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Menos es más… | Historias de Hojaldras y otros panes


Ella nunca dejó de luchar por sus ideales. Siempre se puso del lado menos sencillo, ese en el que cuando decides pararte ya no hay vuelta atrás. Siempre tuvo muchas dudas con sólo una constante: ayudar a mejorar el entorno.

Muy interesada en el tema de ayudar a los menos favorecidos, era ávida lectora de toda la bibliografía que pudieran darle sobre eso. Cuando escuchaba en la universidad las posturas de aquellos que creen que los pobres son “algo que se ve feo en las grandes ciudades” no podía contener el fuego en la mirada y se esforzaba cada vez por hacer pequeñas acciones. Creía en el “menos es más”.

En ese tiempo, tarareaba constantemente: “te sienta bien el sol, te sienta bien ser cool, te sienta bien el mal, te sienta bien ser Dios, te sienta bien mentir y decir que te fuiste yendo de nuestro lugar”, de Los Fabulosos Cadillacs.

Amores varios, algunos pasajeros, otros profundos. Su vida cambió cuando decidió irse a estudiar un semestre al otro lado del planeta. No sólo quería saber cómo vivían en el otro extremo, necesitaba experimentarlo.

Al principio decidió que sólo serían seis meses, pero entonces lo conoció. Él, un francés totalmente despreocupado, alegre, con un gran sentimiento de paz y una enorme concepción de lo que es la libertad. Entre ellos dos, desde entonces, sólo existió un Corazón Delator (Soda Stereo).

De esas historias mágicas en las que sólo con verse sabían que iban a estar juntos. Ya no existían más personas que habitaran sus historias románticas, sólo ellos dos. Viajaron juntos por el extremo del mundo: Bali, Singapur, Islas Mauricio, Indonesia, China, Bangkok.

Ella encontraba que la miseria está en todas partes. Ideaba planes de acción, estrategias. Él se enamoraba cada vez más de ella, de su pasión hacia la humanidad entera, de su fortaleza al tratar de documentar marchas sin ser fotógrafa, al hablar del derecho del otro sin ser abogada.

Se separaron sólo unos meses, los suficientes como para que ella se graduara de la universidad y tramitara los papeles necesarios. Ahora vivirían su amor y estarían juntos, viajando por el mundo.

Decidieron que la Torre Eiffel sería el marco para prometerse amor frente a sus más cercanos y en el Sena se vieron en su vida futura. Sí, demasiado cursi para una activista pero sólo lo suficientemente real para una historia de amor real.

Cuando vives el amor como algo diario, un medio de comunicación, cuando sabes que quizás no haya mañana, entonces te juegas el pellejo al día. Igual con el amor, si sabes que se puede terminar en cualquier momento, ¿Por qué amar con reservas?

Una temporada en México bastó para que ella consiguiera los contactos necesarios y poder cumplir uno de sus sueños: trabajar para concientizar a la gente sobre el grave peligro que representan las bombas abandonadas y enterradas en tierra de nadie.

La que siempre ha creído que el amor es para siempre, hasta que siempre dure, viviéndolo como si mañana ya no existiera y su caballero francés, que luchaba en África por promover el trabajo justo respetando el medio ambiente, consideraron que el amor entre ellos era suficiente.

Irónico que dos luchadores incansables no quisieran tener hijos. “¿Para qué? Hay suficientes personas aquí afuera a las que necesitamos ayudar. Además, no sabemos si el mundo tiene solución. A cada momento intentamos mejorar el entorno, pero existe el profundo miedo que las cosas empeoren. No sé cómo podría explicarle eso a mis hijos”, me confesó ella en alguna coincidencia hermosa del destino.

Además, tenían en contra que sólo pasaban seis meses juntos al año. Ella viajaba por todo el mundo dando conferencias y promoviendo el respeto al prójimo. Él se encontraba lejos de todo contacto, recluido en un trabajo en el que sólo veía la luz temporalmente. Qué mejor respiro que viajar la mitad del año creando nuevas historias con el único amor que le interesó conservar, el de ella.

Aún así, consideraban que serían los eternos tíos. Sólo ellos dos, con su amor constante, etéreo, enorme.

Pero 10 años después, cuando el para siempre resultó un espacio atemporal a prueba de cualquier distancia, el pequeño Suraj decidió que Wanda y Cyril serían sus papás.

Ellos decidieron darle una nueva oportunidad al mundo, sí ese por el que tanto han luchado y que tantas dudas les genera, para recibir con los brazos abiertos a quien los eligió para que lo guíen por los caminos que sean necesarios para conseguir la evolución.
Con Wake Up, de Arcade Fire, celebremos que sólo somos un millón de pequeños dioses causando tormentas de lluvia. ¡Bienvenido Suraj!

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Imagen:Kalyan02 (CC Flickr)

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