La mujer de treinta y pocos, cabello ondulado y gafas de pasta, lucía una mancha verde, como de césped, en la rodilla derecha de su pantalón vaquero. El resto de su ropa parecía impecable: limpia y sin arrugas. Sólo llamó mi atención esa mancha en la rodilla derecha de su pantalón, y su mano posada encima no por casualidad, pretendiendo taparla; se notaba forzada la pose. Sin duda ella era consciente de la mancha. No se sentía cómoda ya fuera por el motivo de esa mancha, o bien por la mancha en sí.
El caso es que era una mancha de césped (líneas verdes, color clorofila) pero subió a mi taxi en una zona urbana, con mucho ladrillo y ningún jardín. La mancha no venía de ahí, sino de algún otro lugar anterior. Por otra parte, sus mejillas se mostraban sonrojadas, y su frente sudorosa. Habría hecho algún tipo de esfuerzo físico anterior a mi taxi, pero no inmediatamente anterior, pues su respiración se mostraba pausada.
Pero lo más inquietante llegó después, justo en el momento de finalizar la carrera, cuando al sacar un billete de su bolsillo también sacó, sin querer, una pulsera de plata unida a medio corazón, manchada de arena. Me tendió un billete también manchado (por culpa de la pulsera, supuse), no sin antes sacudirlo y pedirme perdón. Así me dijo: Perdón. Luego esperó mis vueltas y se marchó.
Ahí, sin duda, había una historia. Pero, ¿cuál?
Daniel Díaz es, según sus propias palabras taxista, o taxidermista (según la piel del viajante). Escritor a tiempo parcial y lector insaciable de espejos a jornada completa. Licenciado en Espejología del Profundismo por la Universidad Asfáltica de Madrid (UAM). Bufón y escaparatista de almas. Conduce un taxi desde donde observa la vida y vive en Madrid. Escribe en el blog Ni Libre Ni Ocupado. Síguelo en twitter @simpulso
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Foto: Ni libre ni ocupado