Esta es una continuación de Vivamos nuestro idilio para siempre
Mi canción favorita es Turn me on de Norah Jones. No me importa que sea cortita o muy sexy, me recuerda perfecto cuando conocí al único hombre que me ha hecho perder la cabeza, sí, completita.
Yo apenas estaba entrando a la universidad, él todo un catedrático. Sí, era el cliché con patas: saco de pana con aplicaciones de piel, barbita de tres días, cabello medio larguito y enseñaba literatura inglesa. ¿Cómo no enamorarse de quien me explicó a Hemingway?
Soñaba todo el día qué sería perderme entre sus besos y sus piernas. De verdad que ya no podía pensar en nada más. Ese olor a madera seca y aliento fresco cuando hablaba de cerca me ponía muy mal. Hice todo lo que pude para que cayera, y cayó.
No pensé en su esposa, en el bebé que acababan de tener. Me aseguré que se obsesionara conmigo tal y como yo lo estaba con él. Cuando por fin pasó, cuando por fin lo tuve en mi cama, tuvimos el sexo más perverso y divertido del que haya tenido memoria. Entré en los nueve círculos del infierno dantesco y ni siquiera me interesó buscar a Beatriz. Con él entre mis labios, no existía un mañana previsible.
Si me preguntas, tampoco me arrepiento. Duró tanto como se pudo y cada vez era menos probable que terminara. Él le robaba horas al día para verme y yo le administraba el tiempo a mis otros amantes, para poder amanecer entre las piernas de los dos.
Nunca había sentido una pasión igual, ni con mi “novio” el psicoanalista. Sí, ese del que tan bien te sabes la historia pues varias veces nos viste besándonos hasta los huesos en la biblioteca de la escuela. Ese que me enseñó que la concupiscencia es la eterna fiesta de la perversión, era un novato comparado con el cliché de docencia.
Pero tú siempre estuviste ahí, dispuesto a escuchar mis enredos, mis historias, mis sueños. Me limpiaste las lágrimas cuando el profesor se encontró a una más joven, cuando el psicoanalista me dejó por una más grande.
La verdad es que nunca fuiste el objeto de mi afecto, nunca te me antojaste para que me agarraras a los besos hasta que el atardecer nos iluminara la piel. Siempre fuiste el noble, el dispuesto a todo. El que me iba a buscar al hotel cuando yo estaba harta de cualquiera y los dejaba ahí, sin más.
Ese día que te llamé estaba a punto de darle un trago al Drano. Sí, muy poco elegante. Desperté sabiéndome sola, sin amantes, sin amores, sin nada. Inventé la excusa del museo de arte pues así me hablarías de todo lo que hay dentro y no me preguntarías nada sobre mi semblante.
Besarte fue lo más fácil. Amanecer contigo se me hizo costumbre. Sólo me siento acompañada y no tengo ganas de dejarte. Dices que hoy habrá una sorpresa. Sí, necesito hablarte. El profe de literatura regresó y quiero contarte que volví a besarlo y nada cambió.
Estar contigo calma mis ansias de soledad, llenas mis momentos de calma. Haces que camine diferente y que me acostumbre a tu mano. Pero él provoca que me cambie el Ph y que huela todo a su aliento. Con él no me importa el mañana ni morir en el instante en que lo tengo dentro.
Llego a la casa y huele delicioso. Estás más guapo que nunca. Seductor, nervioso. Siento una vibra rara, debe ser que no sé cómo contarte que pasé toda la tarde con él. Cómo extrañaba sentir sus muslos y los dientes desgarrándome los sueños.
Sirves la cena, pones a Los Strokes de fondo. Rarísimo, ni te gustan. Se escucha Trying your luck. Te beso, estoy contenta. Me abrazas, como temblando. Alcanzo a ver que debajo de tu servilleta hay una carta. Te pregunto de qué se trata. Con el control remoto pones High and Dry de Radio Head. Estás a punto de contarme.
Suena el teléfono. Mi teléfono. Me paro. Contesto: “Alló? Sí, soy yo. Sí, sí lo conozco. Sí, estuve ahí hasta hace un par de horas ¿Qué le pasó qué? No puede ser. Sí, sí tiene una moto. No es cierto. NO ES CIERTO. NO. NO ES CIERTO”.
Suelto el teléfono. No puedo hablar. Las lágrimas inundan la habitación. Ya no sé más de mi. No puedo creerlo. No pienso, no hablo. Simplemente ya no existo.
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Foto chopo63 (CC) Flickr!