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Los sueños de Alicia… | Historias de hojaldras y otros panes

Esta era la historia de una niña rubia que se quedó dormida en un bosque y cuando despertó, observó que un conejo la miraba insistentemente. Ella intentó capturarlo (instinto básico de dominación) y él escapó, retándola a que lo siguiera.

Ella lo hizo, y en el intento de “tenerlo” caminó muchos senderos, tomó decisiones y en el camino se perdió. Llegó a un punto en el que ya no recordaba quién era, cuáles eran sus sueños o hacia dónde iba (suenan los primeros acordes de Caribou– Pixies).

¿Les suena conocida la historia? También pude haber citado la trama de “El Bulto”: un joven “luchador social” al que le dieron un macanazo, lo internaron con un coma y despierta 25 años después sin saber quién es ahora, qué pasó con su entorno, cuáles son sus sueños y qué camino debe seguir. Ese es mucho más dramático, real y cotidiano. Por lo menos la niña del primer ejemplo tomaba unas pastillitas que la hacían ver todo de colores y en diversos tamaños, había animalitos que hablaban y una reina a la cual podía culpar de todo. En el segundo el responsable es él mismo.

¿Cómo controlar el sentimiento de angustia si un día despertamos con la sensación de haber perdido el camino y no saber cómo regresar a él? No sé. Sigo buscando esas respuestas. A veces es muy fácil hacer responsable a la persona que duerme a nuestro lado, a los recuerdos, a nuestros padres, a los vecinos o a la mariposa gigante que nos susurra poemas mientras caminamos entre la multitud.

Esta semana me plantaron. Afortunadamente no fue el trágico y público plantón de quedarse horas en un café esperando que llegue la otra persona, creo que nunca me ha pasado eso.

Ahora fueron dos chicos totalmente diferentes los que aplicaron la misma fórmula. Uno dejó de buscarme una semana antes de la cita, por lo que no me sorprendió en absoluto cuando no hubo noticias de él, digo, yo tampoco lo busqué ni le pregunté nada. Sólo dejé que las cosas siguieran su curso. El otro fue el chico alto, culto y con sonrisa de dentífrico, del que les platiqué la semana pasada. Simplemente desapareció. Eso y mi garganta defectuosa (que me tiene enclaustrada y a punto de aprender a hacer galletas cual monja del siglo pasado) provocaron que me cuestionara -más que de costumbre-, el camino y las formas de andarlo. (My same, de Adele me provoca unas ganas inmediatas de caminar por ahí con estilo, moviendo los brazos y tronando los dedos, riéndome del destino).

Cuando son chicos que apenas conoces y con los que la historia no ha comenzado, no duele nada. Es jugar a la alquimia, a la prueba y el error. En mi experiencia, la desaparición junto con la informalidad duelen cuando ya hay promesas de por medio, besos, palabras de amor y planes de vida futura.  Dándole un segundo pensamiento debería de doler menos pues al final del día tampoco hay nada sólido, sólo castillos en el aire. Quizás por eso viene la angustia de sentirse perdido, por la inercia de planear y vivir cosas imaginarias, que aún no son reales y que cambian en un parpadeo.

Cuando te dan plantón, una inmediatamente comienza a buscar qué es lo que está mal dentro: “seguro no le gustó mi forma de ser”, “quizás me miró bien y ya no le gusté tanto”, “hice algo que no le pareció bien”. Y probablemente sí haya sido algo de eso, pero otro poco-mucho va junto con pegada la locura personal del otro involucrado. Una de las mujeres que más quiero y que es más que mi hermana siempre me ha dicho: “Cuando te cambies el chip y dejes de pensar que los hombres se van por algo que tú hiciste, en ese momento te darás cuenta de lo afortunada que eres porque se fueron”. Y tiene razón.

La gente va y viene, vamos y venimos, estamos y nos vamos. Algunos crecemos, evolucionamos, cambiamos y otros nos quedamos igual siempre. (Anna begins de Counting Crows me hace sonreír en esta parte). ¿En qué momento perdemos los sueños? ¿Con la madurez, la cotidianeidad y los brillitos en el suelo que resultan ser pedazos de papel plateado?

Y de pronto despertar un domingo cualquiera y sentir esa náusea, la angustia, la soledad de sentirse viejo, con unos sueños ajenos que resultan propios, definitivamente dan ganas de volverse a tapar con las cobijas y esperar a que todo pase, cual tormenta tropical.

Afortunadamente siempre se cruza alguien en el camino que ayuda a que uno tome el rumbo y regrese a casa, cual Alicia saliendo del bosque. En mi caso fue un viejo amigo que me encontró gracias a las redes sociales. Un par de emails bastaron para que me diera cuenta que mis sueños no estaban olvidados, que sigo siendo la misma pieza de pan que busca el hedonismo y que sólo estaban esperando que abriera el cajón adecuado para salir volando cual parvada mientras sigo el camino (si se puede volando, mejor). (Don´t believe in love de Dido suena ahora).

Creo que los sueños de todos siguen ahí, en nuestros recuerdos polvosos. Basta recordar qué contestabas cuando en los años mozos nos preguntaban los fastidiosos adultos: “¿Qué quieres ser cuando seas grande?

Me voy corriendo a buscar esa respuesta. Cual torbellino lleno de colores y polvo de estrellas iré de un lugar a otro hasta encontrar los placeres sencillos que me hacen sonreír impulsivamente. Intervention de Arcade Fire me acompaña y se la dejo para que les cuide los pasos, hasta que el futuro nos alcance.

Buena semana, mejores pasiones y pasos firmes para ustedes.

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Imagen: KatB

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