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Ni libre ni ocupado: buscando el ritmo perfecto

Sonando en mi taxi Love Song, de los Cure, apareció ella, entre dos calles, caminando al mismo ritmo que la canción. Cada golpe de su tacón izquierdo contra el suelo coincidía con cada golpe de platillo y cada golpe del derecho con el de la caja: Cum, cash, cum, cash. Aminoré la marcha hasta alcanzar su ritmo y así nos mantuvimos durante un par de calles, o de estrofas; la canción de dentro coordinada con su ritmo de fuera.

Antes de llegar al estribillo la mujer se detuvo en un paso de peatones con la intención de cruzar la calle. Frené en seco y pulsé el PAUSE. Al verme frenar, cruzó delante de mi taxi y entonces volví a accionar el PLAY, solo que esta vez el ritmo de la música y sus pasos comenzaron a sonar descoordinados. Volví a jugar con el PAUSE en busca de la perfecta sincronía, pero no lo conseguí.

– Será mejor alterar los pasos de ella – pensé.

Bajé la ventanilla, toqué el claxon para llamar su atención y así, en marcha, le dije:

– ¿La calle Gran Vía, por favor?

– ¿Me lo preguntas en serio? – dijo echándole un vistazo panorámico a mi taxi.

– Sí. Es mi primer día de trabajo y aún no conozco bien la ciudad – dije frenando un pelín para que ella también frenara y coincidieran sus pasos con los de la música.

– Todo recto. Es la calle ancha que cruza – dijo aminorando el paso, pero sin llegar a cuadrar el platillo con su suela izquierda.

– ¿Ancha? ¿cuánto de ancha? – aceleré un poco forzando también su paso.

– ¿Me estás tomando el pelo?

Y justo en ese instante, al fin, conseguí coordinarla.

– No. Escucha: ¡lo he conseguido! – subí el volumen y entonces ella se percató de la canción.

– ¿Qué? – me preguntó.

– Tus pasos… coinciden… con el ritmo…

La mujer rompió a reír.

– ¿Y has montado todo esto sólo para que mis pasos coincidan con el ritmo de la canción? – frenó en seco.

– ¡No! No pares, joder… – accioné otra vez el PAUSE.

– Vale, vale. Perdona.. – me dijo, divertida. Y reanudó la marcha.

Yo volví a darle al PLAY y esta vez fue ella la que adecuó sus pasos, variando su cadencia, como una chiquilla jugando a la rayuela.

La canción concluyó unos pocos metros antes de alcanzar la Gran Vía. En ese punto ella me dijo:

– ¿Y ahora, qué?

– Ahora no podrás moverte hasta la próxima canción.

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Nota: Acabamos tomando café en un Pub de la Plaza del Carmen. Coordinamos los sorbos pero no los relojes: Se marchó antes de alcanzar los posos del suyo, no sin antes proponerme otra nueva canción en aquella misma calle inicial, ella a pie y yo en mi taxi, y a la misma hora.

Daniel Díaz es, según sus propias palabras taxista, o taxidermista (según la piel del viajante). Escritor a tiempo parcial y lector insaciable de espejos a jornada completa. Licenciado en Espejología del Profundismo por la Universidad Asfáltica de Madrid (UAM). Bufón y escaparatista de almas. Conduce un taxi desde donde observa la vida y vive en Madrid. Escribe en el blog Ni Libre Ni Ocupado. Síguelo en twitter @simpulso

Este texto no es copyleft y ha sido reproducido únicamente con permiso del autor.

Foto: Ni libre ni ocupado

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