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Los test de antígenos frente a la COVID-19: una herramienta que debe ser interpretada en un contexto clínico

Shutterstock / Exposure Visuals

No hay un test perfecto. Todos tienen sus ventajas y sus inconvenientes. Ya hemos explicado en qué consistían los tres tipos de test: PCR, anticuerpos y antígenos. Estos últimos se han puesto de moda después de que la Comunidad de Madrid anunciara su uso masivo.

Qué detecta cada uno de los tres test.
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Los test que permiten diagnosticar la infección son los basados en la PCR y en antígenos porque detectan directamente el virus (el genoma o sus proteínas). Que den positivo no implica siempre que el virus esté activo y sea infectivo: podemos detectar su genoma o sus proteínas, pero que el virus no esté completo, solo sean restos.

Por otra parte, los test de anticuerpos detectan moléculas producidas por nuestro cuerpo cuando estamos infectados, por lo que sirven para evaluar la enfermedad. Dar positivo en estos no significa siempre que seamos infecciosos o que tengamos la enfermedad activa.

El diagnóstico de una enfermedad no se basa solo en un test microbiológico. Estos ayudan, pero el médico también tiene en cuenta otros aspectos clínicos, los síntomas y otras analíticas.

Cómo funciona un test de antígenos

Los test de antígenos confirman la presencia del virus al detectar sus proteínas (antígenos). Con alguna diferencia, más o menos todos tienen el mismo fundamento.

Sobre un soporte se fijan anticuerpos específicos que reaccionarán contra alguna proteína del virus. Se suele emplear la proteína de la superficie de la envoltura (la proteína S), que se proyecta hacia el exterior. Si en la muestra hay partículas virales, quedarán fijadas al anticuerpo. Es como si el virus o sus proteínas hubieran sido capturados por el anticuerpo.

A continuación, se añade un segundo anticuerpo contra el virus de manera que se forme un emparedado o sándwich: anticuerpo-virus-anticuerpo. Este segundo anticuerpo estará marcado o señalado de alguna manera para poner de manifiesto la reacción. Si la reacción es positiva, demuestra que había proteínas del virus. Es decir, que la persona estaba infectada.

El test de antígenos funciona como un ‘sándwich’.
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Las ventajas de este test son su rapidez y sencillez. No requiere reactivos caros, ni máquinas, ni personal técnico cualificado. Son mucho más baratos que la PCR. Suelen estar manufacturados como un test de embarazo: se toma una muestra de la nariz con un bastoncillo o de la saliva, se añaden unas gotas de un reactivo que extrae los antígenos del virus, se coloca en el dispositivo y se esperan menos de 30 minutos a que aparezcan las bandas reactivas correspondientes.

Su especificidad (la probabilidad de que una persona sana dé resultado negativo) es similar a la de la PCR. Esto quiere decir que el número de falsos positivos es bajo. Pero su sensibilidad (la probabilidad de que un infectado de resultado positivo) es menor que la de la PCR.

Esto significa que pueden dar más falsos negativos que la PCR. La PCR es mucho más sensible que la detección de antígenos: mientras que con la técnica PCR podemos llegar a detectar una molécula de ARN viral por microlitro, con los test de antígenos necesitamos miles o decenas de miles de proteínas del virus por microlitro para que el resultado sea positivo.

Entonces, ¿por qué decimos que este tipo de test pueden ser una buena herramienta para el diagnóstico?

Al tener una sensibilidad menor que la PCR, los test de antígenos son positivos a concentraciones más altas del virus y eso puede tener su ventaja. Aunque no sabemos qué carga viral implica que una persona sea o no infecciosa, podemos asumir que cuanto mayor sea la carga viral, mayor probabilidad hay de que uno sea contagioso.

Evolución de los niveles de infectividad.
Cevik, M., y col.

Los test de antígenos pueden resultar muy útiles al principio de la infección, cuando la carga viral es más alta: unos días antes de aparecer los síntomas y una semana después. El problema de la PCR es que es tan sensible que puede seguir siendo positiva varias semanas después de la aparición de los síntomas porque detecta incluso restos del genoma viral no activo, no infeccioso.

Los test de antígenos podemos hacerlos con mucha mayor frecuencia: es mejor un test (barato y sencillo) que podemos hacer dos veces a la semana semana, por ejemplo, que otro (más caro y complejo como la PCR) que hacemos cada dos semanas.

El estado de la infección se debe siempre correlacionar con el historial clínico y con otra información diagnóstica. La interpretación de un test siempre hay que hacerla dentro de un contexto clínico.

Por ejemplo, si el test de antígenos sale negativo pero la persona tiene algún síntoma, se podría combinar con la PCR, mucho más sensible. Los test de antígenos pueden ser una herramienta muy útil en atención primaria. Como pueden repetirse con mucha más facilidad que las PCR, pueden ser una buena alternativa para monitorizar y hacer un seguimiento en determinados grupos o colectivos: residencia de ancianos, centros sanitarios, colegios.

Lo que no tengo tan claro es si estos test son útiles para un cribado masivo de asintomáticos.

Otro tema a tener en cuenta es que existen varias empresas que comercializan test de antígenos. Aunque el fundamento sea similar, los resultados no tienen por qué ser iguales. Los test pueden variar en el tipo de anticuerpos que empleen, la proteína del virus que detectan o el modo de revelar la reacción. La sensibilidad y especificidad pueden ser diferente entre ellos y deberían antes evaluarse. Recordemos el fiasco de los famosos test rápidos chinos.


Una versión de este artículo fue publicada en el blog del autor, microBIO.


Ignacio López-Goñi no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.

Fuente: The Conversation (Creative Commons)
Author: Ignacio López-Goñi, Catedrático de Microbiología, Universidad de Navarra

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