Salí de casa con la intención de trabajar, lo juro, pero no sé qué le pasó al cartel del taxi (se quedó atascado, sin poder girarlo, con el LIBRE hacia la calle y el OCUPADO hacia dentro) y, claro, interpreté la avería como una señal (que mi interior se mantuviera ocupado en sus asuntos, o algo así). Por eso acabé (sin siquiera haber empezado a nada) en aquel After Hours, más fresco yo que una rosa y rodeado de crápulas desorientados, coleccionistas de relojes rotos y demás fauna sin flora en las venas.
Como no servían café a esas horas de la mañana pedí un cubata con servilletas y boli, por si las musas. Pagué con un billete enrollado y, boli en ristre, me dispuse a describir el horizonte en verso y rima asonante, en consonancia con el deep house de mis oídos.
Tuneé en palabras (de transcripción servilleta-post ilegible ahora, sobrio ya) el censo de los siguientes: 5 cuarentones solitarios tratando de ligar con la misma camarera, 3 pasaos de todo bailando en cada esquina (con sus mandíbulas a pie de pista), 2 estudiantes varones en celo (¿cómo habrán acabado, a las 12 de la mañana de un miércoles, en este decrépito lugar?), tres jovencitas mayores de edad por los pelos y un maromo con pinganillo adjunto entrando y saliendo del baño cada 15 minutos.
Quince versos después se me acercó una chica, con aire cándido, y me dijo:
– ¿Qué escribes? ¿la lista de la compra?
– No. Trabajo en un diario, en la sección de necrológicas. Me estaba inventando la vida de un par de muertos.
– Vaya.
– ¿Te apetece morir de mentira y ocupar, mañana mismo, un octavo de página impresa a nivel nacional?
– Suena divertido.
– Dime tu nombre.
Me dio su nombre completo y sus sueños:
– Siempre he querido tener mi propia cadena de peluquerías caninas.
– ¿Eres peluquera de perros?
– No. Soy puta. Si quieres que vayamos a tu casa, cobro 100€ por hora.
– Bien. Si tú quieres que publique tu sueño en vida y tu muerte falsa, cobro 100€ por esquela.
La chica se marchó y yo me pedí otro cubata y continué con mis versos hasta bien entrada la tarde, o la noche. No recuerdo.
Daniel Díaz es, según sus propias palabras taxista, o taxidermista (según la piel del viajante). Escritor a tiempo parcial y lector insaciable de espejos a jornada completa. Licenciado en Espejología del Profundismo por la Universidad Asfáltica de Madrid (UAM). Bufón y escaparatista de almas. Conduce un taxi desde donde observa la vida y vive en Madrid. Escribe en el blog Ni Libre Ni Ocupado. Síguelo en twitter @simpulso
Este texto no es copyleft y ha sido reproducido únicamente con permiso del autor.
Foto: Ni libre ni ocupado

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