single: Living in a ghost town. Como parte de la cultura popular, las letras pueden ilustrarnos acerca de un sentir colectivo. Todos apreciamos que “la vida era tan hermosa, hasta que nos encerramos y nos sentimos como un fantasma, en una ciudad fantasma”. Tras ocho años de silencio, los Rolling Stones acaban de publicar un

Tiene sentido que una banda de mĂşsica tan longeva y urbana como los Rolling estĂ© entre los primeros en sentir la necesidad de reflexionar artĂsticamente sobre la situaciĂłn. La pandemia y el confinamiento afectan de lleno a las dos ideas centrales de una gran mayorĂa de sus canciones: la celebraciĂłn en grupo, y la ciudad como lugar de encuentros y sorpresas.
La situaciĂłn de confinamiento y el vacĂo del espacio pĂşblico se reflejan en obras musicales. Como escuchamos en la recuperaciĂłn de una canciĂłn de John Lennon, Isolation, que no puede ser hoy más actual:
“Usted es sĂłlo un ser humano, una vĂctima de la locura, tenemos miedo de cada uno, como miedo del sol, aislamiento”.
Las canciones de los Rolling Stones son un indicio de las tendencias sociolĂłgicas. En 1965, (I can’t get no) Satisfaction constataba la paradoja de la sociedad de la abundancia, en tĂ©rminos del economista John K. Galbraith en su libro La sociedad opulenta. Era el grito de descontento de una juventud hedonista que intuĂa que el bienestar material no era suficiente para vivir bien.
La vida urbana: “Soy un fantasma viviendo en una ciudad fantasma”
Ante las imágenes de calles vacĂas y la ausencia de una vida urbana cotidiana, surge la cuestiĂłn de quĂ© es lo que perdemos con el confinamiento. La ciudad fantasma es la anulaciĂłn del espacio pĂşblico como eje para espontaneidades y emancipaciones.
El antropĂłlogo Manuel Delgado nos decĂa que una ciudad es tanto el lugar de disciplinas, de control por parte de los poderes, como el de los ardides de los ciudadanos para escapar a la autoridad. Es el lugar de las revueltas, como escuchábamos en otro himno de los Stones, Street Fighting Man.
El encuentro con desconocidos
Al vivir en una ciudad confinada, el ciudadano se encuentra a merced de unas rutinas preestablecidas. Y por ello mismo, la calle, la acera, la plaza pĂşblica, que son lugares de encuentro con la diversidad, de efervescencia colectiva, pierden su razĂłn de ser.
El contacto espontáneo con lo que es diferente a uno mismo, que es una de las funciones principales de la calle para la socióloga Jane Jacobs, se suprime. La calle es encuentro con el azar, como dados que ruedan.
Esa vida pĂşblica cercenada y ausente consiste en salir al encuentro de los demás: mezclarnos en lugares pĂşblicos donde nacen vĂnculos precarios y efĂmeros. Pero vĂnculos, a fin de cuentas, que son el germen de las solidaridades y reciprocidades con desconocidos.
Somos fantasmas cuando el espacio público se convierte en un mero vector de tránsito, un no lugar, para el antropólogo Marc Augé, sin memoria y sin identidades que confluyan. ¿Es algo nuevo?
Todos anónimos, sin contacto. Vivir entre muchos, “asumiendo el compromiso con un mundo que no es el espejo de uno mismo” era, conforme al sociólogo Richard Sennett, una de las virtudes del espacio público y la ciudad.
Lo inesperado
Si la vida era hermosa, se debĂa a ese estar fronterizo en el espacio pĂşblico, en la calle, al encuentro de lo inesperado a pesar de los comportamientos pautados de la urbanidad. Es hermosa por el hecho de perderse en un paseo, sin rumbo fijo, como experimentaron Walter Benjamin y Franz Hessel en sus Paseos por BerlĂn.
Y esta sensación de estar perdido puede generar también angustias, la necesidad de encontrar refugios en un ambiente hostil y peligroso, a la intemperie. Es el precio a pagar por abandonar el lugar de confort, como escuchamos en Gimme Shelter.
Pero aventurarse en el espacio público es también una “mezcla feliz” con el paisaje urbano, con los edificios, las avenidas, las plazas y sus viandantes. Esta canción es también la nostalgia del flâneur que tan bien retratara el poeta Charles Baudelaire: el paseante que en la ciudad hace “botánica del asfalto”.
Y por el hecho social de que la calle estĂ© llena de ruido, de caos, “de sonidos de saxofones, vidrios rotos y cĂmbalos resonando”. En ese caso, los lugares pĂşblicos hablan, murmuran, insuflan vida.
La jaula virtual: “Tanto tiempo para perder, sólo viendo mi teléfono”
El mundo virtual ha venido finalmente a sustituir las relaciones interpersonales directas. Pero tanto, el teletrabajo, como la teleamistad, carece de esa cercanĂa corporal y de la proximidad a lo distinto.
Son sĂłlo simulacros, como dirĂa el filĂłsofo Jean Baudrillard, sucedáneos de vida pĂşblica que nos dejan una sensaciĂłn de vacĂo.
La interpretación del clásico You Can’t Always Get What You Want en el evento Global Citizen, cada uno desde su casa y conectados a través de las pantallas, nunca podrá suplir la riqueza sensorial de compartir el mismo lugar. No siempre se consigue lo que se quiere.
Quizás ya antes del confinamiento Ă©ramos fantasmas en una ciudad fantasma, pendientes más del smartphone que de la vida real y prĂłxima. Cada uno ya encerrado en su propia jaula virtual, sĂłlo atento a lo que es familiar, purificado de la riqueza de la diversidad. DistraĂdos del mundo y concentrados en la pantalla.
Es posible que ahora esas promesas digitales de una vida idĂlica, entre las pantallas de los smartphones, revelen que relacionarse con imágenes, e incluso, convertirse uno mismo en imagen, es el camino para el empobrecimiento de nuestra vida.
Lo genuino urbano contrasta con la sociedad del espectáculo que ya denunciara el filĂłsofo Guy Debord en los años 60. Tampoco estamos satisfechos con la vida en las pantallas. Salimos a la calle para esperar a un amigo, como escuchamos en Waiting on a friend. Las pantallas no pueden sustituir esta cercanĂa.
“Es sólo Rock’n’Roll, pero me gusta”
“No es divertido” que la fiesta sea una “fiesta de uno”: es un contrasentido. La fiesta en tanto actividad masiva implica multitud, densidad y acercamiento, según el escritor Elias Canetti.
En la fiesta transgredimos las disciplinas de lo cotidiano, el control de los poderes, con el propósito del goce común, del estar juntos. Ya no sentimos miedo al contacto con los demás. Es lo que escuchamos en otro de los himnos de los Stones, It’s only rock’n’ roll.
Un abismo separa el hecho de ver un vĂdeo de la viva experiencia de compartir un lugar, en copresencia fĂsica, en un concierto o en la calle. La fiesta, como el espacio pĂşblico, ha de ser vivida con intensidad. El estar juntos y mezclados es su sentido.
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Antonio Fernández Vicente ne travaille pas, ne conseille pas, ne possède pas de parts, ne reçoit pas de fonds d’une organisation qui pourrait tirer profit de cet article, et n’a déclaré aucune autre affiliation que son poste universitaire.
Fuente: The Conversation (Creative Commons)
Author: Antonio Fernández Vicente, Profesor de teorĂa de la comunicaciĂłn, Universidad de Castilla-La Mancha

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