“El caracol construye la delicada arquitectura de su concha añadiendo una tras otra las espiras cada vez más amplias; después cesa bruscamente y comienza a enroscarse esta vez en decrecimiento, ya que una sola espira más daría a la concha una dimensión 16 veces más grande, lo que en lugar de contribuir al bienestar del animal, lo sobrecargaría. Y desde entonces, cualquier aumento de su productividad serviría sólo para paliar las dificultades creadas por esta ampliación de la concha, fuera de los límites fijados por su finalidad. Pasado el punto límite de la ampliación de las espiras, los problemas del sobrecrecimiento se multiplican en progresión geométrica, mientras que la capacidad biológica del caracol sólo puede, en el mejor de los casos, seguir una progresión aritmética.”
Ivan Illich.
Como aperitivo conceptual de esta columna propongo un poco de visualización. Una sencilla invitación a imaginar. Respira profundamente y empecemos.
El sol acaba de salir, es por la mañana, y el despertador no ha sonado, quizá las pilas se han agotado. En el cuarto de baño el grifo no suelta gota. En la cocina la cafetera no puede calentarse pues el gas parece que no llega a los fogones. El microondas no funciona, pues no llega electricidad. No puedes encender el ordenador. El teléfono móvil no da señal. En la calle, los coches están parados generando un descomunal alboroto de pitidos. La gente sale a la calle desconcertada, no hay periódicos, los supermercados no han abierto, la desesperación crece y es palpable, nada eléctrico parece funcionar, y en cadena cada uno de los mecanismos que usamos a diario nos deja bien claro que algún tipo de cataclismo ha sucedido. La ansiedad hace acto de presencia, y mucha gente espera a que alguien intervenga. Pero nadie interviene. Hablamos de un colapso generalizado. Imagina que esto no es un guión de ciencia ficción, no importa imaginar mucho, sólo hacer prospectiva y ver la tendencia.
No quiero que veas esto como una eco-moralina, o como un catastrofismo más aparte de los que ya conocemos. La idea es simple: no es a golpe de reciclaje y bombillas de ahorro que las cosas mejorarán. Necesitamos de algo más, en sentido literal de algo menos, necesitamos desacelerar.
Tripular la vida desde otro lugar, en realidad, desde otra velocidad.
No son cosas nuevas, son más bien antiguas, pues la vida es antigua, y el equilibrio es lo que mantiene la integridad celular, y a otra escala la biosfera estable.
El mantra del máximo beneficio y el de la producción permanente se ha instaurado groseramente en nuestro cotidiano. Pero crecimiento económico no significa una vida mejor, una vida más plena, más feliz, ni para las sociedades humanas, ni para los ecosistemas. Entre biocidios diversos, polarización social y conflictos armados, vamos erosionando la frágil membrana que hace posible la vida. El crecimiento constante convertido en un amuleto, vaya cantinela irresponsable y cruel, vaya insulto a nosotros mismos.
Pero no me interesa generar un lamento o un rechazo, quizá ya sea hora de tomar el pulso a los movimientos que hace tiempo hablan de decrecer, existe un movimiento internacional de decrecimiento. En un sentido sustancial necesitamos como un trípode, una conjunción de tres esfuerzos: una acción individual consciente, un consumo diferente y abrirnos a la experimentación colectiva para desarrollar una nueva acción política.
Os invito a vivir desde ya una reflexión a las formas de ver y experimentar lo cotidiano. Es obvio que los paladines neoliberales verán en esto radicalidad, pero “radical” viene de la palabra latina radix, que significa raíz, punto de enfoque sustancial, profundo, esencial, ni extremismo ni fanatismo: fanatismo es el que se esconde en el fetiche del crecimiento.
Las ideas del decrecimiento, de la simplicidad voluntaria, tienen ya un recorrido histórico, se plantearon hace tiempo. El decrecimiento expresa con nuevas palabras viejas cuestiones, reconceptualiza el término del trabajo, del productivismo y ante las evidencias del colapso energético y medioambiental nos dice bien claro: necesitas menos bienes y más vínculos.
Simplificar no es un eslogan comercial, pues no se puede comprar, pero cada paso que des te puede acercar a esa nueva realidad: Apaga la tele un rato, sal a pasear, siembra una lechuga, barre tu acera, habla con tu vecino.
Empezar a imaginar otro modo de hacer las cosas desde el gesto cotidiano, el escepticismo sano y el apoyo mutuo real.
Marc Masmiquel
Marc Masmiquel radica en España y es periodista, diseñador independiente y creador de la Editorial Invisible.
Artículo reproducido con permiso de su autor, consultable en su blog Deriva y Vencerás.
Foto: chiaralily