La clave me la dio un cliente mientras viajábamos al sur de la ciudad:
– La importancia de las personas se mide en tiempos de espera.
– ¿En tiempos de espera? – le pregunté intrigado.
– En el tiempo que seas capaz de esperar a la persona en cuestión cuando quedas con ella. Si tenéis una cita y ves que llega tarde, en función del tiempo que seas capaz de esperar, así será de importante para ti esa persona.
– Entiendo.
– A un amigo reciente apenas le esperarás unos minutos antes de desistir y marcharte. Sin embargo si quien llega tarde es el amor de tu vida… te aseguro que ahí serías capaz de esperar mil millones de horas.
Al marcharse me quedé con esas últimas palabras de aquel cliente: “Si quien llega tarde es el amor de tu vida… te aseguro que ahí serías capaz de esperar mil millones de horas”. Quizás fuera mi impaciencia la culpable de no haber encontrado aún al amor de mi vida, pensé.
Le compré una rosa a una china y con ella me fui al Parque del Oeste. Allí aparqué mi taxi y así, con la rosa en la mano, me senté en un banco a esperar al amor de mi vida. ¿Cuántos minutos son mil millones de horas?, pensé.
Pasaba gente, mujeres lindas, pero ninguna se sentaba a mi lado. Pasaba el tiempo también.
Ciento ochenta minutos después tomó asiento, a mi lado, una mujer de apenas 80 años.
– ¿Espera a alguien? – me preguntó con sus ojos clavados en mi rosa.
– Sí. A usted, supongo… – y le tendí a la anciana la rosa y me marché.
Ya en mi taxi, antes de meter la llave en el contacto, rompí a llorar.
– Me cago en los amores anacrónicos – me dije entre sollozos.
Luego continué trabajando en busca de otro nuevo usuario hijo de la gran puta.
Daniel Díaz es, según sus propias palabras taxista, o taxidermista (según la piel del viajante). Escritor a tiempo parcial y lector insaciable de espejos a jornada completa. Licenciado en Espejología del Profundismo por la Universidad Asfáltica de Madrid (UAM). Bufón y escaparatista de almas. Conduce un taxi desde donde observa la vida y vive en Madrid. Escribe en el blog Ni Libre Ni Ocupado. Síguelo en twitter @simpulso
Texto reproducido con permiso del autor.
Foto: Ni libre ni ocupado