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Ni libre ni ocupado: Suerte de Alzheimer

Javier, un conductor de taxi aparentemente normal que lleva una vida llena de encanto y misterio, se encuentra con Rosa en su viaje hacia la residencia familiar. Esta encuentro revela las complejidades emocionales y económicas que atan sus vidas juntas como sobrinas e hijo adoptivo a un anciano padre desamparado por el Alzheimer. Con una historia llena de reflexiones personales, este artículo se sumerge en la relación intrincada entre los miembros del núcleo familiar y su viaje emocional hacia la cuidadosa atención a sus mayores necesidades, marcado por el sacrificio personal e intercambios simbólicos que emergen de un viaje tan cotidiano como espectacular. Artículo completo:

Él me indicó un número de una calle cualquiera:

– Es una residencia de ancianos – añadió.

Durante el trayecto ella comenzó a discutir con él asuntos prácticos acerca de la que supuse sería madre de ambos y por lo tanto hermanos, adultos los dos (rondaban la cincuentena).

– Ni te imaginas la que he tenido que liar en el trabajo para que me dejaran salir antes – dijo ella.

– Mamá está pachucha, mujer. Ya verás lo contenta que se pone cuando nos vea.

– Eso si nos reconoce. Cada vez anda peor de la cabeza – suspiró ella.

– Tiene 87 años y Alzheimer. ¿Qué esperas?

– Si la cuidaran como Dios manda no andaría con esa dichosa tos. Espero que no haya cogido una bronquitis.

– La tratan bien, descuida.

– Eso espero. Con la pasta que nos cuesta…

– ¿Otra vez con el tema del dinero? – dijo él algo más serio.

– Estoy ahogada, Javier. Ya no puedo hacer más horas extra. Entre la residencia de mamá, el piso, comida y el colegio de Carlos…

– Todos nos estamos sacrificando.

– Todos, no. María es la única de los cuatro que todavía no ha puesto un duro para lo de mamá.

– María está en el paro.

– María lleva dos años en el paro, Javier. María lo que tiene es una cara que se la pisa. Si yo fuera ella haría lo que sea por encontrar un trabajo. Y si hay que limpiar escaleras para contribuir en lo de mamá, ¡se limpian!

– Hemos llegado. Párenos aquí, señor. ¿Qué le debo?

– 5,4o€ – dije yo parando el taxímetro.

Me pagó el importe exacto, se bajaron del taxi y caminaron hasta la puerta de entrada a la residencia.

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Nota: ¿Y quién piensa en esa anciana que de súbito se ve apartada y aparcada sin reverso, y sabe ya que aquella será la última de todas sus etapas? Llamadme cruel, pero suerte de Alzheimer el suyo.

Daniel Díaz es, según sus propias palabras taxista, o taxidermista (según la piel del viajante). Escritor a tiempo parcial y lector insaciable de espejos a jornada completa. Licenciado en Espejología del Profundismo por la Universidad Asfáltica de Madrid (UAM). Bufón y escaparatista de almas. Conduce un taxi desde donde observa la vida y vive en Madrid. Escribe en el blog Ni Libre Ni Ocupado. Síguelo en twitter @simpulso

Este texto no es copyleft y ha sido reproducido únicamente con permiso del autor.

Foto: Ni libre ni ocupado