Parada de taxis de la Pasarela Cibeles, IFEMA. Llega mi turno y se montan tres tipos altos, guapos, fuertes y elegantes (¿modelos?). Tres cisnes y un pato feo Made in Taiwan a los mandos del cuento. Cual ciego en el taxi de los tuertos:
– Bien, eh… queremos ir a un sitio de… chicas – me dice uno de ellos (con acento sueco).
– ¿En serio? – le digo mirándole a los ojos. Verdes. Sin bolsas.
– Mi amigo querer decir… club. Un bueno club – dice el otro con acento italiano.
– ¿Masajes, show girls…? – pregunto.
– Sin preámbulos, por favor. Queremos follar – suelta el tercero (del Sur, andaluz).
– No somos de aquí. Si supieras algún sitio cercano para… eso… – se excusa el sueco.
– Bien, bien.
Nos pusimos en marcha, en silencio, camino de un burdel cualquiera (de alto standing, eso sí), cada cual toqueteando su respectiva Blackberry, mandando mails o leyendo mensajes y yo, mientras, conduciendo con cara de signo de interrogación (con el punto a la altura del estómago).
Aquellos tipos podrían tener a sus pies y en cualquier momento a muchas mujeres igual de bellas (más era imposible, os lo aseguro). Pero preferían pagar.
¿Alguien (en su sano juicio) podría explicármelo?
Daniel Díaz es, según sus propias palabras taxista, o taxidermista (según la piel del viajante). Escritor a tiempo parcial y lector insaciable de espejos a jornada completa. Licenciado en Espejología del Profundismo por la Universidad Asfáltica de Madrid (UAM). Bufón y escaparatista de almas. Conduce un taxi desde donde observa la vida y vive en Madrid. Escribe en el blog Ni Libre Ni Ocupado. Síguelo en twitter @simpulso
Texto reproducido con permiso del autor.
Foto: Ni libre ni ocupado