Como consecuencia del estado de alarma, hace meses que los centros escolares tuvieron que cerrar sus puertas. Eso supuso que los comedores escolares dejaran también de funcionar. Para muchas familias con pocos recursos, prescindir de esa comida diaria podía suponer un problema muy serio.
Para intentar paliarlo, en Madrid la Comunidad firmó un acuerdo con tres empresas de restauración –Telepizza, Rodilla y Viena Capellanes–, con el fin de que pudieran proporcionar comidas a los 11 500 niños de familias perceptoras de la Renta Mínima de Inserción (RMI).
Una solución temporal
Hay que admitir que la situación no era fácil de resolver en un principio. Distribuir, en plena explosión de la pandemia, tal cifra diaria de almuerzos a familias dispersas por toda la Comunidad planteaba serios problemas de logística. Sobre todo con el confinamiento activado y la actividad laboral y hostelera reducida o paralizada.
Por otra parte, marzo y abril han sido meses terribles para todos, con asuntos de extrema gravedad que acuciaba resolver: la famosa curva ascendente de contagios, los ERTE, la falta de EPI suficientes y de pruebas diagnósticas fiables, organizar el hospital de IFEMA, el drama de los mayores en las residencias, etc. Teniendo en cuenta, además, que el periodo de alarma inicial fue previsto para dos semanas, cualquier solución para dar de comer a esos niños con familias en dificultades parecía, si no correcta, sí la menos mala.
Lamentablemente, con el transcurrir de los días, nadie se volvió a acordar de esos niños, de los escolares que han seguido recibiendo menús a los que, como científico dedicado a la nutrición, solo puedo calificar globalmente como “comida chatarra” o fast food. Es decir: comida para quitar el hambre, barata, nutricionalmente despreciable y educativamente un despropósito. Apta, en todo caso, para consumir de forma esporádica, como probablemente fue la idea inicial.
Déficits nutricionales y exceso de grasas saturadas
Argüir, como se ha hecho, que la solución se mantiene porque “a los niños les gusta”, o que “por unos días no pasa nada”, o que “en su casa ya comerán la verdura necesaria” no reduce el problema. Que un escolar ingiera aproximadamente un 35% de lo que debiera ser su ingesta de calorías diarias con estos productos implica que en su dieta pueden faltar vitaminas (folatos, carotenos), fibra y otros nutrientes. Además de abusar de las grasas saturadas.
Tampoco hay que olvidar que en estas edades es imprescindible educar para fomentar los correctos hábitos alimentarios y reducir la futura carga de enfermedades crónicas. De manera especial cuando, en los entornos más desfavorecidos, se ha comprobado que es más frecuente la obesidad, el sedentarismo y el consumo de dietas menos saludables.
En lo que respecta al menú proporcionado por Telepizza, no hay mucho que explicar. Es fast food, porque una ensalada en el menú no es suficiente para contrarrestar el desequilibrio dietético que genera esta manera de alimentarse.
Algo parecido ocurre con el menú de Rodilla, quienes insisten en añadir patatas fritas de bolsa, sin gluten, a todos los menús. Detalle que lejos de mejorar el valor nutritivo lo empeora. Comer a base de sándwiches es probable que, además, no consiga saciar a los niños corpulentos o de más edad.
El menú de Viena Capellanes, según indican, se sirve a 801 escolares de 74 municipios. Se puede considerar el más razonable de toda la oferta ya que, al menos, contiene legumbres y alguna hortaliza. Sin embargo, hay que recalcar lo inadecuado de los lunes, con carbohidrato (arroz) y fécula (patata en tortilla). Además del martes de pasta y barritas de pescado (cuyo porcentaje de pescado suele ser ínfimo), que se repite otro día de la semana con pasta y nuggets.
Francamente, no deja de sorprender que estas empresas recalquen el papel de sus “departamentos de calidad” o de sus “equipos de nutrición”.
En definitiva, este tipo de alimentación consumida de forma no esporádica tiene un ínfimo valor nutritivo y gastronómico. Los niños con requerimientos especiales (alérgicos, celíacos) verán aún más complicado el mantener una dieta saludable con las restricciones añadidas que demandan.
Hay que insistir en que el fin de la alimentación en estas edades no es “llenar el estómago” sino proporcionar los nutrientes necesarios y educar en los principios de una dieta saludable, variada y equilibrada según los parámetros de la alimentación mediterránea.
Siendo comprensible la dificultad que conlleva organizar este tipo de servicio, no es razonable que no se hayan tomado medidas correctoras dado el tiempo transcurrido desde su implantación. Asimismo, las empresas adjudicatarias deberían contar con el asesoramiento de personal experto en nutrición. O al menos, no intentan desdibujar el verdadero perfil de sus menús aptos únicamente para “consumo esporádico”.
Jesús Román Martínez Álvarez es miembro de la Sociedad española de dietética y presidente de la Fundación alimentación saludable.
Fuente: The Conversation (Creative Commons)
Author: Jesús Román Martínez Álvarez, Prof. Dr. en el Grado de Nutrición y Dietética., Universidad Complutense de Madrid