Por @hojaldra
Lo primero que hice cuando regresé fue desnudar la pared. No podía concebir mi vida sin ti. Me acuerdo que lo único que pude preguntarte fue: “¿Qué le voy a decir a la gente cuando me pregunten por nosotros?”. Idiota de mi. Casi frase de canción de boda: “Que nadie sepa mi sufrir”.
Aún con los ojos hinchados y mi cuarto viejo lleno de cajas y maletas, comencé a descolgar uno a uno los pósters, cuadros y adornos que alegraban una pared que me observó crecer.
Nada sencillo seguir andando el camino sin sueños compartidos. Lo único que hice fue dejar en blanco la pared enmarcaría muchos meses mis eternos despertares sin ti. Necesitaba estar en paz, despertar y no tener imágenes. Cerré mis ojos y oídos a cualquier estímulo externo. Bastante tenía con lo que llevaba dentro.
Me negué a decorar el espacio que habitaba. Bastante hacían con darme asilo como para que yo todavía quisiera hacerlo mío. Ya nada era mío, todo era ajeno y se movía como una película en cámara lenta. “Es normal, se llama depresión”, decían.
Pasó tanto tiempo ese cuarto “pelón” que me habitué a él así, desnudo, en blanco. Me hacía sentir viva, con ganas de respirar y recorrer todos sus recovecos con las manos. Era el único lugar donde mi mente podía ser ella misma y hacer una explosión de color sin dejar rastro alguno. Comencé a odiar las huellas. Todo lo que me recordaba la vida anterior sólo causaba repulsión y náusea.
Así guardé fotos, souvenirs, muñequitos, adornos. No quería nada cerca. Sólo mi hermosa pared blanca que rodeaba a mi mente colorida. Sentía que hasta el sonido se sentía mejor en una atmósfera herméticamente incolora. Mis mañanas eran brillantes y claras. La mente volaba sin preocuparse por nada.
Comencé a fijarme metas a corto plazo, conocer más gente, salir. Sonreía mucho más y recordaba un poco menos. Sin pensármelo mucho, me volví coleccionista de amores. A todos les diseñaba una habitación diferente dentro de mi corazón. Ellos tenían sólo una llave, la correspondiente a su espacio y entraban, salían, estaban, se iban a placer. No había plazos forzosos, fiadores o rentas por adelantado. Sólo les pedía que avisaran cuando quisieran desocupar definitivamente el lugar.
Un día cualquiera, cuando desperté me dí cuenta que había aparecido una pequeña rayita morada en la pared que desnudé con tanta paciencia y devoción. Era casi minúscula, pero no podía dejar de verla. No supe cómo entró y por qué quiso compartir el espacio con nosotros, pero me habitué a ella. No, decidí fingir que me habituaba a ella, pero en realidad me causaba una neurosis crónica. Me sentía dentro de un cuarto con cámaras y cajas chinas, al más puro estilo Murakami.
El espacio se vio ultrajado por una rayita morada que no dejaba de observarme. Lo peor es que unas semanas después apareció una rayita verde casi en el mismo lugar que la morada. El sonido dejó se seducir a la pared y sólo se escuchaban los huecos dentro de mi corazón.
La pared amanecía con más y más rayitas multicolores cada semana, pero no encontraba “al artista”. Mientras, reflexioné que el andar por los caminos del poliamor no ha sido nada sencillo. Cuando cambias de vida y eliges una poco convencional (socialmente hablando) te enfrentas a situaciones que rara vez puedes compartir, pues no muchos saben qué postura tomar o qué aconsejarte, la verdad sólo juzgan y me hacen recordar eso de “que nadie sepa mi sufrir” que tanto me fastidia. Debo confesar públicamente que últimamente el multifamiliar está a reventar y he tenido que construir un par de edificios más para albergar debidamente la colección de amorosos. Ya llegué a mi límite. Lo que una vez me dio paz hoy me genera un poco de neurosis.
Mi tranquilidad se basaba en la seguridad que generaba saberme “coleccionista” y no “coleccionada”. El tener inquilinos que entraban y salían me hacía feliz, libre, “poderosamente” amorosa.
La aparición de las rayitas coincidió con la predilección por dos de mis inquilinos. Me declaro absolutamente enamorada. Uno llena mis tardes y otro mis mañanas. No concibo la vida sin ellos, pero tampoco de manera cotidiana y compartida. Es difícil de explicar, sobre todo porque a todos y cada uno de los habitantes les guardo un cariño muy especial.
Hoy uno de los favoritos está de “sabático” en mi corazón. La noticia me tomó por sorpresa y comencé a desgarrarme las vestiduras intensamente. Al final del día sé que sólo necesita tiempo y espacio para hacer sus cosas. Nadie dijo que el desapego es sencillo y yo me lo estoy haciendo demasiado difícil. Así que lloré, escribí cuentos, borré cuentos, canté, dejé de cantar, caminé, corrí y una vez que la mente volvió a estar en paz, decidí descubrir el misterio de la pared decorada. Era yo misma, sonámbula, que dibujaba una rayita casi imperceptible, del color de los besos que cada inquilino me ha dado (virtual, real o imaginariamente).
Mi pared techicolor me indica que estoy lista para la siguiente etapa. Este fin de semana, por primera vez en muchos años, la decoré. Colgué una foto “El estado contemplativo” que me regaló una de las mujeres que más amo en este mundo. Un par de fotos que he tomado (y que –mágicamente- representan a cada uno de mis amores: una es el retrato del cañón del sumidero y la otra es un castillo a la hora del crepúsculo) y un pequeño cuadro con colores tornasol que decoran un callejón de Paris. Cansada, sonreí y escribí en un papelito: “lo que una vez me dio libertad, hoy me pesa cual grillete en el tobillo”.
Durante mis crisis “intensas y dramáticas” de esta semana, una hermosa amiga me platicó que el habitante favorito de su multifamiliar es un gitano. Cuando escuché la historia inmediatamente me hizo click con un poema que me regalaron hace tiempo: “Farewell” de Neruda:
Amo el amor de los marineros
que besan y se van.
Dejan una promesa.
No vuelven nunca más.
En cada puerto una mujer espera:
los marineros besan y se van.
Pues bien, haré oficial algo que ya había pensado. Primero las notas aclaratorias: 1. No voy a desalojar a los inquilinos, pues no voy a demoler nada. 2. Cada quien es libre de quedarse o irse, según le plazca. 3. No dejo de quererlos, sólo abro las puertas. La razón: Voy a darle tregua al multifamiliar de mi corazón.
Ahora intentaré ser gitana y moverme hacia donde me lleven los colores, el viento, las flores, los sonidos. ¿Cómo resolveré la seguridad que me daba tener tantos amores? No lo sé. ¿Cómo voy a concebir ahora al poliamor? Tampoco sé. Sólo sé que necesito desapegarme de todo, de nuevo. Me siento estática y comienzo a caer en conductas cotidianas y convencionales, lo cual, me enfada. ¿Y mis chicos? Bueno, creo que no les llamaré “inquilinos”, algo se me ocurrirá (se agradecen sugerencias). Ya les iré contando de esta nueva aventura.
¡Qué rico empezar nuevas historias escuchando Morning Sunshine de Pinkle! (Si alguien la quiere avíseme).
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Foto: por UggBoy♥UggGirl Flickr! (CC)