Manuel Peinado Lorca, Universidad de Alcalá
La aparición en China de un brote de neumonía provocado por un coronavirus (2019-nCoV) es un desafío para los virólogos, que han emprendido una carrera contrarreloj para obtener más datos sobre la secuencia genética, la epidemiología y la propagación del patógeno.
La pregunta más urgente es determinar cómo se propaga. El seguimiento en tiempo real de la velocidad a la que aparecen los nuevos casos, junto con cuándo comenzaron los síntomas para cada uno de ellos, son las señales que indican a los expertos la facilidad con la que el virus puede circular entre humanos y si el brote tiene el potencial de persistir.
Cada virus tiene un método distinto de transmisión. Entre estos se encuentran los vectores de transmisión, que son otros organismos que los transmiten entre portadores. Los virus animales se suelen propagar de vertebrado a vertebrado por medio de insectos hematófagos.
Los coronavirus son una familia de 39 virus. Algunos causan enfermedades en las personas, mientras que otros infectan animales como camélidos (MERS), felinos y murciélagos (SARS).
En casos raros, los coronavirus de animales pueden evolucionar para infectar a las personas y luego propagarse entre ellas por transmisión aérea (vía estornudo o tos). También se pueden transmitir por objetos o sustancias recientemente contaminadas, como ocurre con el virus de la gripe y con el MERS, cuya vía de infección fue, probablemente, la ingesta de leche cruda de camélidos recién ordeñada.
Aunque todavía se desconocen muchos detalles del 2019-nCoV, un comunicado de la OMS sugiere que un animal es la fuente primaria de este nuevo brote. A pesar de esto, la Comisión Nacional de Salud de China ha confirmado que algunos casos han sido causados por la transmisión directa entre humanos (como ocurrió con sus dos antecesores), pero aún no está claro si esa es la norma.
¿De dónde procede el virus?
Los expertos están trabajando con la hipótesis de que el virus se originó en un animal o animales no identificados, y luego se propagó a los humanos en un gran mercado de alimentos en Wuhan.
En ese mercado de abastos, ahora clausurado, se venden animales salvajes para el consumo como serpientes. En un artículo publicado por virólogos chinos el pasado 22 de enero los primeros animales señalados como fuente primaria han sido precisamente esos reptiles.
El estudio analizó la secuencia genética del nuevo virus y lo comparó con las secuencias genéticas de más de doscientos otros coronavirus de todo el mundo que infectan a varios animales. Consideraron varios huéspedes potenciales como marmotas, pangolines erizos, murciélagos, pájaros, humanos y serpientes.
Concluyeron que el 2019-nCoV pudo utilizar como residente a dos serpientes comunes en el sureste de China, la krait pluribanda (Bungarus multicinctus) o la cobra china Naja atra, ambas comercializadas en el mercado de abastos de Wujan.
Sin embargo, esta teoría parece a día de hoy descartada. Otros científicos dicen que no hay pruebas de que estos coronavirus puedan infectar a especies que no sean mamíferos. Los antecedentes les avalan.
A finales de 2002 comenzaron a aparecer casos de una enfermedad parecida a la neumonía en Guangdong, en el sureste de China. La enfermedad, denominada SARS, desencadenó una emergencia mundial a medida que se extendió por todo el mundo en 2003. Miles de personas fueron infectadas.
Los científicos chinos identificaron una cepa de coronavirus como posible culpable y encontraron virus genéticamente similares en civetas de palma (Paguma larvata), unos mamíferos parecidos a nuestras ginetas que se vendían en los mercados de abastos de Guangdong.
Más tarde, explorando en el interior de cuevas, los cazadores de virus encontraron un gran número de coronavirus relacionados con el SARS en murciélagos de herradura Rhinolophus sinicus, lo que hizo pensar que la cepa probablemente se originó en estos mamíferos y luego pasó a las civetas antes de llegar a los humanos.
Por eso, los virólogos del Instituto Pasteur de Shanghai que en 2017 identificaron virus relacionados con el SARS en los murciélagos de gruta lo tienen claro. Los virus SARS y 2019-nCoV forman parte de un subgrupo de cuatro virus conocidos como betacoronavirus. Los trabajos de campo llevado a cabo a raíz del brote del SARS 2002–03 por estos y otros virólogos solamente han detectado este tipo de virus en mamíferos.
¿Qué nos dice el genoma del virus?
La secuenciación genética del coronavirus de Wuhan ofrece pistas sobre sus orígenes y propagación. Un análisis filogenético de once de esas cepas publicado el pasado 20 de enero mostró poca diversidad genética entre ellas. Esto sugiere que el ancestro común de las diferentes cepas del 2019-nCoV encontradas en humanos surgió en noviembre o diciembre (cuando aparecieron los primeros casos) y se ha extendido rápidamente, sin sufrir muchas alteraciones. Sin embargo, los genomas aún no indican si la rápida expansión del virus ocurrió en humanos o en un reservorio animal intermedio.
Los datos disponibles no permiten determinar si el ancestro reciente más común de los casos muestreados estaba en un humano o en un animal. Por el momento, los datos filogenéticos sugieren que el salto desde animales ocurrió poco antes de los primeros casos identificados en humanos. Si ocurrieron múltiples saltos zoonóticos, estos no provenían de un reservorio de virus genéticamente diverso.
Esto sugiere que el virus se había establecido recientemente en la fuente no humana o que los pacientes humanos iniciales habían estado expuestos a una fuente animal cuya población de virus era genéticamente limitada. Este podría ser el caso si uno o más animales infectados hubiera sido llevado hasta Wuhan desde otro lugar.
Con más secuencias víricas sería posible averiguar si la mayoría de los casos son causados por la propagación repetida del virus de animales a humanos, con una transmisión limitada de persona a persona; o si, por el contrario, el virus se propagó a un pequeño número de humanos y la mayoría de los casos están siendo causados por una transmisión secundaria directa de humano a humano.
Averiguarlo es el gran objetivo epidemiológico en estos confusos momentos en los que la globalización de las comunicaciones rema a favor de una posible transmisión humana directa y generalizada.
Manuel Peinado Lorca, Catedrático de Universidad. Departamento de Ciencias de la Vida e Investigador del Instituto Franklin de Estudios Norteamericanos, Universidad de Alcalá
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.