En unos momentos en que todo parece girar en torno a la pandemia, podemos pensar que la vida se para. Después de todo, hemos dejado de hacer la mayor parte de las cosas que llenaban nuestros días y, a veces, nos embarga la extraña sensación de que el tiempo no pasa.
Pero, lógicamente, esta es una percepción errónea que pueden atestiguar bastante bien todas las embarazadas. Sus bebés siguen creciendo en sus vientres, y para muchas el parto tendrá lugar en medio de la pandemia.
A las incógnitas que habitualmente rodean el acto del nacimiento, se añaden ahora nuevas incertidumbres por la crisis del COVID-19. Incertidumbres sobre cómo va a afectar a sus partos la saturación de los servicios sanitarios o cuál es la mejor manera de actuar. Muchas gestantes a punto de dar a luz están viviendo muy angustiadas la etapa final de sus embarazos.
Derecho a una experiencia de parto positiva
Para colmo, los protocolos cambian de la noche a la mañana, y en algunos hospitales las mujeres son obligadas a parir en soledad o son separadas de sus bebés nada más nacer.
Estas prácticas van en contra de las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Este organismo especifica que todas la embarazadas, incluso cuando se sospeche o se haya confirmado que tienen la COVID-19, tienen derecho a tener una experiencia de parto positiva, es decir:
Ser tratada con respeto y dignidad.
Estar acompañada por una persona de su elección durante el parto.
Comunicación clara del personal del servicio de maternidad.
Estrategias adecuadas de alivio del dolor.
Movilidad en el trabajo de parto, de ser posible, y elección de la postura del parto.
Ante esta situación, algunas intentan buscar desesperadamente algún profesional que les atienda el parto en casa. Incluso las hay que retrasan tanto el momento de ir al hospital que tienen a sus bebés en el camino.
Parir fuera de los hospitales
La atención al parto en el Sistema Nacional de Salud español solo está contemplada en el medio hospitalario. No ocurre como en otros países, que tienen centros de nacimiento dirigidos por matronas fuera de los hospitales, aunque próximos a ellos. Estos centros, además de disminuir el riesgo de un contagio oportunista, ofrecen una experiencia de parto óptima en una ambiente menos medicalizado que un hospital.
Otra de las posibilidades en el extranjero es la financiación de la atención al parto en casa para aquellas mujeres que lo deseen. Incluso algunos países, entre ellos Reino Unido, cuentan con personal específico para ello. Algo muy difícil de cambiar en nuestro país, en el que constantemente se nos recuerda la peligrosidad del parto a domicilio, a pesar de que la evidencia científica dice lo contrario.
Nacimientos a domicilio a principio del siglo XX
A principios del siglo XX, en España la mayoría de los nacimientos se producían en el domicilio. ¿Qué ha pasado para que todo haya cambiado tanto?
La institucionalización del parto en España siguió un ritmo diferenciado entre zonas rurales y urbanas. En las ciudades, el proceso fue mucho más rápido. La inauguración de centros como la Casa de Salud de Santa Cristina en Madrid (la primera Maternidad de O’Donell) aceleraron el proceso sobre todo en las capitales.
Anteriormente sólo existían las Casas de Maternidad, pertenecientes a la beneficencia provincial o municipal. A ellas acudían a parir mujeres pobres o cuyos embarazos no eran deseados. Eran centros donde las infecciones por fiebre puerperal eran muy habituales. Como ya había investigado Semmelweis, los propios médicos actuaban como vector de transmisión de los gérmenes.
Tanto la Casa de Maternidad de Madrid como La Inclusa tuvieron unas tasas de mortalidad altísimas. Cifras que colaboraron a que Madrid fuese conocida durante bastante tiempo como “la ciudad de la muerte”.
El resto de las mujeres, la mayoría, daba a luz en sus casas asistidas por una matrona, un médico o una vecina. El coste del servicio corría a cargo de la familia. Únicamente las inscritas en el censo de pobres de la población tenían derecho a la asistencia gratuita.
En 1931 se instauró el Seguro Obligatorio de Maternidad (SOM). El objetivo era la protección de la salud de las mujeres trabajadoras en la etapa perinatal. El seguro financiaba la asistencia al parto en el domicilio por parte de una matrona.
No obstante, el SOM también creó la “Obra Maternal e Infantil”, que proyectaba construir centros específicos a lo largo de todo el territorio nacional. Los tocólogos no estaban conformes con las medidas tomadas por el seguro. Consideraban que este otorgaba un gran protagonismo de las matronas frente a ellos mismos. Su pretensión era que todos los partos tuvieran lugar en una institución, donde su figura se vería reforzada.
Reestructuración de la sanidad tras la Guerra Civil
Esta pretensión se hizo realidad paulatinamente tras la Guerra Civil. La Sanidad fue reestructurada y uno de sus pilares fue el denominado “Plan Nacional Ideal de la Obra Maternal e Infantil”.
El plan fue encargado a Joaquín Espinosa Ferrandiz, que proponía construir pequeñas maternidades independientes de un máximo de 100 camas en las grandes ciudades y de un mínimo de 10 en poblaciones de 50 000 habitantes. Pero nunca se llevó a cabo, entre otras cosas porque Espinosa falleció en un accidente de avión en febrero de 1944. Por otro lado, la penuria económica de la postguerra hacía imposible desarrollar el Plan de Instalaciones Sanitarias a la velocidad deseada.
Un grupo heterogéneo de instituciones, con diversa dependencia funcional, se hizo cargo de los partos en los grandes núcleos de población. Mientras, en los pueblos las cosas seguían más o menos como siempre.
EN 1944, con la aprobación del Seguro Obligatorio de Enfermedad, que agrupaba los antiguos seguros, se ampliaron las prestaciones de maternidad a las esposas de los trabajadores. Esta medida había sido proyectada durante la II República pero el estallido de la guerra impidió poderla poner en marcha.
Entre 1963 y 1967 el 72,5% de las embarazadas de zonas rurales paría en sus casas. Para 1976, solo un 17,9% lo hacía. La clave de esta transformación fue la inauguración de inmensas maternidades anexas a las residencias sanitarias del tardofranquismo. Nacía así el parto industrial.
Los profesionales que atendían partos en el medio rural fueron desapareciendo poco a poco. Sus condiciones laborales eran tan malas que las plazas de matronas de asistencia pública domiciliaria fueron quedando vacantes. Esta situación no se modificó durante la Reforma Sanitaria de la Transición. Es decir que, en realidad, nunca se prohibió el parto en casa, simplemente se procuró que desapareciese y que no hubiese una estructura distintas a los paritorios hospitalarios.
Maternidades en hoteles y otras soluciones
Formo parte de un proyecto europeo de investigación sobre salud mental perinatal y trauma asociado al parto. Estamos recopilando todos los recursos a nivel mundial para la atención perinatal durante la pandemia. Se pueden consultar aquí.
Una de las posibles soluciones, que ya ha sido adoptada en otros países, sería instalar maternidades en hoteles cercanos a los hospitales, para minimizar el riesgo de contagio, una medida que ya se ha tomado en algunos países como Holanda .
Tras esta crisis, las autoridades sanitarias deberían replantearse si los hospitales son el mejor escenario para un parto. Una tarea más a la que tendremos que enfrentarnos en un futuro, esperemos, no muy lejano.
Dolores Ruiz Berdún no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
Fuente: The Conversation (Creative Commons)
Author: Dolores Ruiz Berdún, Profesora de Historia de la Ciencia, Universidad de Alcalá