Los días pasan uno tras otro. Algunos me recuerdan lo que hemos pasado hasta llegar aquí. A este punto en que es una encrucijada y debo enfrentar al destino. Era un jueves cualquiera. Salí muy tarde del trabajo y tomé ese camino casi sin pensarlo. Hace cuatro años dejé de seguir esa rutina por miedo a encontrarte en cualquiera de los puntos que frecuentábamos y hoy, así sin pensarlo, caminé tarareando Rise and Shine de Poe.
Me di cuenta a la mitad del camino, justo después de pasar por un kiosko que se me hizo muy conocido. Me acerqué a observarlo y encontré nuestras iniciales. En él te declare mi amor por primera vez. Vaya estúpido que fui. Sólo me importabas tu, tus risas, tus hermosos ojos pecosos. No existía nada más. Nadie más. Nunca hubo otra ¿Sabes? Todos fueron intentos por olvidarte.
Pasé siete meses ahogado en la mierda. Sólo a mi se me ocurre irme a vivir a la que iba a ser nuestra casa, después de que decidiste dejarme sin decirme que llevabas a mi hijo en tus entrañas. Todos los días y todas las noches de esos siete meses lloré por ti. Lloré por “esa mala mujer que me hizo tanto daño”. Suena a un título ridículo de cualquier canción ranchera ¿no? Pero así me sentía. Perdí el espacio, el tiempo, las ganas de vivir.
Sólo pensaba en lo que pudo haber sido y me arrebataste en un momento de ira. Me pediste que te llevara al aeropuerto, no quisiste darme mayor explicación. Te bajaste del coche apenas me estacioné y no volví a verte. Rhinoceros de los Smashin Pumpkins sonaba en la radio. Esa era nuestra canción para momentos duros. Pensé que tendría solución.
Y justo este jueves, donde me siento un poco nostálgico y me dirijo a mi casa, tengo que pasar por un cerco de seguridad, de esos tan cotidianos en mi entorno y el corazón se me paraliza de pronto. Ahí estás. Con esa sonrisa que ni los años han podido cambiar.
Me diste miedo. No quise acercarme. Me quedé parado, impávido. Aterrado. En breves segundos entendí a qué se refería Einstein con “dos líneas paralelas que se juntan en el infinito”. Dejamos de ser asíntotas y por un momento estuviste casi de mi mano de nuevo.
Volteaste, sólo por dos instantes, como si reconocieras el entorno. Quizás sí lo hiciste. Mi pánico hizo que me moviera sólo dos centímetros, lo suficiente para salir de tu campo visual. En efecto, mucho tiempo quise la fórmula perfecta para saber cuándo volvería a verte. Para entender el momento exacto de nuestra separación y nuestro fugaz encuentro. Nunca se está preparado para eso. Broken de Evanecense hace que las lágrimas mojen mis pasos.
Tu rostro giró hacia tu lado derecho, justo al opuesto en el que yo estaba. Hiciste esa mueca que me enloquecía y con la que te llenaba de besos. Algo murmuraste, tomaste tus cosas y te fuiste, caminando como en brinquitos. Hay cosas que nunca cambian. Se me quedó en la retina tu mirada con una tristeza repentina, como estrella fugaz. Sacudiste la cara y sonreíste como siempre. Tu frase eterna se aplicó perfecto: “No me gusta mirar hacia atrás porque no quiero convertirme en estatua de sal”. Intenté gritar tu nombre y por lo menos saludarte, pero abrí la boca y no pude emitir sonido alguno.
Seguí caminando, cabizbajo, pensando en todo lo que fuiste y lo que ya no eres. Al principio, sólo podía decirme a mi mismo que entre nosotros todo fue voltear al lado equivocado. Pero al llegar a casa encontré un mensaje telefónico de mi chica, aquella con la que comparto neurosis y vuelos. Aquella que siempre encuentra la forma de sonreír y sus besos me levantan los pies del suelo. Preguntaba sobre el vino que debía comprar para la cena romántica de mitad de semana y se escuchaba Sunrise de Norah Jones, de fondo. Ella dice que con esa canción se enamora más de mi y me besa riéndose. Con esa risa tan…celestial…
Me senté con pesadez en la cocina y vi el calendario. Me acerqué para confirmar que este jueves fue el último que taché en él. Comencé esa obsesiva costumbre cuando te fuiste. Tachaba todos y cada uno de los días, esperando que por fin apareciera en mi agenda ese día en que dejara de añorarte. Ya no necesito contar los días. Vivo el hoy y ya.
Vimos hacia el lado equivocado, con las tristezas fugaces y los encuentros fallidos porque ya no pertenecemos uno al otro. Me di cuenta de eso al verte y cuando decidí contarle nuestra historia a mi nuevo amor. Después de escucharme, ella me tomó de la mano y me sonrió. Dulcemente se recostó en mi hombro y susurró: “Lo mejor es ese primer respiro que tienes cuando sales de la mierda, ¿no? Es la magia de la bocanada: te limpia todo y te recuerda lo vivo que estás”.
Abro las ventanas, dejo que la primera luz de la mañana entre a mi departamento y se refleje en la duela. La vecina ha puesto: Bocanada, de Gustavo Cerati a un volumen estridente para esas horas de la madrugada. No me molesta, sonrío y doy una gran bocanada. Estoy vivo.
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