El periodismo no solo supervisa, también vigila, crea consensos y da respuestas a una sociedad en tiempos en los que a partir de la discusión se busca hacer del mundo un lugar equilibrado.
En una sociedad democrática el ejercicio periodístico es sano. No solo por figurar como un contrapeso que contribuye al buen funcionamiento de una nación, sino porque –gracias a su accionar informativo– se da la salida a la luz de agentes que operan en favor de la estabilidad en un contexto en el que la indignación de uno se convierte en la de todos.
El surgimiento de estos agentes supone grandes bondades. A pesar de caer en el fango del desprestigio se mantienen estoicos, aun cuando la cofradía de la pluma –la que se encuentra estrechamente vinculada con quien maneja un discurso autoritario– ha querido imponerles una etiqueta de antagonistas, estos han escapado a todo ello. Como es notorio, han influido en las organizaciones noticiosas y con eso (aunque usted no lo crea) se colabora al desarrollo de un mejor periodismo.
La labor de éstos…llamémosles “actores” debería ser vista como un elemento clave en la forma en que se hace periodismo. Los medios han adquirido conciencia social y quienes viven de –y por– la noticia de pronto se encuentran inmersos en un nuevo paisaje informativo que a través de la obtención, clasificación y publicación de datos brinda servicios públicos para la construcción de una sociedad cada vez más libre y la aparición de audiencias críticas, responsables e informadas.
Gracias a estos nuevos actores, tanto los periodistas en formación como los que ostentan una reconocida trayectoria pueden renunciar a los sesgos y a los filtros malintencionados. Enfoquemos la mirada en el caso de Edward Snowden, ex ingeniero informático que reveló el espionaje masivo que permitiría a la inteligencia estadounidense “buscar conexiones con el terrorismo internacional”:
Por un lado, diversas agencias de noticias y medios de comunicación se mostraron desesperados por desviar la atención de la noticia, de pronto no hubo análisis, crítica o debate. El tema no figuró como prioridad, lo enfriaron con la esperanza de que “la pesadilla terminara” y hubo una brutal falta de reflexión alrededor del suceso. Por otro, los ataques vinieron de distintos frentes, reinó la ausencia de objetividad y el resultado no es otro que una sociedad que camina por el sendero de la ignominia.
En México las filtraciones de WikiLeaks ya no causan estruendo, los medios tradicionales dejaron de difundirlos por falta de voluntad y se escudan en el argumento de que los documentos dados a conocer por la organización “no efectúan mayores aportes” cuando la realidad es totalmente diferente. Si el periodismo ve en casos como éstos algo positivo entonces debería reconsiderar volver a su centro, a su objetivo primario: la búsqueda incansable del bienestar de los ciudadanos.