Siempre había sentido una curiosidad enfermiza por entender a los chinos. Cada vez que les escuchaba conversar en mi taxi, en una lengua tan difícil e inaccesible a nuestros oídos, pensaba que la profundidad de su contenido tendría que ser, cuanto menos, proporcional a su dificultad.
Los chinos, con su tradición milenaria (su Feng Shui, su tangram, su acupuntura, su sushi, su sashimi, su bonsai), sólo podían hablar de temas cuya intensidad mística resultara inaccesible para cualquier mente occidental; o al menos eso pensaba…
…hasta esta misma tarde:
Cuatro chinos dentro de mi taxi.
– ¿Nos lleva al centro comercial de la calle Silvano, por favor? – dijo el cabecilla.
Me sorprendió la fluidez de su castellano, y con ello comprendí que al fin podría escuchar una conversación entre chinos entendible (para mis humildes oídos occidentales). Según pude comprobar, todos ellos hablaban perfecto castellano. Según pude comprobar, los mitos también tienen derecho a la eutanasia:
– Al fin voy a poder comprarme el BMW – dijo el primero.
– De puta madre, tío…
– Llevo trabajando cuatro años “como un negro”, ahorrando para el BMW. Es de segunda mano, pero está genial, bien cuidado y eso…
– De puta madre, tío…
En fin, que ese mismo diálogo en su lengua natal me habría parecido fascinante. En realidad, hubiera preferido no entenderles y así haber continuado alimentando un mito que murió antes incluso de haber nacido.
…
[Nota: A destacar el juego léxico del chino alegando “trabajar como un negro”]
Daniel Díaz es, según sus propias palabras taxista, o taxidermista (según la piel del viajante). Escritor a tiempo parcial y lector insaciable de espejos a jornada completa. Licenciado en Espejología del Profundismo por la Universidad Asfáltica de Madrid (UAM). Bufón y escaparatista de almas. Conduce un taxi desde donde observa la vida y vive en Madrid. Escribe en el blog Ni Libre Ni Ocupado. Síguelo en twitter @simpulso
Este texto no es copyleft y ha sido reproducido únicamente con permiso del autor.
Foto: Ni libre ni ocupado