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México lindo y… ¡herido!

Escrito por Angela Monte

Mi madre y mis hermanas, todas mayores de 50 años, son asiduas visitantes de los innumerables casinos de juego en Monterrey, México. Ruego a Dios todas las noches por su seguridad, desde hace unos años cuando la delincuencia organizada -monstruos criminales sin el menor escrúpulo, para mayor descripción- tomó como una de sus sedes la ciudad que me vió nacer.

Este jueves 25 de agosto, a primera hora de la tarde, leí un tweet sobre una granada de fragmentación lanzada dentro de uno de esos casinos a los que mi familia es tan asidua. Inmediatamente tomé el teléfono y llamé a mi madre. A Dios gracias, ella estaba en su casa, dispuesta a salir a hacer la compra de la semana.

Fui yo quien le dió la noticia que, en principio, hablaba de sólo 6 personas heridas por la “supuesta granada“. Luego de pedirle encarecidamente no ir a jugar en los próximos días (por el temor a que otros centros de juego fueran blanco de nuevos ataques) y de reiterarle mi preocupación y mi cariño, colgué con un muy mal sabor de boca. Para mi eran las 10 de la noche, me fuí a la cama consternada.

Por la mañana temprano sintonicé el noticiero de Joaquín López Dóriga -que en Europa se transmite a las 8:00 de la mañana- y me invadió el terror y la desesperación al darme cuenta de la magnitud del suceso que unas horas antes habría comentado con mi madre.

Narcotraficantes o terroristas, como se les quiera llamar a estos engendros, irrumpieron a eso de las 3:00 de la tarde en el Casino Royale, ubicado en una zona comercial muy transitada y, armados hasta los dientes, no sólo lanzaron grandas de fragmentación. Rociaron con gasolina el inmueble, congregado de una cantidad considerable de personas, accionaron sus armas e iniciaron el fuego.

En pocos minutos el local ardía en la mayoría de sus niveles. La gente corría desesperada, atropellándose, empujándose, histérica; buscando aceleradamente salidas, tratando de salvar sus vidas.

Los criminales salieron tan rápido como entraron; cobardemente, impunemente.

No tardaron en llegar los grupos de auxilio, pero no tan rápido como para impedir la tragedia. Muchos elementos se combinaron para actuar en contra de esa pobre e inocente gente: las puertas de emergencia estaban cerradas, el local no contaba con ventanas ni con rutas de evacuación claras e indispensables, la temperatura dentro era tan alta que ni los enormes chorros de agua de las mangueras de los bomberos, pudieron hacer descender para entrar a rescatarles.

Al momento de publicar estas líneas, muchos lograron salvar la vida, otros 52 la perdieron en el intento y 16 se encuentran malheridos en los hospitales aledaños. El país entero: indignado, consternado, triste, desolado.

Las autoridades, como siempre, han alzado la voz prometiendo encontrar y castigar a los culpables. Incluso la Procuraduría General de la República lanzó un comunicado en el que ofrece 30 millones de pesos “a quien proporcione información útil y veraz que lleve a la captura de los responsables que planearon el ataque“.

¿Eso de qué les sirve a los deudos de los difuntos que sólo buscaban un rato de esparcimiento? ¿Y el terror que deja a la población atrichenrándose en sus casas ante el temor de caer muerto a cualquier hora y lugar de la geografía mexicana, por muy inocente que parezca?

¡La responsabilidad no sólo es del gobierno, es nuestra, de todos los mexicanos! Tanto de aquel que paga sus impuestos puntualmente, como del otro que compra piratería y soborna a las autoridades. De aquellos indiferentes que se quedan callados ante irregularidades, como de los otros que marchan en pro de la paz. De los residentes de suelo mexica, como de los que estamos a miles de kilómetros de él.

México somos todos y mientras no nos hagamos responsables no sólo de nuestra integridad y la de nuestra familia, sino de la todo nuestro pueblo, las cosas no cambiarán nunca.

Hoy México entero es regiomontano, gentilicio de aquellos que nacimos en Monterrey. Hoy México está de luto por los caídos, por la justicia perdida, por el escaso orden, por el poco respeto que tenemos de nuestras autoridades y semejantes, por la deshumanización, por la indiferencia, por el temor a hacernos oír, por el materialismo que poco a poco se ha ido apoderando de nuestros corazones, dejando de lado el valor de una vida humana.

Hoy México no es más México, es la tierra del terror, la sangre y la impunidad. ¿Hay esperanza? Pregunta para el infinito.

Artículo publicado originalmente en Reporteras de Guardia. Este texto no es Creative Commons y se publica solamente con permiso del equipo de Reporteras de Guardia.

 

 

 

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