Elemental, querido lector. No estamos acostumbrados a ver a los personajes míticos y jóvenes de la literatura universal convertidos en ancianos. Ahora tenemos la oportunidad de hacerlo. El arisco detective británico Sherlock Holmes, (creación de Arthur Conan Doyle) aparece en la pantalla nada más y nada menos que con 93 años. Aunque su memoria y sus capacidades intelectuales empiezan a mermarse, nada le impedirá concluir un caso que se quedó a medias medio siglo atrás.
Corre el año 1947 y un anciano Holmes, interpretado por un magnífico Ian McKellen, vive en lo más profundo de Inglaterra, en la campiña de Sussex. Rodeado de una colmena que cuida con esmero y devoción, le acompañan en su vejez un ama de llaves (Laura Linney en un papel correcto pero poco lúcido) y su hijo Roger.
Dedicado en exclusiva a escribir su diario y a luchar contra su progresiva pérdida de memoria, el antaño detective se topa con un caso inconcluso en el que trabajó hace 50 años. Navegando en sus recuerdos, avivados por la lectura de su bitácora vital, Holmes se esfuerza por armar el puzzle de esa investigación.
Y en la película ese puzzle se nos presenta a través de varios flash back: cuando estaba en la cúspide de su carrera, durante un viaje que hizo a Japón y en la actualidad decadente de sus 93 años. Así, con una acción que se divide en tres espacios temporales distintos, somos testigos de la evolución de un personaje bastante antipático. El pequeño Roger despertará en el anciano una ternura desconocida hasta entonces, y se aprovechará del ojo sagaz y la capacidad deductiva de éste. Un gran Sherlock Holmes se va humanizando ante nuestros ojos dejando ver algo de azúcar en un corazón de hierro y eso siempre se agradece.
Basada en la novela de Mitch Cullin, “Mr. Holmes”, dirigida por Bill Condon, está actualmente en cartelera.