes batallas. Las primeras estimaciones sugieren que su reconstrucción costará miles de millones de dólares durante muchos años. Y Mosul no es más que una ciudad entre muchas que están en el mismo estado. La pregunta es: ¿de dónde exactamente saldrá el dinero para la reconstrucción? Después de todo, hoy en día el precio del petróleo está por debajo de los 50 dólares el barril, los gobiernos de Iraq y Siria carecen de cualquier recurso, ¿alguien puede imaginar una especie de Plan Marshall para la región proveniente del Estados Unidos de Donald Trump o, para el caso, de cualquier otro lugar?
En otras palabras, es probable que finalmente los iraquíes, los sirios, los yemeníes, los libios, los afganos y otros se encuentren solo entre las ruinas de unos países con muy pocos recursos. Con esa situación en la mente y conocida la historia de los últimos 14 años, ¿cómo serán las cosas para los habitantes de Mosul, o Ramadi, o Fallujah u otras ciudades que todavía han de destruirse? ¿Qué nuevos movimientos, luchas étnicas y organizaciones terroristas surgirán en semejante entorno de pesadilla?
Planteado de otro modo, si el lector piensa que ese desastre seguirá siendo el hábitat de los iraquíes (o de sirios, yemeníes, libios y afganos) es que no ha prestado demasiada atención a la historia del siglo XXI. Evidentemente, no se ha percatado de que Donald J. Trump ganó las últimas elecciones presidenciales de Estados Unidos en parte por la amenaza de los refugiados de Oriente Medio y el terrorismo islámico, de que los británicos votaron por el abandono de la Unión Europea en parte debido a los mismos miedos y de que las presiones que sufre toda Europa en relación con los refugiados y los ataques terroristas han hecho lo suyo para alterar el paisaje político general.
Ahora que la necesitamos ¿dónde está la globalización?
Para cambiar ligeramente el contexto, permítame que haga otra pregunta: en estos últimos años, ¿se ha preguntado usted qué ha pasado con la “globalización” y la siempre presenta atención mediática que una vez se le prestaba? No hace mucho tiempo se nos aseguraba que este planeta se estaba “anudando” en una notablemente espesa red de interconexiones que nos asombraría a todos. Según escribió Thomas Friedman en 1996 en el New York Times, estábamos viendo “la integración de mercados libres, naciones-estados y tecnologías de la información en un grado nunca visto antes, en una forma que permite que las personas, las corporaciones y los países se relacionen en todo el mundo con más intensidad, velocidad y profundidad y al menor costo de la historia”. Todo esto sería alimentado y conducido por Estados Unidos, la única superpotencia que quedaba en pie; como resultado de ello, el “campo de juego” global sería milagrosamente “nivelado” en un mundo convertido en un mosaico de Pizza Huts de venta a domicilio, ordenadores iMac y coches Lexus.
Entre aquellos que tienen la edad adecuada, ¿quién no recuerda los años después del derrumbe de la Unión Soviética cuando de repente nos encontramos en un mundo con una sola superpotencia? Fue un momento en el que, gracias a los muy cacareados avances tecnológicos, los entendidos tenían clarísimo que este planeta iba a ser único en todos los sentidos. Todos estábamos a punto de ser absorbidos por un “mercado único de bienes, capitales y servicios comerciales” en el que –pese a las preocupaciones de los negativistas– “casi todos” saldríamos “ganando”. En un mundo sin múltiples superpotencias pero lleno de “supermercados”, era posible que en un año nos convirtiéramos en más democráticos y a la vez en más capitalistas en la medida que triunfara un entrelazado agrupamiento de corporaciones transnacionales, naciones y personas unidas por un particularmente intrincado conjunto de sistemas de comunicación (representando nada menos que una revolución informática), mientras los empobrecidos, esa eterna plaga de la humanidad, estaban destinados a perderse la fiesta. Por primera vez en la historia, todo estaría conectado en lo que sería un planeta único, “aplanado”.
No le sorprenderá, estoy seguro de ello, que alguien le diga que no es ese exactamente el planeta en el que estamos hoy. En lugar de eso, sean cuales sean los procesos en marcha, el resultado ha sido unos cuantos milmillonarios, un nivel récord de desigualdad y grandes cantidades de refugiados como no se veían desde que buena parte del mundo quedó colapsado después de la Segunda Guerra Mundial.
Aun así –conceptualmente hablando–, ¿no se pregunta usted si acaso no será la globalización lo que necesitamos en este momento? Quiero decir, ¿era verdad o no que estábamos viviendo en un único y cada vez más pequeño planeta? Los globalizadores de otros tiempos, ¿están acaso viviendo en otro planeta de un sistema solar completamente distinto? O ¿podría ser que la globalización aún sigue siendo aquí el paradigma rector, pero lo que está globalizado no son (o no solamente) los Pizza Huts de venta a domicilio, los ordenadores iMac y los coches Lexus sino los puntos de tensión donde se agrieta nuestro mundo?
La globalización de la miseria no tiene la elegancia que tiene la globalización de la abundancia. No contribuye a una lectura alentadora, tampoco lo hace la creciente desigualdad económica mundial que parece tan inquietante como el aplanamiento de un campo de juego (a menos, por supuesto, que usted sea un milmillonario). Y gracias principalmente a las acciones de las fuerzas armadas de la última superpotencia en pie, la desintegración de importantes regiones del planeta Tierra no suma bastante a lo que los globalizadores tenían previsto para el siglo XXI. Países fracasados, proliferación de organizaciones terroristas, demasiadas ciudades como Mosul y tanto más de lo mismo no era lo que la globalización se suponía que iba a ser.
Sin embargo, tal vez sea tiempo de empezar a recordarnos a nosotros mismos que todavía estamos en un planeta globalizado, aunque sea uno que experimenta tensiones no previstas, entre ellas las desastrosas e interminables guerras estadounidenses contra el terror. Por supuesto, es mucho más cómodo tirar por la borda la noción de globalización e imaginar que Mosul esta a miles de kilómetros en un universo que prácticamente no tiene nada que ver con el nuestro.
Qué significa realmente estar en planeta “aplanado”
Es cierto que la semana pasada* la candidata de la extrema derecha Marine Le Pen fue derrotada por un joven y poco conocido ex banquero de inversiones y ex ministro, Emmanuel Macron, y que la Unión Europea se mantiene. Tal como pasó en unas elecciones celebradas meses antes en Holanda, en las que perdió otro candidato de la derecha; esto se presenta como la potencial pleamar de lo que ahora ha dado en llamarse “populismo” en Europa (o el estilo Brexit de fragmentación en ese continente). Pero, dadas las presiones que probablemente se producirán, yo tomaría esas tranquilizantes palabras con una pizca de sal. Después de todo, tanto en la Países Bajos como en Francia, los partidos nacionalistas de extrema derecha tuvieron una cosecha récord de votos a partir de un sentimiento anti-islámico y anti-refugiados, y –después de las venideras elecciones parlamentarias en Francia– ambos estarán representados –una vez más, con números récords– en sus respectivas asambleas legislativas.
El crecimiento de esos “populismos” –pensemos en ellos como una muestra de la descomposición autoritaria del planeta– ya es una tendencia mundial. Por lo tanto, solo imaginemos la situación dentro de cuatro o posiblemente incluso ocho años después de que los generales de Trump, ya al mando, hayan hecho todo lo que esté en su mano en el Gran Oriente Medio y África. No existen razones para creer que, bajo su orientación, el destrozo de regiones claves del planeta no vaya a continuar. No hay razones para pensar que en un mundo con cada vez más Mosules –es evidente que la “capital” siria del Daesh, Raqqa, es la próxima ciudad que sufrirá similar tratamiento– esas “victorias” no producirán un mundo con más salvajismo étnico, más extremismo religioso, más destrucción bélica y más caos. Esto, a su vez, garantiza una mayor proliferación de grupos terroristas e incluso más desarraigo de pueblos enteros (por ejemplo, vale la pena hacer notar que desde la muerte de Osama bin Laden a manos de las fuerzas de operaciones especiales de Estados Unidos, en lugar de reducirse, al-Qaeda ha crecido y ganado en atracción en todo el Gran Oriente Medio). Hasta ahora, la permanente “guerra contra el terror de Estados Unidos ha contribuido a la creación de un mundo de pavor, de refugiados en una escala inimaginable y de aún más terrorismo. ¿Que otra cosa podría uno imaginar que surgiría de los escombros de tantas Mosules?
Si el lector no cree que este es un planeta cada vez más interconectado y que continua siendo “aplanado” (si bien de una forma bastante distinta de lo esperado), que más pronto que tarde la destrucción de Mosul repercutirá también en nuestro universo es que no entiende este universo nuestro. Por ejemplo, es obvio que las próximas Mosules no harán otra cosa que producir más refugiados, y el lector ya sabe adónde conduce eso, desde el Brexit hasta Donald Trump. Destruyamos suficientes Mosules y, hasta en el centro mismo del Estados Unidos profundo, surgirán los miedos de quienes ya sienten que han sido dejados en la cuneta (unos miedos alimentados más todavía por demagogos preparados para utilizar en provecho propio el flujo mundial de refugiados).
Conociendo las transformaciones de los últimos años, solo pensemos qué significará desarraigar a poblaciones cada día más vastas, poner en movimiento a los sin techo, los desesperados, los enfadados, los lastimados, los vengativos –millones de adultos y niños cuya vida ha sido devastada o destruida–. Imaginemos, por ejemplo, qué significarán esas presiones en el marco de Europa y sus futuros políticos.
Pensemos en lo que vendrá en este nuestro enpequeñecido planeta; eso sin siquiera mencionar la fuerza que aún ha de revelarse completamente con todo su poder de fragmentación y globalización y arrasamiento. Hoy lo llamamos, con bastante ligereza, “cambio climático” o “calentamiento global”. Solo habrá que esperar hasta que, en las décadas por venir, el aumento del nivel del mar y los fenómenos climáticos extremos pongan en movimiento a los seres humanos en formas que hoy no imaginamos (sobre todo cuando la única superpotencia de la Tierra está gobernada por hombres que niegan con furia la existencia misma de esa fuerza o su origen humano.
¿Quiere usted un planeta cada día más pequeño? ¿Quiere usted el terror? ¿Quiere usted la globalización? Piense acerca de esto. ¿Y se pregunta usted por qué, en estos días, Mosul estaba en mi mente?
* El original en inglés de esta nota fue publicado el 14 de mayo de 2017. (N. del T.)
Tom Engelhardt es cofundador del American Empire Project, autor de The United States of Fear y de una historia de la Guerra Fría, The End of Victory Culture. Forma parte del cuerpo docente del Nation Institute y es administrador de TomDispatch.com. Su libro más reciente es Shadow Government: Surveillance, Secret Wars, and a Global Security State in a Single-Superpower World
Fuente: Rebelión (CC)
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