Necaxa siempre ha sido rebelde. Durante la Invasión Francesa un miliciano voluntario indígena venció a toda una columna de Zuavos con ingenio:
Se trepó a una montaña con sus amigos, amarró piedras con juncos y cuando el contingente francés se acercaba, tocó un pequeño tambor y una trompeta simulando que se encontraban ante el ataque de una división del Ejército Mexicano.
Los franceses montaron guardia y apuntaban al cerro en busca de los mexicanos, parecían fantasmas. El terror los invadía. Entonces soltó las piedras y venció a los invasores. Esas rocas permanecen allí, aún pueden verse junto a un camino que lleva a las instalaciones de Luz y Fuerza.
El nombre de aquel hombre era Juan Galindo y así se bautizó al municipio.
Yo crecí en Necaxa, en una casa que fue construida por canadienses y americanos cuando momentáneamente el pueblo fue nombrado Jacksonville y Little Canada en recuerdo a las tierras que habían dejado.
Con el tiempo le regresaron su nombre indígena: “Necaxa”, acrónimo de Nemi Caxani Atl “lugar donde nace el agua o habitantes del cajete de agua”. Al otro lugar se le castellanizó como “Canaditas”. Una iglesia de estilo anglicano queda como testigo del paso de los extranjeros que se fueron con la Nacionalización.
En esa casa con jardín al estilo americano aprendimos a tomar decisiones en colectivo. En Necaxa todas las decisiones se toman en asamblea y las opiniones diferentes siempre nos han caracterizado. Hacíamos frente a tormentas, incendios y temblores juntos. Aprendí por primera vez que las “faenas” y ver por el bien común es lo más importante.
Allí nació el equipo de fútbol Necaxa, cuando “11 hermanos” trabajadores de Luz y Fuerza decidieron conquistar la Primera División y así cambiaron su sede a la Ciudad de México. Nos quedó el estadio construido por el Sindicato. El día que jugué en él y pise el pasto sentía la historia en mis pasos. Era un lugar convertido en leyenda.
Las instalaciones del Club Necaxa se convirtieron en un Cuartel Militar en 1996 cuando el EPR atacó a nuestra comunidad. Esa noche, ráfagas de metralleta inundaron el cielo, explosiones de granadas, gritos. Al día siguiente llegaron helicópteros, y cientos de soldados. Pensé que sería la única vez que vería a mi ciudad llena de militares. Estaba equivocado.
Curiosamente nunca quise entrar a Luz y Fuerza, yo quería ser otra cosa. Y gracias a “La Compañía” y una beca a la que tenía derecho por ser mi padre trabajador pude estudiar en la Ciudad de México. Aún recuerdo la carta que firmé en el Sindicato donde me comprometía al terminar mis estudios devolver esa ayuda a otro joven que quisiera estudiar.
Me tocó el cambio de milenio, una huelga estudiantil y la salida del PRI de Los Pinos. A pesar de no estudiar en la UNAM, a quienes estuvimos en una universidad pública sufrimos de una escalada de los medios de comunicación que pensé sería la única vez vería en mi vida. Pareciera que todas las escuelas públicas fabricaban haraganes, eso nos indignaba. Era una ola imparable que el poder se encargó de mantener en cresta.
Mi padre nunca faltaba a su trabajo en la planta de Necaxa y nos contaba lo duro y estresante que era estar todo el día con el riesgo eléctrico. Una vez de visita a su trabajo me llevó por un pasillo donde me dijo: “si volteas a los lados la energía de las líneas simplemente te evaporará”. Aún recuerdo esa tarde lo orgulloso que estaba mi padre de mandar energía a la Ciudad de México.
Una madrugada de lluvia vimos un resplandor azul, gigante. El tronido se escuchó en todo el pueblo. Al día siguiente en la escuela un amigo traía la cara más larga que he visto… su padre había muerto en una maniobra. Se descuidó y se acercó 5 centímetros de más y su cuerpo atraído por la alta tensión quedó carbonizado.
Entendí el valor que se requería para operar unas instalaciones que el gobierno se negaba a proporcionar presupuesto y quería volver obsoletas. Descubrí lo responsables que eran los trabajadores al usar el ingenio y resolver con lo que tenían a la mano las fallas para no dejar sin luz a la Ciudad. Por ese entonces casi todos sabíamos hacer amarres de cables y traíamos nuestra navaja estilo McGiver. Sabíamos cómo funcionaba un generador. Todos habríamos las licuadoras de casa jugando a ser ingenieros de la Compañía. Lo traíamos en la sangre.
El riesgo de morir en una maniobra era todos los días, la gente de esa división tenía los nervios templados. Son de los más aguerridos a la hora de defender sus derechos.
Es cierto que había áreas que no atendían bien al público, sobre todo en las cajas de cobro al cliente, pero por eso no se puede generalizar a todos los trabajadores. Se dice que aquellos que eran corruptos y atendían mal al público son los primeros que se liquidaron.
Operación, Cables Subterráneos y Líneas Aéreas son lo que se permanecen y se negaron a firmar su “renuncia voluntaria”. Son los que quieren a su empresa y a su comunidad. No entienden la terrible y masiva campaña de difamación del Gobierno y los medio en su contra. Son quizá las personas más valientes y responsables que conozco.
Una noche que regresaba de visita, llegaron camiones de la PFP a desmantelar el campamento que los trabajadores habían instalado para evitar el saqueo de las instalaciones de Luz y Fuerza. Las que ellos construyeron.
Sonaron las campanas del pueblo y miles de personas bajaron a apoyarlos. El General que iba al mando – déspota – amenazaba con usar la violencia y fue cuando entonces por la montaña sonaron machetes y gritos y cohetes. Eran los pueblos vecinos que bajaban a apoyarnos. Los soldados disfrazados de policías federales apuntaban desconcertados al cerro:
El reflector que traían no lograba ver a nadie. Fue entonces que el General de la PFP entendió quizá de qué se trataba y retrocedió. La prepotencia se fue, cambió el semblante de su cara. Huyó por la misma carretera por donde vino.
Esa noche la reacción de mi comunidad me dio una enorme lección y hasta me arrepentí de haberme ido a vivir a la Ciudad de México. Esa fue la segunda vez que vi tropas en mi pueblo.
Todos los días mi familia y mi comunidad me enseñan lo que es la dignidad y el coraje. 7 meses de resistencia se dicen fácil, suponen un reto para una ciudad sin fuente de empleo y sin embargo el pueblo se une, se auto emplean y resisten.
A veces en la sobremesa se muestran tristes al no saber cuándo se resolverá el conflicto. Rezan para que los fines de semana pasen rápido y los que se encuentran en huelga de hambre no sufran por la indiferencia de los medios, se indignan por que al gobierno le vale madres la huelga de hambre.
El silencio invade y al abrir la ventana para aliviar el calor miramos por la ventana y vemos las torres de energía que hace 100 años se construyeron y eso nos anima. Sin hablar coincidimos en lo que sentimos al mirarlas: “Necaxa es la Compañía de Luz, no vamos a perderla. No vamos a permitir que este pueblo muera. Perder la lucha y la huelga es perdernos a nosotros”. Pensar así nos devuelve la confianza.
Y al regresar al DF me encargan salude a los paisanos que están en la huelga en el Zócalo. Me piden los periódicos de la semana que devoran cuando los llevo en busca de un a nota que los siga alentando, para descubrir que la Suprema Corte no es indiferente ante la huelga y se decide en devolverles el trabajo.
100 años lleva en la lucha el SME, uno de los primeros sindicatos del mundo. En Necaxa hemos resistido invasiones y desgracias. Se luchó por la nacionalización de le industria eléctrica. Es un lugar con historia y esta batalla de resistencia será una más de las que ganaremos.
Esta lucha la vamos a ganar. Sigamos apoyando